Negar la existencia y eficacia de los nuevos medios de comunicación, sería tanto como negar la voluntad y acierto del hombre en estos menesteres de la informática y similares. Caminamos por derroteros distintos a los que emprendieran nuestros ante pasados en tiempos pretéritos. Todos los avances tienen su lado positivo; los que utilizamos e incluso nos beneficiamos de tanto avance de la técnica. Aunque, a Dios gracias, existen cosas, modos, formas y maneras de comunicarnos que nadie las podrá borrar de nuestras vidas. Me refiero a la inmortalidad de la letra impresa.
Pensar que, transcurridos muchos años, todavía nos podemos comunicar mediante las cartas escritas como lo hiciera Borges en su periplo europeo cuando le escribía a su madre en tierras argentinas. Aquella forma, aquel sentir, aquel modo de relatar lo que sentimos con pluma y papel, todavía no lo ha matado nadie, afortunadamente. Han pasado años, siglos y, la gente, en la distancia, se suele comunicar con la letra impresa.
Recibir una carta de un amigo que vive lejano, todavía, a Dios gracias, tiene caracteres de acontecimiento para el alma. Incluso oler el papel es algo subyugante; y mucho más si el papel es viejo. Ahora, en los modernos tiempos que vivimos, para escribir, utilizamos nuevos medios, llamémosle computadores o máquinas electrónicas, quizás con el fin de aprovechar mejor el tiempo. Aunque, la gente clásica por naturaleza, sigue utilizando lápiz y papel y, con su puño y letra, escribirle al amigo querido.
Alfonso Navalón, querido amigo y hombre de letras, todavía conserva en su alma su ancestro más bello por lo auténtico, por lo de siempre y, para él, el avance más grande que ha hecho la técnica, ha sido la clásica máquina de escribir de “toda la vida”; sin cables, sin memorias y sin nada; sólo las teclitas de siempre en las que, como se sabe, había que ser un verdadero escritor para no cometer faltas puesto que, de cometerlas, no se podían borrar.
Y, el colmo de la autenticidad viene dado por ese núcleo de gentes que siguen utilizando su puño y letra para escribir. Esta actitud, nos viene a demostrar que el tiempo no ha pasado, que seguimos siendo los mismos y que la técnica jamás desbancará los sentimientos de las gentes por aquello que han amado y que tanto les ha servido, como han sido las cartas personales.
Infinidad de cartas se amontonan en mi sala de escritura puesto que yo, he sido un afortunado receptor de las mismas. En mi vida ha sido siempre una constante esta costumbre tan bella. Ahora, todo lo achacamos a que no tenemos tiempo, a las prisas y a este mal vivir que nos hemos buscado que, las cosas más emotivas las dejamos olvidadas. Por el contrario, ese reducto de gentes que hemos sabido conservar esta costumbre idílica, nos sentimos afortunados. No en vano, disfrutamos de este sentimiento por la escritura que, a su vez, hace felices a los receptores de nuestras misivas.