Ahora, al estar entre ustedes, inexorablemente, vienen a mi mente una serie de recuerdos inevitables, tales como el de hace un tiempo cuando, en este mismo foro, tuve la suerte de compartir cartel con un hombre admirable al que tanto quise y que, desdichadamente, hace unos días nos ha dejado para siempre. Me refiero, claro está, al gran Matías Prats, el amigo entrañable que, junto a nosotros, disertó en Alcoy en lo que fueron sus últimas actuaciones en público. Ahora, con el permiso de todos ustedes, quiero que guardemos un minuto de silencio por el alma de aquel hombre inolvidable.
Les decía en el enunciado de mi charla que, versaríamos sobre el estado actual de la fiesta y, esa es mi intención. No quiero ser catastrofista porque, entre otras cosas, no me gusta el término; pero quiero ser realista y analizar las cosas como en verdad son. Tenemos la realidad que nos contempla y, de la misma, no podemos escapar.
Estamos llegando casi al final de una temporada que, sin lugar a dudas, podríamos llamarla de transición. Todo ha quedado como estaba y, apenas hemos tenido novedades. Lo que se dice acontecimientos de impacto, apenas los hemos tenido. Algunos, inocentemente, creían que una temporada se podía sustentar con la presencia de El Juli y se equivocaron. La fiesta taurina, irremediablemente, tiene que vivir y sustentarse por la magia de sus creadores, pero nunca con la sola presencia de hombres que, siendo trabajadores infatigables, nada nuevo aportan a la fiesta taurina.
Gozamos de una extensa baraja de toreros jóvenes que, todos, a su manera, están aportando lo mejor de sí mismos a la fiesta. Ahí están César Jiménez, Matías Tejela, Salvador Vega que, sin lugar a dudas, forman el triunvirato más importante de la juventud actual; pero la fiesta es más, mucho más de lo que estos hombres pueden aportar. Falta un líder y, de esa realidad, no podemos escapar. Alguien diría que, el mandón actual, es decir, Enrique Ponce, podría ser el paradigma del momento, aunque, claro está, sus maneras estereotipadas por concebir el toreo, aunque pulcro, carecen de todo interés y, en peor medida, de sentimiento. Ponce es un buen torero, eso nadie lo podrá discutir; pero no arrebata, nunca arrebató y, en estos momentos, su figura ya está muy vista y, como se sabe, no llena plaza alguna.
Estamos inmersos en la era de los toreros valerosos, por llamarlos de alguna manera. Ahí está El Fandi que, el hombre, con sus banderillas, encandila a las gentes provincianas. Cuando menos, no es aburrido. Su variedad, sin peso específico, está siendo bien administrada y, juntamente con otros chavales, hacen el delirio de los aficionados menos exigentes que, como sabemos, de todo hay en la viña del Señor.
La gran verdad de todo cuanto acontece en la fiesta, lamentablemente, la tenemos en la ausencia de los toreros artistas; en definitiva, esos toreros que arrebatan de verdad y que, por unas u otras razones, este año, nos han dejado huérfanos al no poder admirar su arte. Hablo, sin lugar a dudas, de Morante de la Puebla y de José Tomás. Cuando todos creíamos que, en el caso de Morante, el diestro sevillano arrastraba una especie de melancolía propia de los toreros artistas, resultó ser que, José Antonio Morante, arrastraba una enfermedad contra la que él mismo estaba intentando luchar y que, por fin, este año, la misma, le venció. Esa maldita enfermedad que no se nota y que, como le pasara a Morante, acabó con todas sus ilusiones; era, por supuesto, una depresión que le sumió en la más vil de las miserias; situación a la que tuvimos acceso tras indagar en el alma y vida de este hombre que, como tantas veces demostrara, nos ilusionó hasta la locura. Eran muchas las esperanzas que teníamos y, todo se nos vino abajo. Me consta que, entre otros remedios, José Antonio Morante de la Puebla, ha visitado a un médico en Estados Unidos con la ilusión de recuperar su salud, que si bien es cierto que, para el diestro, es su primer argumento, y para los aficionados, verle con salud y creando arte, es nuestra quimera. Nadie sabe, salvo él, el gran esfuerzo que tuvo que llevar a cabo aquel día de Pascua de Resurrección en Madrid cuando se enfrentó a seis toros y que, su espíritu, no estaba ni para torear de salón. Hizo un esfuerzo baladí que, si acaso, le sirvió para enfrentarse a su más dura realidad que, como digo, pasa por curarse, sin lugar a dudas, su más grande anhelo.
