Hoy hemos soportado una tormenta, vientos del infierno soplan sobre la cuidad, imprevisibles, llevándolo todo. Árboles inmensos centenarios, zarandeados por borrascas se inclinan irresistiblemente hacia el agua verde del canal.
Un día gris y largo a morir, debajo los asaltos del viento, me recuerdo de una carta. La de un hombre a su hermano torero.
« Torear con el viento, es como torear dos toros a la vez, hay que multiplicar por dos el mérito de los toreros... »
El quien escribe es Alain Montcouquiol, a su hermano Nimeño II.
Arles, domingo 10 de septiembre de 1989, ultima corrida de la feria para Nimeño II, las 428 corridas desde su alternativa. En algunos minutos va salir un toro gris, las cornadas abiertas como una puerta, prestas a aspirar el pequeño hombre vestido de luz, un toro impresionante, todo el mundo le ha visto durante el sorteo. Este toro Alain Montcouquiol no sabe que es este que teme desde siempre.
Gravemente herido por Pañolero, toro de Miura, Nimeño II va a pasar algunos días entre la vida y la muerte. Christian Montcouquiol, Nimeño II, va restablecerse lentamente, pero la herida le priva de su brazo izquierdo. Cuando todo el mundo pensaba que el matador había reencontrado la moral Christian decide quitarse la vida en su casa de Caveirac el 25 de noviembre 1991.
Seis años mas tarde, Alain su hermano, nos entrega en un libro, un testimonio conmovedor de esos años de miseria, de triunfos y del final trágico de Nimeño.
Al azar de los destinos de su padre militar, Alain, con nueve años, llega en Nîmes. Sus primeros contactos con los toros: corrales, « mi corazón se había estremecido en mi pecho descubriéndoles enormes y majestuoso...en el secreto de mi cuarto intentaba imitar los gestos de los toreros, no pudiera impedirme soñar a esos hombres, allá lejos en España, que toreaban por la noche al claro de luna. ».
Nimeño primero soñaba con ser torero, un solar por ruedo, colarse para ver las figuras, clubes taurinos, películas, trayectos de aficionado.
Pensaba en esos momentos que pudiera lograr hasta el fin de sus sueños, una época en la cual « si no tienes sangre española en las venas no puedes ser torero. ». Diez años de peregrinación con Simón Casas, novilladas, ilusiones, desengaño. Empujando siempre por esta locura que conduce a elegir esta vida extraña. Encontrarse o perderse. En el momento cuando acaba su propia trayectoria, Alain decide acompañar a su hermano.
Aquí empieza la historia de Nimeño II, Alain cuenta al hilo de sus páginas los éxitos renovados de su hermano, las dudas, el sentimiento pesado de la responsabilidad, las promesas de uno y del otro, los excesos de confianza, exaltación de proyectos.
Con pudor expresa la dimensión destructora de la cornada, la palidez cuando temes lo peor.
La alternativa de Nimeño llega: « Alain te ofrezco la muerte de este toro, porque mi alternativa es también la tuya. ».
Recuerdos, algunas veces confusas, de tardes de éxito y siempre en estas líneas la ausencia que le revuelve el estómago, mirando una foto, llegan los recuerdos.
El libro entero es una obsesiva encantación por una pasión « que nunca se agotara porque lleva en ella el deseo de volver a poner en juego todo, todavía y siempre. ».
Alain se recuerda, de los viajes con coche, por la noche cuando desfilan los kilómetros. Frases nacen en la oscuridad, extrañas, inhabitules, portadoras de funestos presagios: « Alain, hace tiempo que no he recibido « un tabaco » (golpe) ». Alain cruza los dedos en la sombra.
Nimeño ya no esta aquí, para ver, compartir...
Alain cauteriza las heridas de la ausencia con palabras simples. Escribe para buscar un significado a todo eso, una revuelta contra el destino.
¿Quien sabe lo que pasa en la mente de un torero quien jamás volverá a torear? ¿Pueden resolverse a aceptar otra vida? ¿Que vida en los escombros del pasado?
« Cúbrelo de luces », un libro para guardar ilusión, palabras aguzadas de revuelta y de lagrimas. Un libro para recordar a un gran torero, de un hombre.
« Así ves, soy incorregible, nos vas a torear esta feria y sin embargo me precipito a la ventana, cada día, para ver si hay viento... »