Algo debió de pasar. Nada bueno, por cierto, pues toros toreables se fueron sin torear. Sin torear bien, se entiende. De los cuatro lidiados de Puerto de San Lorenzo, dos dieron oportunidades a sus matadores, pero no hubo encuentro con ellos. Los matadores, no se sabe muy bien por qué, pretendían estar bien ellos, allá penas si sus deseos eran coincidentes con las embestidas que les ofrecían. Se lo llegaron, incluso, a creer, pero no había comunión.
La tarde se convirtió, por falta de comunión, en un tostón. Todo gélido y desangelado. Los trasteos pecaban de excesivamente fríos; eso sí, desde la perspectiva de los toreros, lo que hacían, les debía de parecer bien. Alguno, incluso, se daba importancia como si aquello fuera superior. Y mientras eso sucedía, con Abellán de protagonista, los tendidos se iban cuajando de disconformes según avanzaba aquel trasteo incoloro e inodoro. Con Uceda en el primero, sucedió algo parecido.
No había comunión, ni entre toros y toreros ni de estos con el público. La nadería parecía aquello. Nada de nada. Muchos pases insustanciales, que no conectaban con nadie. El primer toro era bastante soso, pero con fijeza extrema y Uceda no superó ese listón; estuvo igual de soso que él. Abellán, en el segundo del Puerto, el mejor de la tarde, estuvo suficiente y académico, pero sin saberse muy bien en qué academia había aprendido a torear así de despegado y de suficiente. Como digo, a él le debía de gustar, pues no rectificó a pesar del aumento de las protestas a su alrededor.
No hubo comunión tampoco entre las ganas que se nos traía el torero francés, Sebastián Castella, y el lote que le cupo en suerte. Quiso instrumentar faena temeraria a su primero, un manso declarado que era para templar. Le salió todo enganchado y un tanto a la remanguillé. En el último, un difícil sobrero de Astolfi, siguió con las mismas ganas, que no hacían comunión con aquel toro tan avisado. Lo pagó con una feísima y espeluznante voltereta doble, de la que creímos que salía descoyuntado. Salió ileso y eso es lo que el público ovacionó. Lo más sentido de la tarde había llegado vía del terror, que suponían las tenebrosas embestidas de un barrabás.
Comunión, un poco, sí hubo en el tercio de banderillas. “Romerito” de la cuadrilla de Abellán, recogió desde el tercio una ovación premio a sus valerosos pares de banderillas. Cariñosos aplausos recibió también Manuel Peña cuando, tras distintas persecuciones del último de la tarde, que la había tomado con él, logró clavar sus pares con exposición.
La gente comulgó poco con lo sucedido en el ruedo y eso es lo peor de la Fiesta. La vibración ha de llegar de abajo a arriba y para ello hacen falta, sencillamente, un par de cosas: un toro que emocione y un torero que le traduzca sus embestidas en el compás para su composición. Nada de eso hubo hoy y se notó. Vieja aspiración de aficionado, con la que llega cada día a la plaza. Mañana, más.