Respecto a José Tomás, ingenuamente, todos pensábamos que, su retiro, podía ser algo temporal y, si Dios no lo remedia, hemos perdido al torero más importante de los últimos cincuenta años. Hace dos temporadas que, Tomás, se cansó y, sin ilusiones, decidió apartarse de la vorágine que supone ser y vivir en torero. Fijémonos que, sus más allegados, nos han contado que, para este diestro, su más grande esfuerzo venía dado por aquello de tener que atender a los medios de difusión, estar con los aficionados e, incluso, pasear por la calle siendo reconocido. Para José Tomás, como explico, era más difícil, desenvolverse en su propio mundo que enfrentarse a sus enemigos. Esta razón, en unión de la fortuna que ha acumulado, le llevó a la molicie del ocio, sin lugar a dudas, su paraíso particular, allá por tierras gaditanas. Ahora mismo, si queremos ver a José Tomás, nos tenemos que acercar, bien a la serranía de Ronda, a las playas gaditanas o, en su defecto, en sus excursiones por Ceuta y Melilla, lugares donde pasa, medianamente desapercibido, por aquello de la barba y el sombrero que suele usar. Una pena que, un torero tan cabal, tan puro y tan auténtico, se haya apartado de su profesión. Confiemos que, un día, con ilusiones renovadas, pueda reaparecer.
Siendo así, todas nuestras esperanzas las centrábamos, como no podía ser de otro modo, en Javier Conde, torero criticado y amado, todo a la vez, como les suele pasar a todos aquellos que en nada se parecen a la mayoría. De que Conde es distinto, ello lo saben hasta en la China, por tanto, querer compararle con el resto de sus compañeros, es una tarea absurda. Posiblemente, para los puristas, Javier Conde no se ajuste a las normas más estrictamente establecidas y, sus movimientos, como todo artista, rompen esquemas, pero siempre, cuando le sale su tarde, en aras de un arte bello, de una expresión plástica que, como digo, nada tiene que ver con lo que hace la mayoría. Sin ir más lejos, en esta ciudad, en los albores de la temporada, nos obsequió con una bellísima faena, tanto en trazos, estética, plástica y compostura. Del trío de ases, por llamarlos de alguna manera, es decir, Tomás, Morante y Conde, sólo nos quedaba en activo el malagueño y, nuestras esperanzas, eran todas. Sepamos todos que, Conde, no es torero de lo que llamados regularidad; el todo o la nada, eran siempre los parámetros donde se basaba el diestro de Málaga. Pero es ahí, precisamente ahí, donde radica el misterio, la magia y la creatividad de este hombre que, sabiéndose distinto, jamás quiso emular a nadie, aún a sabiendas de que, algunos críticos insensibles le atizarían de lo lindo. Javier Conde, emulando a su señora esposa, es capaz de crear ballet en un recinto taurino y, su tarea, resulta más emotiva porque, como se sabe, crea obras distintas al resto de sus compañeros, precisamente, en una profesión donde su vida está en juego. Y, como explico, el ramillete de grandes faenas que había llevado a cabo, nos hacían presagiar su temporada más importante, hasta el punto de que, dicho sea de paso, ha toreado más que nunca. Pero una inoportuna lesión le ha obligado a retirarse, no si antes, haber pasado un calvario en plazas tan significativas como Bilbao.
Ciertamente, no todo está perdido. El mundo del toreo se sustentará siempre por la grandeza que entraña esta sublime fiesta. Como antes les decía, falta un líder, un torero que arrase con las masas; pero tenemos toreros y, la prueba se evidenció en Madrid en que, hombres como Curro Díaz, torero de corte celestial, supo encandilar a la afición madrileña y, de paso, ilusionarnos a todos los que, afortunadamente, seguimos creyendo que, el toreo, sigue siendo posible. Luego, cornadas a destiempo, le han restado oportunidades pero, que nadie olvide este nombre: Curro Díaz, de Linares. También, en Madrid, encandiló un gitano singular, Antón Cortés. De sobra conocemos la idiosincrasia de los gitanos, personal y única; pero mágica a la vez, como es el toreo de Antón Cortés. De este hombre esperamos grandes logros. En el camino está, de eso no me cabe duda alguna. Y no quiero olvidarme de Antonio Barrera, ese hombre ilusionado que, superando cornadas, lesiones gravísimas y malos tratos por doquier, está superando el calvario. Ya es mala suerte que, tras haber logrado varios triunfos de clamor en Barcelona, Santander, Bilbao y otras plazas, en la Ciudad Condal, cayó herido; más que herido, lesionado que, para los toreros, es mucho peor. Ha perdido la temporada, pero como el mismo torero me confesara, le quedan ilusiones para parar mil trenes y, este invierno, de recuperarse, hará campaña americana donde, por cierto, es todo un ídolo, de forma concreta, en la tierra de Jorge Negrete.
