Apenas cinco lustros le han dado un cambio sustancial al mundo del toro puesto que, el cambio, en este mundillo, no podía ser una excepción. En el transcurso de este tiempo nos hemos encontrado con todos los cambios que se han producido en nuestra España y, los toros, de forma casi obvia, no podían sustraerse al cambio; algo muy distinto es que, lo nuevo, sea del agrado de todos; pero la realidad es la que vivimos. Hablo de las escuelas taurinas que, sin lugar a dudas, son la fuente en donde cientos de chavales por todo el país, pueden beber de la sabiduría de sus mayores, en este caso, de los maestros que rigen las escuelas taurinas que, en honor a la verdad, siempre enseñan buenas cosas. En Madrid, in ir más lejos, Gregorio Sánchez, Macareno, Joaquín Bernadó y otros profesores, sin remedio, tienen que enseñar cosas importantes puesto que, la ciencia que ellos atesoran, la que quieren transmitir a sus alumnos, es el bagaje más importante que pueden lucir los chavales nuevos.
A este respecto, vivimos en la España de la comodidad y en la que, muchos chavales, hasta tienen la fortuna de tener padres poderosos económicamente y, hasta le llevan en coche Mercedes a las escuelas. Me imagino la cara de los profesores cuando contemplan estas escenas y, seguro que, al recordar sus tiempos de maletillas, se les erizan todos los pelos de su piel; lo aceptarán con resignación, es cierto, pero no por ello dejará de sorprenderles. Fijémonos que, ahora, algunos padres, hasta empeñan fortunas para que sus hijos sean toreros y, muchos de esos hijos, pillos como nadie, sabedores de las debilidades de los padres por querer “lucir” de tener un hijo torero, les sangran a los padres, seguramente, como diría Charles Chaplin, pretendiendo vivir de sus padres hasta que lo puedan hacer de sus hijos. Ahora, como explico, casi todos los toreros se hacen a golpes de billetes. Antes, los toreros, se forjaban a golpes de corazón y, esta es la diferencia, como bien se denota en los ruedos puesto que, salvo muy pocos, todos están cortados por el mismo patrón y, parece que sólo les han enseñado una consigna: dar miles de pases sin fundamento y sin la menor calidad; alguien les ha dicho – y no creo que sean los profesores- que lo que priva es la cantidad y, la calidad, de eso no se habla nunca en parte alguna. Así, de este modo mercantilizado, se van creando toreros con un mismo estereotipo que, visto a uno, ya los has visto todos. Todo ha cambiado, es cierto pero, respecto a los toreros, los que tengan mis años, con toda seguridad recordarán a un torero que estuvo “cinco minutos” en el toreo y resultó ser mejor que todos los del actual escalafón, pero todos juntos. Me refiero a Juan García Mondeño, un torero que, como explico, sólo estuvo un “rato” en activo. Ya no nombro a los Camino, El Viti, Antoñete, Ordóñez “and company” puesto que, cualquiera de esos, era infinitamente mejor que tres mil “Ponces” de ahora. Y ninguno asistió a escuela alguna. Todo, por el contrario, se forjó en el duro camino de las ilusiones, de las capeas y de las circunstancias más adversas.
Como explico, algunos padres de ahora, a golpes de billetes quieren forjar a sus hijos como toreros cuando, en realidad, están creando gandules por doquier; ahí están las pruebas de todos los que empezaron y, casi con treinta años a sus espaldas, todavía no han trabajado. Más que padres, ejercen de niñeras y, así les ha ido a muchos. Antes, hace muy poco tiempo, recuerdo una anécdota que me contara el amigo Pepe Luis Vázquez Silva que, siendo hijo del irrepetible Pepe Luis Vázquez Garcés, éste le dijo a su hijo que, si quería ser torero, tenía que demostrárselo de verdad y, la mejor manera de explicarlo era irse solo por esas plazas de Dios para correr todos los riesgos del mundo, lógicamente, sin la presencia de papá. Seguro estoy que, el maestro Pepe Luis Vázquez, sufriría de lo lindo con su hijo, con la suerte que éste corriera pero, ante todo, quería formar y forjar, a un torero y, ante todo, un hombre, algo que logró por completo. Está claro que, el maestro de San Bernardo podía haber acompañado a su hijo con más méritos que nadie y, sin embargo, en vez de ejercer de niñera actuó como un hombre cabal y, el tiempo, como explico, le ha dado la razón puesto que, sus hijos, hombres de verdad, fueron capaces de fraguarse a si mismos.
Podrán existir miles de escuelas; como decenas de ellas existen, nada más cierto y, socialmente, en los tiempos que corremos, si se me apura, hasta las veo lógicas. Pero siempre, aunque pasen mil años, añoraremos aquella figura legendaria del chaval que quería ser torero y que, con lo puesto y sin nada, iban de pueblo en pueblo para jugarse la vida, aprender las lecciones de tauromaquia y, ante todo, a forjarse como hombres. Murió aquella figura mítica que tanto nos estremecía y que, ante todo, le daba autenticidad a la capea puesto que, los que allí lidiaban eran, ante todo, los toreros del mañana. Algo parecido eran los espontáneos, aquellos chavales que, hartos de esperar, veían, como la única puerta de la esperanza para ser reconocidos, tirándose como espontáneos. ¿O no dio la vuelta al mundo aquella foto de espontáneo de El Cordobés cuando se echó al ruedo de las Ventas? Eran, desde todos los frentes, tiempos diferentes, años de ilusiones, de hambres contenidas, de quimeras incumplidas y, ante todo, de hombres románticos que, su vida, apenas les importaba nada; todo era válido por conseguir su verdadera meta: SER TORERO.
Ahora, como último reducto, como estandarte único e irrepetible de los maletillas, nos queda CONRADO, un pedazo de historia salmantina que, con más de 70 años, sigue en la brecha con la ilusión de ser torero; todavía, con esa edad, es capaz de ir por los pueblos, torear, pasar el guante y, ante todo, serle fiel a su vida, a la que él eligió y que, con toda seguridad, tanta felicidad le ha reportado, cornadas e ingratitudes al margen.
