Pasó San Isidro y llegaron los tiempos malos para la Fiesta. Muchos dirán que son los buenos, a la vista de las salidas a hombros, las orejas cortadas y hasta los indultos que ya han aparecido, pero son tiempos malos para la Fiesta.
Se cansa uno de escribir sobre el mismo tema, pero hay que seguir insistiendo, tanto o más, con igual constancia, que los otros, los enemigos reales de la Fiesta, se empeñan en seguir por el mismo camino del triunfalismo sobre la base del engaño. No podemos desfallecer en esta insistencia, sabedores de que son muchos más los que están posicionados en el bando contrario.
Sin toro ¿qué es lo que vemos?. Pamplona nos devolverá por unos días la dignidad
Falta poco para ver correr los toros por las calles de Pamplona y algo se dignificará la Fiesta. Primero porque un montón de jóvenes, y menos jóvenes, correrán delante del toro serio y luego en la plaza un puñado de toreros se pondrán delante de un toro que, al menos, tendrá esa apariencia de toro que causa respeto cuando no miedo.
Será un ejercicio de credibilidad en nosotros mismos, en recrearnos la vista con el toro, fundamento de cuanto se hace después para crear arte, o el toreo que es lo mismo. Pero no es lo mismo lo que un día y otro también, feria a feria, se le hace a unos animalitos disminuidos, claudicantes y bobalicones. Eso no es el toreo, es un remedo, una pantomima para embaucar a ignorantes que se prestan a ello.
Lo peor de todo es que lo saben perfectamente cuantos se benefician del engaño. Toreros y taurinos profesionales saben que falta verdad a tantas orejas y salidas a hombros por los pueblos y ciudades de España. Que eso es como sentirse alegre por beber, ligero e intrascendente, y que dura el tiempo justo del efecto causado. Pero eso es lo que ofrecen y eso es lo que cantan desde demasiadas tribunas, casualmente donde en las mesas se come el mismo menú.
Con la bebida del triunfalismo no se defiende la Fiesta, se adultera y falsea su sentido y contenido. Borrachos de triunfalismo, cuando menos, se duplican las imágenes de lo visto; se ven aumentados los menguados pitones de los toros, se distorsiona la percepción del toreo visionado y, en resumen, se calientan las neuronas por el solo hecho de ver a los toreros vestidos de luces. Nada es real, solo una ficción aparente. Un juego de ilusiones rotas, cuya mayor rotura es la ruptura con la verdad y la esencia del toro en plenitud y la autenticidad del toreo.
Ciencia ficción. A esa ciencia pertenece lo que se ve por las amables ferias del verano. Nunca pensamos que ese sería el registro de las corridas de toros, pero no cabe duda que es ese: ciencia ficción.
No suele haber casualidades durante el largo periodo de ficción continuada y si lo hay dura un suspiro. Dura el tiempo justo de tapar con la gran bola de la mentira ese momento de aire fresco que proporciona la aparición de un toro o un torero no aplicado al cuento. Eso dura, menos que un eclipse de luna. Un momento mágico tapado por la rutina del día a día.
Se cuentan los éxitos, los triunfos de las figuras como en racimos de uvas, apelotonados, pero siendo legítimo contarlo por los cronistas, falta decir que esas uvas eran de plástico pues les faltaba unir su raíz a la del toro, único que da validez a que la uva sea buena. Con ese tipo de uva, ya saben, vino que se sube a la cabeza con mucha facilidad. Siendo así, tendremos que decir ¡viva la fiesta del vino que nubla la mente! en lugar de proclamar ¡viva el toro íntegro y el toreo auténtico!