Cuando en una tarde soleada brilla el albero como si fuera un campo de oro, reluce la seda de un capote, viéndose como si fuera una gigantesca corola besando el suelo y, una mancha negra y brillante se cruza una y otra vez por entre los pliegues del trapo rojo, siente uno, que es parte de un acto de magia.
Algunos lo ven como magia, otros como un poema pero magia o poema, da igual; es una rápida sucesión de cuadros que ya se quisiera pintar el mejor de los pintores, cuadros que copan la vista, que se cuelan en el alma, que nos alejan, mientras dura su magia; de la prosa del vivir diario, nos llenan tanto que por unos momentos, solo vivimos en un mundo irreal, tan hermoso, tan vibrante, tan valeroso, que es, simplemente vivir magia.
El toro, negro, bravo, codicioso hundiendo su testuz, coronada de muerte en los pliegues sedeños del capote o en la muleta color de sangre, el traje de luces deslumbrando bajo la caricia ardiente del sol, una figura estática, serena, de pié ante la muerte y un animal bravío y noble que lleva en sus pitones, el triunfo o la sangre.
Estos son los magos que nos encandilan con su presencia, estos son los brujos que llenan nuestro espíritu, que bordando su faena nos alejan de la prosa y nos llevan a vivir la poesía. ¿Qué puede ser poesía trágica?, ¡si!, pero es allí, en ese rincón del miedo, donde reside la grandeza, en el desprendimiento generoso de arriesgar la vida, de jugársela por amor al arte, por regalar al tendido, unos pocos minutos de magia.
Una faena es mucho más que un toro defendiendo su vida y un torero arriesgando la suya, es un juego de vida o muerte que se borda con un trapo, es un momento mágico, es desprendimiento y valentía, es coraje y muerte, es triunfo o sangre, una faena es simplemente, magia.