Terminó el sucedáneo de la feria de Jesús del Gran Poder, pasó la desvergüenza de muchos para que pudiera pasar, pasó que algunos recogieron sus dineros mientras se arrastraba, a falta de toros muertos, la fiesta brava por los suelos.
En Quito se ha producido ese esperpento de ver matadores de toros que no matan y después con orejas en las manos que sabe Dios de quienes eran tales despojos. Tristes despojos que, aunque algún diestro, o siniestro, quiso reivindicarse durante el festejo con algún gesto de protesta, finalmente eran actores de su propia farsa. Menos gestos, con uno solo hubiera sido más patente el rechazo a ese modelo de fiesta.
Se han llegado a conceder confirmaciones de alternativa ¿de qué? No habrán sido de matadores de toros pues el confirmado no ha matado nada. El sentido de las confirmaciones era, y es, ese: pasar a matador de toros. Y todo lo han hecho desde la mayor de las impunidades, desde el mayor desprecio al rito de lo que representa ser confirmado como matador de toros ¿o era como actor?
Lo cierto es que los espectadores, los aficionados, se han revelado un poco y han mostrado pancartas de rechazo a la farsa, incluso han coreado consignas, se han echado al ruedo, llegando a expulsar de la plaza a algún político sin reparos, sin vergüenza, por decir, o no decir, y hacer, o no hacer, cosas contrarias: es decir, todo un político.
Pero hete aquí, que los supuestos matadores de toros españoles, ecuatorianos, mexicanos y franceses que se han dado una vuelta por ese ciclo adulterado, sin reparos pero con dinerito, han ejercido de políticos también. En este caso, en la versión citada de político de digo y hago lo contrario de lo que pienso y ejerzo.
Han repartido el premio de la feria y el diestro ganador se ufana de haberlo conseguido, enseñoreándose de que es el quinto que ha logrado en esa feria. Digo yo que no puede acumularlos ante la diferencia de espectáculo ofrecido. En todo caso debería decir que consiguió cuatro cuando aquello era completo y uno de la nueva era amputada. Curiosamente el ganador es el de más categoría de los actuantes, el de mayor historial, y al que no le ha importado sumar trofeos de matador y abanderar ahora los de exhibición. Todo un desvarío, pero le da igual. En cualquier caso, es también el torero más acostumbrado a no matarlos a través de la indultitis, que es otra enfermedad moderna que aqueja la fiesta.
Pero desde Ponce, encopetada figura, hasta Fandiño, recién ascendido al pelotón ilustre, todos los actuantes han hecho un guiño siniestro a su categoría. Y hubo quienes se rasgaron las vestiduras con lo que programó Don Bull en Las Vegas. Ahora sabemos que Quito hace esquina con la ciudad norteamericana. Solo les han faltado las tragaperras, aunque de ellas han ejercido la empresa y los toreros actuantes.
Curiosamente el torero de más nivel de los ecuatorianos, Guillermo Albán, ha estado al margen. Será uno de los que podamos seguir llamándole matador de toros. En España fue El Juli el que renunció al simulacro y es momento de reconocérselo como corresponde. No todos son y han sido iguales ante la misma farsa.
Quito pasó y queda el mal recuerdo de quienes portaron orejas de animales invisibles cobrando dineros por exhibiciones. Un mundo de mercenarios que habiendo taquillas no miran siquiera por su dignidad ni la de su profesión.
Quito cerca de Las Vegas. Un juego más a incorporar. Foto: bitacoradejuaco.blog
