Las plazas de toros tienen alma ¡Qué duda cabe! Soy arquitecto de profesión y estoy convencido que el espíritu de las edificaciones permanece inmutable en el tiempo, aun cuando la obra esté deteriorada, maltratada o destruida.
Para poder captar ese espíritu plenamente, será necesario visitarlas en soledad un día en que nadie disturbe nuestra actitud receptiva del mensaje que nos llegue del pasado. La sensación que habremos de experimentar dependerá de los acontecimientos en ellos desarrollados y su intensidad puede llegar a límites inimaginables. Para quien lo experimente la primera vez será sorprendentemente emotivo.
Dentro de cada edificación flotan los espíritus de los protagonistas en hechos allí ocurridos que transmiten vibraciones que conmueven. Difícil resulta permanecer en el coliseo romano y no percibir la angustia de los cristianos arrojados a las fieras y la grita desde las graderías de la multitud enardecida; en la Scala de Milán la presencia de Carusso; en el convento de Santa Catalina de Arequipa la de Sor Ana de los Ángeles y la revolucionaria Sor Teresa; en Machu Picchu la energía de una cultura milenaria que fluye de sus piedras; y en Acho el arte y valor de las figuras de la tauromaquia que pisaron su arena. Todo está allí, siempre ha estado allí, sólo es necesario algo de atención para percibirlo.
Para experimentar el disfrute del espíritu de Acho, visítela un día cualquiera fuera de temporada. No lucirá engalanada como para tiempo de feria, pero la encontrará igualmente hermosa, en serena paz. Previo a ello, visite su museo para avivar recuerdos y despertar aquellos espíritus dormidos de toros y toreros que han dejado allí muestras palpables de su paso por Lima: cabezas disecadas de toros importantes; trajes, estoques y objetos personales de notables toreros; esculturas y pinturas extraordinarias; fotos y crónicas que rememoran momentos sublimes de antiguas faenas que se realizaron en su soleado albero; recorra despaciosamente los patios de sombra y los corredores bajo los robustos machones de adobe hasta llegar a la capilla engalanada con azulejos, baje la suave rampa que lo lleva a la puerta de cuadrillas e ingrese, trasunto de emoción, al histórico ruedo. Caminando hacia los medios, sensaciones extrañas se apoderarán de su cuerpo y sentirá cómo la presencia etérea, no por ello menos real, de los míticos toreros del ayer se va apoderando del ambiente para reeditar, en su imaginación, las tardes de apoteósicos triunfos con los que alcanzaron el sitio que ostentan en el recuerdo y en la historia.
¿Qué me ha motivado el compartir con usted, amigo lector, las reflexiones expuestas? No lo se. Quizás sea que está próximo el inicio de la feria del Señor de los Milagros o que, hace algunos días, en la inauguración de una exposición de pinturas y fotografías taurinas, se recitaran unos versos míos dedicados a Acho, en los que hago el esfuerzo de expresar lo que siento por ella. El toreo es un sentimiento, dijo Belmonte, y es cierto. Mientras escribo estas líneas, me he puesto sentimental y debo confesar que la sensación es grata y placentera. Los versos mencionados dicen así:
ACHO
En el Rimac la Perricholi
al virrey Amat conquistó,
en la Alameda diole su amor
y la plaza de Acho nació.
Desde entonces a la fecha,
dos siglos y más han pasado,
no existe figura taurina
que su ruedo no haya pisado.
Coqueta es mi plaza, lo sé,
como lo fue la chola aquella,
sabe que en el mundo del toro,
es, de lejos, la más bella.
Bella por su solera,
arquitectura y mujerío,
pero más por su público,
de sapiencia y señorío.
Sus silencios son famosos,
sus olés acompasados,
sus palmas nada mezquinas,
sus pitos justificados.
Nadie podrá quejarse
de injusticia o parcialidad,
los limeños, lejos de eso,
juzgamos con equidad.
Va a empezar la corrida,
los toreros de luces vestidos,
el toro bravo en chiqueros,
mucha gente en los tendidos.
El público es a la plaza
lo que el amante a la amada,
si falta él a la cita
ella quedará desconsolada.
Pero cariñosa y comprensiva
no se enoja ni resiente
si entre una y otra feria
su amado se encuentra ausente.
Si él entonces la visitara,
la sorprendería dormida,
soñando viejas faenas
de alguna notable corrida.