Llena la plaza y mucha expectación, como siempre, había levantado la corrida de Victorino. Única tarde de lleno de “No hay billetes” y no es de extrañar. Las corridas de Victorino, vienen siendo el último punto donde agarrarse los aficionados. Hoy, también era así y de ahí la plaza llena.
Después de celebrada la corrida, a uno le queda el análisis, que no el triunfo sonado de nadie. Ni ganadero ni toreros podrán decir que ha sido un día señalado en sus carreras. Tampoco los aficionados. Ahora, que todos los análisis sean convergentes, ese será otro cantar.
No faltarán quienes digan que ha sido una corrida muy complicada la que ha traído a Las Ventas el ganadero de Galapagar. Incluso, se oirán voces en el sentido de que al ruedo saltaron las famosas “alimañas” de la casa. Pues no es verdad. En conjunto trajo una corrida desigual de presentación y no por el trapío que no ofrecía ninguna duda, sino por no ser muy pareja. Fuerte y muscalada a pesar de las pérdidas de manos de los dos primeros que de humillar las doblaron. Luego se vio que era eso y no debilidad en el trascurso de su lidia. Murieron todos con las bocas cerradas. ¡Ay, si muchos que no son toros, las tuvieran siempre así!.
¿Y dieron juego? se preguntarán ustedes. La respuesta es sencilla de por más: juego dieron. ¿Luego se dejaron, se dirán?. La respuesta es que ese verbo “dejarse” no había sido utilizado nunca en la tauromaquia hasta la presente modernidad. Y se ha instalado en el léxico taurino actual, debido a que ese es el paradigma del toro moderno: “dejarse”. Si es esa la pregunta, contesto rotundo, no. Los toros cuando son criados para la lucha en la plaza, su primera obligación seria es, convendrán conmigo, no “dejarse”. Si así fuera, asistiríamos a la proliferación de escuelas bovinas de adiestramiento y dejarían de llamarse ganaderías.
No se dejaron, no. La otra parte de la raíz de la Fiesta, el torero, es quien tiene que acometer tan difícil y peligrosa tarea, a través del verbo someter. De ahí devino en llamarse lidia a tal menester, cuyo significado incluso fuera de los toros, significa el arte de encontrar la forma de hacer más fácil lo que resulta difícil. Este juego de palabras, es ni más ni menos que la esencia del arte de torear. Para muchos, leyéndolo, creerán que es un enigma o un invento de quien esto escribe. Pues no es un invento mío, ni mucho menos, es el sustento de esta Fiesta secular. Hasta que llegó la modernidad, que es una majadería taurina como el dejarse.
Con esta corrida de toros, con sus complicaciones, pero también con sus posibilidades, naufragaron los tres espadas modernos. Y si nadie les puede discutir su interés por agradar a las huestes de espectadores modernos, sí se les puede censurar el mal uso que de la lidia ortodoxa hicieron durante toda la tarde. Si los que a los toros apliquen la historia de “alimañas” o peligrosísimos, no se les ocurre a continuación contar que recibieron lidia adecuada, tal como pases de castigo, trincherazos y de otros, como de tocarles los costados y crujirlos, será que están hablando del toreo moderno. De este modo no seremos convergentes.
Hubo toro, es mi opinión, que de haber sido lidiado correctamente, cosa que en toda la tarde brilló por su ausencia, podría haber sido toro de bandera e incluso de vuelta al ruedo. Pero sin aplicar la lidia adecuada a toros de verdad, el castigo suele llevarse en la penitencia. Si además los matadores no les hubiera visto ciertas condiciones para torear, ¿cómo es posible que con confianza y disposición se los brindaran al público?. Podían haber sido buenos, por supuesto que sí, pero necesitaban desde el principio otro tipo de lidia. No recuerdo una corrida de Victorino, donde a los toros se les haya colocado peor al caballo. Ni eso hemos podido presenciar.
Luis Miguel Encabo, saludó en sus dos toros, pero más parecía que salía a pedir aplausos, pues en ambos estuvo desbordado por los victorinos. Y este fue el mejor parado. Antonio Ferrera, a sus velocidades une también la contralidia, que es hacer lo contrario de lo que necesitan estos toros. Resultado, pitos tras un bajonazo de cuidado a su segundo. Fernando Robleño, un torero al que se le quiere por su honradez profesional, se parece cada vez más a un torero incompetente, que no incapaz. Capaz es pues se pone allí y arriesga lo que haga falta, pero la cabeza no le va por el mismo sitio que su acelerado corazón. Le seguiremos queriendo por ello, pero no es la solución a su carrera. Hay que aplicar otras reglas y formas delante de estos toros. Siempre no se van a conseguir orejas por poner el alma en un puño al público y salir volteado cuando no herido.
Nos quedamos sin ver una corrida de toros en plenitud. Los toros venían dispuestos, pero los toreros no. Culpa de la modernidad, que nos hace perder la mitad de los lances de la lidia que antes nos llegaban a emocionar. Por el camino, se van perdiendo miserablemente la mitad de los valores que siempre atesoró la Fiesta. Toros como estos, mantendrían y devolverían la emoción y el prestigio de nuestra devaluada Fiesta. Y toreros que supieran que es de otro modo como se alcanza la gloria en el toreo. Torear “bombones” será la gloria, pero, aseguro, no se llega a ella por ese camino.
