Una corrida, para quién tiene afición, comienza mucho tiempo antes de que suenen los clarines y timbales de la plaza. Comienza cuando se selecciona el cartel, cuado miramos con expectación los nombres de la terna y la ganadería que será lidiada y escogemos el lugar que más nos acomoda, en la plaza.

Luego viene el tiempo, siempre eterno, que nos toma llegar a la plaza, entrar en ella y sentarnos en nuestro puesto.  Desde el momento en que salimos de casa sentimos una expectación y una ilusión que no se pueden describir con facilidad y en esos minutos previos al paseíllo, sentimos un poco de toda expectación que los matadores están sintiendo en el patio de caballos.

Cuando el primer toro salta a la arena la expectativa se acrecienta y uno empieza a tratar de conocerlo, a tratar de ver sus cualidades y sus fallas, llega el momento en que uno, a la par del matador, está juzgando la faena que necesitará, si se lo debe llevar muy embebido en la muleta o por el contrario, si necesita más bien que se lo cite de lejos.

Es triste pero muy pocos de los aficionados se dan este trabajo, el de entender al toro y claro, eso se hace evidente a la hora de premiar la faena, porque solo se juzga la labor del matador, sin juzgarla en relación al toro que le tocó en suerte, es decir que se está juzgando a uno solo de los alternantes.

Las pocas o muchas cualidades de un toro tienen, sin lugar a dudas una incidencia vital en la faena, si el toro se presta, es repetidor, noble y bravo; es mucho más fácil hacerle una buena faena, pero; si por el contrario, es un animal  de embestida poco franca, con malas ideas, al que hay que encontrarle el terreno y la distancia justa y enseñarle, pues allí, aún si la faena no es tan lucida, es donde se conoce al verdadero torero, al lidiador, al que sabe o puede hacer faena sin apoyo del animal. 

Desgraciadamente son justamente estas faenas las que, por lo general, la gran masa no valora y son estas faenas precisamente las que tienen más valor, las que muestran la real dimensión de un matador, las que nos demuestran si es una figura o simplemente uno más del montón.

Hacer un faenón con un toro bravo es algo que cualquier hombre que vista de luces puede hacer, pero, hacerlo con un animal que solo presenta complicaciones, es ser un verdadero lidiador, un torero a carta cabal.

Es cierto que la mayor parte de las veces esas faenas suelen ser una lucha constante por parte del torero, es cierto que no tienen el lucimiento y la magia evidente de las otras, pero son las faenas en las que se conoce al torero.  Quizá no merezcan al final ni música ni apéndices, pero son las que realmente muestran lo que el torero lleva dentro y de ahí su importancia.

Importancia que solo es evidente para quién se dio el trabajo de conocer al toro, de juzgar la corrida en base a las características del toro y al mayor o menor esfuerzo que el torero ponga en sacar a flote las pocas o muchas cualidades del toro.