Todos esperamos, con verdadera pasión, la revolución de José Maria Manzanares, hijo. Se trata de un gran torero, con el toreo muy adentro de su alma, pero que necesita de la ambición lógica por lograr el triunfo de apoteosis que, todavía no ha llegado; le espera la afición, sin lugar a dudas, pero necesita, de una vez por todas, dar el aldabonazo final. Al respecto de este muchacho, dicen que su padre ha vuelto por una cuestión de celos profesionales y, lo creo. Y lo creo hasta el punto de que, el maestro Manzanares, ha llevado a cabo media docena de faenas que, de haberlas llevado a cabo en las ferias de tronío, había acabado con su hijo y con el toreo todo. Su tarde en Almagro, según cuentan los del lugar, será recordada por siempre. No vamos a descubrir ahora al maestro; su toreo, bellísimo como el que más, es la admiración de todo el toreo. Manzanares, con su calidad a flor de piel, podrá estar en el toreo mientras le queden ganas e ilusiones. Sólo, un arte exquisito puede mantener durante muchos años a un torero en primera vitola de expectación, como lo fue Curro Romero y, en estos momentos, el citado José María Dols Abellán, más conocido como Manzanares.
No puedo olvidarme del que fuera el máximo triunfador de la feria de abril en Sevilla. Hablo de César Rincón, ese torero admirable que, ni el paso de los años, ni tampoco una cruel enfermedad, han opacado en lo más mínimo. Hace tres años, hasta temíamos por su vida y, en esta temporada, ha logrado triunfos de primera magnitud como el de Sevilla, San Sebastián, Nimes, Dax, e infinidad de plazas que ahora no recuerdo. Rincón ha sido, entre los veteranos, ese hombre singular, ese torero profundo que, basándose en la más absoluta verdad y entrega, ha logrado triunfos de clamor, enseñando, en su paso por los ruedos, especialmente a los jóvenes, la esencia del toreo puro y verdadero. César Rincón no suele darse coba; como tampoco se pone bonito. Incluso, en Madrid, por esta circunstancia, las cañas se le tornaron lanzas; pero él resultó ser el de siempre, el hombre que, con su verdad, supo encaramarse en el cetro del torero durante una década. Compitió entre los grandes y, sin lugar a dudas, consiguió la épica jamás llevada a cabo por torero alguno, es decir, salir cuatro veces por la puerta grande de Madrid en una misma temporada.
Ante todo, mi respeto para todos los hombres que se visten de toreros; todos, en alguna u otra medida, seguro que algo tienen que decir. No seré yo el que les quite los méritos. Algo muy distinto son los gustos personales de cada cual y, los míos, dichoso de mí, rayan en la exquisitez.
No quisiera pasar por alto el aspecto ganadero. Al respecto, tenemos lo que hay, tampoco podemos pedir más. Convengamos que, pedir, podríamos pedir todo; lo que hay en el mercado es lo que en verdad existe. En ocasiones, sigue siendo lamentable que, el toro, animal grandioso donde los haya, sea adulterado, maltratado y vejado por los propios profesionales de la fiesta, siempre, para favorecer al torero y, lamentablemente, para envilecer al aficionado. Triste, pero cierto. Es dantesco ver, por ejemplo, lo que hemos presenciado en muchas corridas en que, los pitones de los toros, sangraban a borbotones, espectáculo cruel y mezquino que poca gloria aporta a la fiesta. Es deleznable que, los que se dicen figuras, El Juli puede ser uno de ellos, hagan un baile de corrales, todo, con la finalidad de escoger los toros que a ellos les gusten y, lo que es peor, la autoridad, ante estos eventos, suelen transigir para evitar males mayores. ¿Existirán males peores? Preguntaría yo.
Ante la vejación a la que se le somete al toro, está muy claro todo, los hechos, nos hacen sospechar, más bien evidenciar, que Victorino Martín sigue siendo el rey. Sus toros, modelo de bravura, autenticidad, grandeza, casta y verdad, siguen siendo el paradigma salvador de una fiesta que, tantas veces adulterada, toma aires de grandeza con este señor que, de la ganadería, ha hecho un modelo de verdad. Ciertamente, no son toros para los toreros llamados artistas, pero hay que ser muy artista para torear estos toros. Recuerdo, si se me permite que, en cierta ocasión, hace unos años, un torero artista, Sánchez Puerto, se enfrentara a estos toros en la feria de Madrid y, el diestro de Ciudad Real, hizo la faena más pura y bella que yo recuerde, precisamente, ante un toro de Victorino Martín Andrés. Y con estos animales, ahí están El Cid, Robleño, Padilla, Esplá, y una larga lista de hombres esforzados que, con todo su empeño, logran, cuando menos, la faena emotiva que, por la verdad y magnitud del toro, suele calar en el alma de los aficionados. Como antes decía, está claro que, todos los toreros, cada cual a su forma y manera, tienen mi respeto. Y no son precisamente sólo con los Victorinos. Siguen habiendo otras ganaderías legendarias, tales como Miura, Palha, Murteira, Dolores Aguirre, Adolfo Martín y algunas más que, entre todas, a falta de otras virtudes por parte de los toreros; virtudes artísticas, nos legan la bendita emoción que sentimos cuando aparece el toro de verdad y, un hombre, gallardamente, se juega la vida.
La disertación, por lo complejo del tema, podría ser eterna. Así, a grandes rasgos, les he intentado sintetizar lo que ha sido una temporada un tanto extraña y atípica. Sencillamente, muchas gracias por haberme escuchado.