1ªS.I.- La Fiesta camina de cualquier manera, digamos que de mala manera, por culpa de buscar no se sabe qué en la cría del toro, antes llamado bravo, que impide que la emoción sea el hilo conductor de cuanto sucede en el ruedo y sea la transmisión a los tendidos. Pero no esa cursilería de que “el toro no transmite” que tanto se dice ahora, sino que la emoción ha de ponerla el comportamiento del toro en la plaza. No siendo así, tendremos que cerrar.
Así nos ha ido la tarde de hoy, primera del larguísimo ciclo empalmado que nos ofrece la empresa de Madrid durante los próximos treinta y un días. Cada uno de los mas de tres cuartos que poblaban la plaza se preguntaban qué hacíamos allí soportando esa fiesta que languidece al ritmo de la desaparición del toro bravo. Un toro tras otro eran el vivo ejemplo de lo que suele salir por toriles tarde tras tarde y que con tanto esmero cuidan casi todos los ganaderos actuales.
Ni que decir que son descastados, flojos rozando la invalidez y puede suceder, como hoy, que ni siquiera algunos puedan presumir de presencia. En conjunto uno va viendo lo que aparece por toriles y empieza ¡en el primer día! a desear que esto acabe cuanto antes. Es imposible que la gente se pueda emocionar más allá de lo que supone la emoción de comprarse una coca cola.
Ruina lo de Salvador Domecq y también ruina el sobrero de Navalrosal. Este último añadió mansedumbre a lo ya citado, aunque luego tuviera codicia de manso en las primeras tandas de la muleta de Gallo. Ni un atisbo de esperanza en la plomiza tarde venteña.
Curro Díaz salvó con torería, buen gusto y una estocada el sopor de la tarde
Pero… como dije a la mañana en un programa de radio, los aficionados nos vemos obligados a ser optimistas por naturaleza o por… y ustedes ya me entienden y así, como contábamos en el cartel con un consumado artista, Curro Díaz, siempre queda una esperanza. Llegó esa esperanza al ver cómo el cuarto toro, el de más peso para los que siempre andan con la matraca de los kilos, metía la cara por el lado derecho. Los lances de recibo por ese lado ya eran algo y es que el toreo puede formar parte de la emoción que se pide, pero hace falta que sepa torear e interpretar el torero.
Por suerte lo teníamos delante y poco a poco aprovechó ese pitón del toro con la muleta. No terminábamos de creer que fuera posible emocionarnos, mucho menos cuando cogió la izquierda donde el burel no tenía un pase, pero lo hecho con la muleta en la diestra mano tuvo usía. El milagro de cogerle el sitio, la distancia, la velocidad y la altura -alguno dirá que cuántas cosas- pero era la medicina que había que administrarle. Acertó Curro y se enfrontiló con quien ofrecía ya medías arrancadas y surgió el toreo bello, de muñecas rotas y desmayo total. Bastaron dos series y el epílogo de las trincherillas y un solemne kikirikí en molinete. La plaza ya logró, gracias al torero que no al toro, emocionarse. Otra emoción que todavía transmite a los tendidos faltaba y ese volcarse con la espada lo ejecutó el de Linares arriba y de forma fulminante.
Aunque nos tengan prohibido emocionarnos y de ahí que nos echen esos toros, siempre nos quedara algún torero, no muchos, que sepan quebrar las muñecas y sentir el toreo bello. Tras del toro bravo, lo único que puede emocionar y sacarnos del sopor de casi todas las tardes. No es mala medicina para los tiempos que corren tener a Curro Díaz en los carteles. En su primero se mostró voluntarioso con el inválido que le mantuvieron en el ruedo; en ese ni él ni los espectadores disfrutaron de nada.
Juan Bautista estuvo dubitativo, desconfiado y hasta medroso y naturalmente no nos emocionó nada. Eduardo Gallo mostró mayor entrega pero no se encontró con el mansito sobrero que de cogerle el ritmo y el aire hubiera hecho posible algo.
A pesar de las prohibiciones que nos tienen impuestas, hoy nos hemos librado gracias a que había un artista en el ruedo. No crean que es poco. ¡Qué digo! es la parte que ha de poner el torero. Sin toros bravos y con pegapases se acabará la paciencia.