Cada día, bonita mía, cuando hablamos y nos contamos tantas cosas, ambos sabemos que, lo mejor de nuestras vidas, aquello que gritan nuestros corazones, queda inmerso dentro de nuestra inmaculada complicidad. Es cierto, somos cómplices de nuestras vidas y, ambos, sin contarlo, lo sabemos, lo sentimos y, de ese modo, el juego del amor, lo tenemos servido. Tú, en ocasiones, te quedas como ausente al escucharme; pero viviendo la realidad de todo lo que nos pasa que, a veces, sin palabras, tantas cosas somos capaces de decirnos. Cierto es que, cada día, tu te quiero, ese que brota de tus labios, me deja satisfecho, feliz y altanero; a ese te quiero, seguramente, le añadiríamos todas las sensaciones que juntos sabemos sentir pero, como sabes, triunfa nuestra complicidad que, sin muchas palabras, si nos sobran emociones como las que a diario sentimos.
Tú, sin pretenderlo, te erigiste en mi cómplice, como a su vez yo soy el tuyo. ¿Habrá algo más hermoso que sentir sin hablar? Eso somos nosotros, un dechado de ternura que, en ocasiones, hasta las palabras nos sobran. En cada instante de nuestra existencia, amadita mia, sólo de mirar tus ojos, logras estremecerme, de ahí, nuestra mágica complicidad; nuestro sentido hermoso por aquello que sentimos y que, como sabes, nos sobran las palabras.
Ahora, cielito mío, cierro los ojos, analizo nuestra vida y, ello, me suele dar la medida de lo mucho que me quieres. Te siento, te noto en cada instante de mi vida y, ese calor, traducido en amor, me hace sentir mis propios latidos del corazón que, de forma apasionada, sólo vive para ti. Tú, a su vez, sientes lo propio, siendo así, me atrevo a preguntarte, ¿se llama eso complicidad? La respuesta, queda muy clara. Nosotros, los dos, como arrancados de un cuento de hadas, siempre encontramos motivo para la ternura, para el amor y, los desaires que la gente se suele producir con sus acciones, ello, no va con nosotros, con nuestra forma de ser que, sin pretenderlo, respecto al mundo, nos encontramos, por encima del bien y del mal; a los dos nos fascinan las mismas cosas; esencialmente, cuando algo es bello, jamás nos paramos a pensar si era caro; es bello y, sobran los demás argumentos. Quiero esto decir que, nuestra complicidad, la llevamos hasta los extremos más insospechados. Juntos, ambos, los dos, en su día, fuimos capaces de rechazar toda crueldad en nuestra apasionada forma de vivir que, para desdichados, ya existen bastantes por el mundo. Ser cómplice es eso; entender la vida el uno junto al otro y, apartarnos de la rutina, de la vulgaridad y del estereotipo que funciona la sociedad en que, lamentablemente, unos viven para criticar a los demás y, en esa carrera absurda, se olvidan hasta de vivir, perdiéndose, por ello, el mejor de los placeres de este mundo.
Quiero ser tu cómplice eterno; hoy, mañana y siempre. Recuerda que, en este pacto bello que fuimos capaces de sellar, entre nosotros no caben amarguras ni despechos; sólo, esa bendita ternura que me entregas cada día, la cual, yo intento devolverte con ese reciprocidad que me caracteriza. A diario, bellita mía, es tu sonrisa la que lo dice todo, de ahí que, en tantas ocasiones, articular palabras, resulta casi innecesario; bien lo sabes.