Esta es la bella historia que ellos, Fernando y Katia, protagonizaron fuera de los ruedos pero que, la motivación de su amor, la forjaron en los recintos taurinos. A Fernando le conocí en España cuando vino el pasado año de banderillero. Es mexicano, como Katia. Ellos, toreros ambos, han forjado una historia tan romántica como apasionada, toda ella, jalonada por un intenso amor que, en el escalafón inferior y pasando desapercibida para la gran masa, lograron cautivar sus corazones.
En esta asquerosa sociedad que hemos forjado, al parecer, y los hechos así lo demuestran, se les permite todo a los de arriba, a los que, sin saber las razones, han logrado el estrellato. El mundo de los toros no se escapa de tales vivencias, por supuesto. Y digo todo esto puesto que, la figura de relumbrón, cuando efectúa un brindis a una dama, automáticamente, las revistas de corazón suelen captar la instantánea cual Luis Miguel y Ava Gardner al uso. Pero nadie capta que, Fernando, humilde banderillero, se acerque a la barrera y, en silencio, como en tono bajito, mire a la bella, a su Katia del alma y le diga: “ Va por ti, querida Katia”. Y, tras el par, la ovación de la plaza es de clamor, al tiempo que, la sonrisa de Katia le brota desde lo más hondo de su alma, pasa por su boca e ilumina el rostro del banderillero que, feliz y gozoso, ha logrado su objetivo artístico y, ante todo, el que le pedía su corazón. En las actuaciones de Fernando, es normal ver a Katia en barrera y, él, el torero de plata y actuaciones de oro, entrega su capote de paseo a la bella para que ésta, apoye sus brazos en la barrera y sienta la tersura de la seda, acariciando el capote como si acariciara las mejillas de Fernando.
Katia es licenciada en inglés, bellísima, joven, con una educación exquisita y, ante todo, gran aficionada práctica. Yo decía que es torera puesto que, los que torean, en mayor o menor medida, así se les puede calificar, aunque no sea ésta su principal profesión. Como torera, en un festival, se encontró con Fernando y, posiblemente, en los primeros muletazos de Katia, surgió la magia, la ilusión, la llama que les encendiera sus apasionados deseos por encontrarse en la vida. En aquella ocasión, Fernando actuó como pregón de brega de Katia y, más que ayudarle, encontró, en ella, la otra media naranja que estaba buscando.
Tras aquel encuentro, surgió esa llamarada que, entre un hombre y una mujer se llama pasión, amor, deseos locos por verse, por estar juntos, algo que, ella, Katia, ha practicado con inusitada decisión puesto que, ha acompañado a Fernando en innumerables actuaciones en distintas plazas mexicanas. Es, como estamos viendo, la historia de un amor verdadero que, lejos de las luces, de las cámaras, pasando desapercibido para los grandes medios, Fernando y Katia se sienten dichosos de sus existencias, sencillamente, por haberse encontrado. Ha pasado el tiempo y, Fernando, todavía se sigue quedando perplejo cuando, en cualquier rancho del país, Katia coge la muleta y, en silencio, crea arte para Fernando.
Katia enseña a sus alumnos la lengua de Chesterton, mientras que, Fernando, con capote y banderillas, crea obras bellas en los recintos taurinos, como yo pude comprobar en sus actuaciones en España. Ellos, juntos, como toreros y enamorados, han forjado una historia de amor increíble que, en silencio y sin testigos les ha reportado la felicidad máxima. Fernando y Katia consumaron su amor en aquel rancho de Aguascalientes, en la finca de su amigo en que, en una noche inolvidable, sellaron un pacto de amor eterno. En la citada noche, el matador con el que actúa Fernando, como amigo suyo antes que jefe, le trajo un conjunto de mariachis que, con sus lindas canciones, contemplaron y enaltecieron un amor tan apasionado como el que se profesan Katia y Fernando.