En mi ya larga vida, jamás llegué a pensar, por aquello de no haberlo experimentado antes, lo mucho que se puede querer a un animal de compañía, en este caso, a un perro. Ha sido ahora, precisamente cuando ha muerto, cuando he comprobado cuanto le quise y, ante todo, lo que para mi representa ahora su ausencia. Se llamaba Randi y, ya no está en el mundo de los vivos.
Se lo regalaron a mi hijo cuando éste era todavía un niño; le trajo a casa y, en aquel momento, pude sentir una felicidad especial, algo distinto porque, tras conocer al perro, en breves instantes, pude comprender la bondad de este animal que, al recibir cariño y comida, siempre estuvo a mi lado. Mi hijo jugaba con él y, en casa, todos le queríamos. Era uno más de un núcleo familiar que, sin lugar a dudas, era Randi un gran protagonista entre nosotros. Se adaptaba a cualquier situación y, al verme, cada día, me entregaba su cariño, como sus gestos le delataban. Al entrar en la casa, este amigo fiel, se sentía feliz; mi presencia era, para él, tanto como sentir el calor del amigo y, dichoso de mí, yo sentía lo mismo.
Ahora, Randi ha muerto y, con él, se ha marchado un amigo que, en su partida, se ha llevado jirones de mi alma, dejando, como no podía ser de otro modo, un gran vacío en mi corazón. Mis lágrimas, esas que brotan de lo más hondo, se deslizaban en el día de ayer por mis mejillas puesto que, alguien que me quiso de verdad, me dejaba para siempre. Obviamente, Randi no me hablaba; pero se comunicaba conmigo, como todo animal, con su mirada, con sus gestos, con su manera de comportarse puesto que, cada día, mi presencia, para él, era un motivo de felicidad, como sus gestos le delataban.
Han sido doce años de felicidad, difícilmente extrapolables a lo que muchos humanos no han sabido darme. Randi era mi amigo y, como tal, solía comportarse, de ahí, mi pena tras su muerte. Dicen que, la llegada de otro amigo hace olvidar lo que antes se ha sentido por este ser irracional; pero, al menos de momento, no quiero adentrarme en la tarea; necesito, como todo el mundo podrá imaginar, reencontrarme conmigo mismo y, ante todo, con el recuerdo de un animal que lo era por su estirpe, pero que, sus hechos, nunca le delataron como tal. Me vence el recuerdo y, difícilmente podré olvidar estos años en que, su compañía me fortalecía el alma. Se llamaba Randi; vivió como un rey porque así lo merecía. Y murió de forma digna puesto que, mi cariño, jamás le faltó.