En el siglo XXI el animalismo se impone sobre el humanismo. Otorgan alma a los animales y los entierran como a seres queridos. Aunque a otros en franca hipocresía, se los comen (aves, reses, pescados etc). Pero no se preocupan por los pobres del mundo que sí son sus semejantes.
El público no quiere saber de la suerte de varas. Pitan la salida de los varilargueros o recompensan con aplausos al que simula la suerte, e ignoran o recriminan al piquero que cumple con su obligación: sangrar a los toros. Los toros de ahora apenas necesitan de ser ahormados, sangrados. La gran mayoría de ellos apenas pueden con el rabo, cómo para castigarlos con dos puyazos.
Así acabamos con la suerte de varas. Y sin picadores la Fiesta será otra cosa, un espectáculo distinto. Como en Las Vegas. Esto parece ser parte de la evolución. La implantación obligatoria del peto protegió a los caballos de picar y ahora, sin que lo diga la letra impresa, en leyes o reglamentos, los mismos protagonistas se están cargando la suerte de varas. Los toreros exigen el toro pajuno, noble y repetitivo en la muleta y los ganaderos que tienen que servir a quienes hacen que les compren el ganado, seleccionan en ese sentido.
Se quitan partes del rito y esto va por mal camino. La suerte de varas es fundamental en el desarrollo de la corrida, como lo son los tres pares de banderillas y no solo dos, como se esta haciendo común. El aficionado debe de guiar a los espectadores para que aprecien la importancia de ambas cosas.