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Pla Ventura |
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España |
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06/10/2004 ] |
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Se cumplen ahora, por estas fechas, diez bellos años desde cuando tuve mi primer encuentro con el maestro Facundo Cabral. El escenario, Madrid; precisamente, en uno de sus teatros más emblemáticos, el Reina Victoria, ese foro de arte donde, a lo largo de su existencia, han pasado los mejores artistas sobre su escenario y, Cabral, ante su venida a España, no podía ser menos. Era una noche otoñal; de cuando los otoños eran tales y, el fresquito de la noche, invitaba a refugiarte; y si era en un teatro, pues mucho mejor. Como dijeran algunos de los biógrafos de Facundo Cabral, aquella noche, acudí a un concierto y, casi me encontré con un milagro. Luego, tras aquel mágico suceso, en el devenir de los días, sin pretenderlo, comprendí que había cambiado el curso de mi vida. Cambió mi existencia porque, entre otras razones, quise tener menos, para tenerme más. Cabral, supo, desde el fondo de su alma, producir, en mi persona, la metamorfosis propia de los seres geniales que, de seguirlos, se encuentra uno a si mismo. Como ya conté en cientos de ocasiones, hasta aquel singular día, respecto a Facundo Cabral, yo le conocía por sus canciones pero, detrás de aquella guitarra, junto a aquellos dedos que rasgaban para desgranar notas hermosas, había un hombre genial que, sus lecciones, eran para tenerlas en cuenta. Facundo me enseñó, como le mostrara al mundo, su literatura, sus oraciones, sus sentencias, sus metáforas; su dulce paso por la vida que, como ser humano, ha sido admirado allí por donde ha paseado. Facundo tiene, entre otras virtudes, el saber mostrar la faz hermosa de sus amigos y, sus lectores, como en principio fue mi caso, disfrutar con embeleso de hombres y mujeres cuya vida, ha quedado inmortalizada en su paso por la Tierra, tal es el caso de Jorge Luís Borges, La Madre Teresa, Octavio Paz, y decenas de humanistas y literatos que, todos, por obra y gracia divina, supieron de la existencia de Cabral, entregándole, como más importante tesoro, sus amistades respectivas. Su periplo como viandante por los 165 países que pudo recorrer, le dieron a Facundo Cabral la singular licencia para conocer y ser conocido, para amar y ser amado, para vivir un presente extraordinario puesto que, como él confesara, el futuro, siempre sería cosa de Dios. Por esta bendita razón, Facundo siempre se aferra al presente, al día a día puesto que, en esa estación es la que pasa el resto de su vida. Facundo Cabral no es sólo un cantor; su vida es mucho más que aquel “Indio Gasparino”, su nombre artístico en sus comienzos. Como explico, dentro del alma de aquel hombre que ilusionara a las gentes con sus canciones y con su guitarra, se escondía un literato, un pensador, un hombre bueno de la vida que, con su existencia, ejemplo y modo de vida, ha dado tremendas lecciones a la humanidad. Ahí están sus libros y sus grabaciones para que, cuando él se vaya, el mundo, generaciones venideras, seguirán extasiándose con lo que ha sido su prolífica obra. Y gracias a sus libros, a su forma de vida, a su paso humilde por el mundo, quien suscribe, tuvo la fortuna de poder inmortalizarle en aquel libro que titulé, MI ENCUENTRO CON FACUNDO CABRAL, volumen de escueto contenido pero que, gracias al maestro, lleno de vivencias, de vida, de mensajes, de ilusiones, y de toda la magia que este hombre irrepetible suele desprender desde lo más hondo de su alma. Tras aquella admiración que yo hablaba en torno al maestro, en el transcurso del tiempo, Facundo me entregó, cual legado importantísimo, su más bella amistad. Nos unían muchas cosas, ante todo, el humanismo que de este hombre aprendí; la literatura y todo lo bello que el Universo encierra dentro de sí mismo y que, nosotros, las criaturas mortales, en ocasiones, no somos capaces de descubrir. En nuestras conversaciones, Facundo me llenaba de vida y convicciones; siempre, cada vez que nos hablábamos, una frase suya sentenciaba nuestra conversación y, mi corazón, quedaba ufanamente dichoso. No era para menos porque, con Facundo, a diario, sus lecciones, han quedado grabadas en el fondo de mi alma. Facundo Cabral vive, desde hace unos años, prisionero de una cruel enfermedad y, su lucha, frente a la misma, es sinónimo de vida. Cabral quiere vivir pero, a diferencia del resto de los mortales en que, erróneamente, nos aferramos a las cosas materiales, él lucha frente a su espíritu, por su obra y por su causa literaria. Nada de este mundo le sujeta junto a la vida; sólo, si acaso, su extensísima obra que, tras su partida, no sabe en que manos podrá quedar. Como todo hombre creador, Facundo, está retando a la muerte porque, según él, la vida le produce placer vivirla, justamente, tal y como él la entiende, terriblemente sólo y maravillosamente libre. Con semejante filosofía, cualquiera puede entender el gran mensaje del maestro. Que nada valga tanto como la vida, diría Facundo; así como que, el dinero, debería tener fecha de caducidad para que nadie pudiera acumularlo para poder tener poder sobre sus hermanos. Han sido, como explico, diez años de felicidad, de referencia ante el mundo puesto que, tras haber conocido a Facundo Cabral, como confieso, cambió el curso de mi vida.
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