Si nadie lo remedia, y parece ser que no hay muchas posibilidades, el próximo domingo se cerrarán definitivamente las puertas de la plaza Monumental de la Ciudad Condal. Al escribirlo me vienen a la memoria muchas cosas y por encima de todas, cuando a esa Ciudad Condal la llamábamos así casi siempre, con todo respeto, desde todos los lugares de España.
Una decisión cerril cerrará su puerta impidiendo la libertad de muchos. ¡Adios!
Cuando Serafín Marín, torero catalán, tenga el penoso privilegio de matar el último toro en su plaza, quedará para siempre en nuestros corazones y pensamientos que esa ciudad, y esa comunidad, pase a llamarse cerril en lugar de condal. Una obstinación, terquedad, obcecación, zafia, tosca e ignorante de un grupo de políticos, cierra la oportunidad de que esa plaza pueda seguir abierta para que quien quiera pase a ver lo que se ofrece en ella.
El signo de la libertad es ese, el de puertas abiertas. Desde un sex shop a un bar, pasando por la consulta de un homeópata o una floristería, son lugares, más o menos concurridos, donde el entrar solo es cuestión de la decisión de los individuos, no de ninguna directriz de un grupo de políticos. En esa plaza la prohibición, cerril como ya hemos dicho, de unos que dicen ser representantes nuestros, impide que tenga lugar en ellas algo que es legal y permitido en tan distintos lugares como el resto de España, Francia o México por citar unos cuantos lugares.
Puede, como se oye decir, que pongan una mezquita en su lugar, pero ya es mezquina la decisión tomada. ¿Acaso la mezquita será un lugar que a todos les guste? ¿Habrá opción para que otros políticos lo impidan? La libertad está para ser respetada y no cercenada. De ahí que si la entrada a una mezquita no puede ser prohibida, la entrada a la plaza de toros tampoco debería de serlo. El hecho de que sean miles, cientos o solo unas docenas los que practiquen una religión o afición no es motivo de cierres. Como decíamos, son las opciones y decisiones personales de cada cual.
Hoy, y en este escrito, no me voy a referir a si entre todos la mataron y ella sola se murió, porque en Barcelona la afluencia a los espectáculos taurinos haya ido en descenso, de eso serán culpables otros si no han sabido programar -como ejemplo, el próximo domingo estarán llenas hasta las escaleras-, sino a que sin que se llegue a morir unos cuantos le den la puntilla. Dicen, estos politiquillos, no gustarles el toreo, pero con sus actos demuestran su afición pues han toreado a todo un pueblo.
Tampoco me voy a referir a su raíz cultural o a la desaparición de puestos de trabajo de esos que tanta falta hacen, creo que por encima de todo eso el mayor daño se le hace a la libertad, que debería ser el mayor bien a preservar y asegurar. Los políticos es lo primero que habrían de defender, no les ponemos ahí para que nos eduquen o prohiban, -muy dados a ello últimamente- sino para garantizar los derechos que en la Constitución nos hemos dado todos.
Desde el mayor de los respetos a esa ciudad, seremos muchos los que, a partir de ahora, al pronunciar su nombre no la recordemos como Condal sino como cerril. Una obstinación fuera de toda lógica impedirá la libre circulación de ciudadanos europeos por sus calles y plazas (incluida la de los toros), como va a suceder este próximo fin de semana. Europa habría de pronunciarse sobre ese impedimento a las gentes europeas que pisaban la ciudad cuando en la Monumental había festejo. Franceses, italianos, ingleses, españoles y europeos todos, dejaremos de pasear Las Ramblas y la plaza de Cataluña por no tener opción de acudir a su plaza de toros una tarde de un día cualquiera.
Adiós Barcelona, adiós.