Ante un evento de la magnitud del que se nos avecina para mañana, tal y como está programado, en que El Deportivo de la Coruña y El Real Madrid, se enfrentarán para el litigo de la final de la copa del Rey, ello, puede llegar a preocuparnos, al menos, a los menos insensatos. Me llegan noticias de todo lo que se está programando en La Coruña para dicho acontecimiento y, me pongo a temblar. Trenes fletados por el propio ayuntamiento, decenas de autobuses y cientos de vehículos particulares, todo, para ir a ver a su equipo a la capital de España. En Madrid, obviamente, al no tener que desplazarse, con una situación, digamos más cómoda, la gente se amontona en las taquillas del estadio para conseguir una entrada al precio que fuere. Ya se habla de verdaderas cifras de escándalo por una entrada en la reventa. Mañana, como siempre ocurre en estos casos, el país quedará paralizado ante la magnitud de este acontecimiento deportivo. Visto así, sin más análisis, hasta parece bonito que todo ocurra de este modo. Es, como siempre se dice, el poder de convocatoria de un espectáculo que, además de arrastrar a las masas, en ocasiones, hasta produce altercados impensables. La gente, por el fútbol, enloquece. Un eminente cirujano, por citar un ejemplo, puede, en un evento de este calibre, liarse a puñetazos con un contrario. Un abogado puede acordarse de la madre del árbitro. Y así, sucesivamente, todo, propiciado por un espectáculo que, como se demuestra, cambia a los corderos por verdaderos lobos, ante situaciones que, más tarde, todos pasan a lamentar.
Entiendo que, los aficionados, en un acto como el que enuncio, se queden frente al televisor para ver el partido. Lo que detesto es que, miles y miles de personas, entren al “trapo” que les enseñan y que embistan con una claridad meridiana. Así, con gentes inconscientes, es como otros muchos hacen los grandes negocios del siglo. Muchos -por citar a uno de los rivales- gallegos se les irá un buen pellizco en esta aventura que, mañana, con seguridad, lo lamentarán. Algunos, ya lo veremos, hasta se dejarán la vida por esas carreteras, todo, por presenciar un espectáculo que, como explico, se puede ver por la televisión, con más claridad y nitidez, por supuesto, que dentro del propio estadio. Pero, como siempre ocurre, el número de inconscientes es infinito y, gracias a ellos, viven como reyes gran parte de los futbolistas. Se habla de miles de millones por la contratación de un señor que le da pataditas a un balón mientras que, otros, eminencias de la cirugía, cobran, apenas un sueldo digno. A este respecto, recuerdo a Tomas Martínez Montemayor, cardiólogo de prestigio que, anduvo dos años en España en un gran hospital, operando a decenas de enfermos del corazón, sin apenas cobrar nada puesto que, según decían, estaba haciendo prácticas. Como estamos viendo, un hombre que salva vidas, apenas tiene importancia y, lo que es peor, reconocimiento. Sin embargo, un avispadito del balón, tiene todas las prebendas habidas y por haber.
Es sangrante que, ante un espectáculo de este tipo, un país, en su ingente mayoría, enmudezca, se paralice y, algunos miles, se gasten lo que no tienen para ver jugar a su equipo. Claro que, los jugadores, cuando alcen la vista hacia arriba y vean la cancha repleta, todos, seguro estoy, dirán; mejor pensarán aquello de que el número de lisiados de la cabeza es infinito, pero que no falten puesto que, gracias a ellos, los jugadores, viven como auténticos reyes.
Y no quiero ir más lejos puesto que, de hacerlo, yo solo me derrumbo. ¿Se imagina alguien todo lo que se podría lograr con el dinero que mañana se gastará la gente en este partido? Se podrían construir muchas viviendas sociales; se podría dar de comer a miles de personas en asilos, orfanatos o indigentes solitarios. Se podría construir un hospital en una pequeña ciudad. Se podría dar cobijo a miles de personas desvalidas que, venidas de aquende, no tienen un lugar donde albergarse. Se podrían hacer muchas obras sociales y remediar muchos males pero, la sociedad española, en este sentido, pierde el norte y la medida de su propia existencia. Es la Copa del Rey y, España, en estos días, no tiene mayores problemas; vamos, que ya ni les interesa el embarazo de una tal Norma Duval, ni el divorcio de un torero de las revistas del corazón que, ahora, al parecer, se ha dado cuenta que su mujer se la pegaba con otros. Es, a grandes rasgos, la España de la pandereta y las castañuelas, ahora, en esta final futbolística que, para muchos, será un evento más, pero para los de la boina, será el todo en sus vidas. Desdichadamente, muchos de los que mañana acudirán al estadio para gastarse lo que no tienen, al día siguiente, en la barra de un bar, despotricarán contra el sistema, contra sus empresas y contra todo bicho viviente. Son, claro que sí, las incongruencias de una sociedad enfermiza que, teniéndolo todo, no saben valorarlo.
Que gane el mejor, por supuesto. Pero debería de ganar España si hiciera caso omiso de un espectáculo tan rutinario y aparente, como de vacío en su contenido. Y, ante todo, quiero aclarar que no estoy en contra del fútbol; ni de ningún espectáculo. Bien es cierto que, lo que me molesta es la candidez con que se les explota a los sufridos seguidores que, apasionados, no son capaces de valorar a la presión que son sometidos, especialmente, al pasar por taquilla que, se les explota sin piedad y, ellos, sin enterarse. Una entrada de fútbol, en muchos casos, suele valer mucho más que el jornal que ha ganado un aficionado durante toda la semana. Siendo así, de pagarlo, luego no debemos de quejarnos si no podemos comer. Todo, con la coherencia de las gentes, podría ser mucho más barato. Si el estadio del Madrid, por citar uno de ellos, cada domingo, albergara a tres mil personas, el fútbol, de la noche a la mañana, pasaría a ser un espectáculo para todos los “públicos”. Por el momento, y lo será para el resto de nuestros días, un espectáculo en el que, sus protagonistas, con la candidez de los aficionados, acumularán fortunas jamás soñadas.