Deambulo por la calle a primeras horas de la mañana y, repente, como un buen presagio, me encuentro a un viejo conocido. El es Miguel, luchador, constante, hormiguita para su hogar, trabajador infatigable y portador de otras muchas virtudes. Hacía tiempo que no nos veíamos y, tras el abrazo de rigor le pregunto por todos los suyos y, en gesto cariacontecido, me cuenta sobre todos los problemas que ha tenido con la salud de su esposa. Yo no daba crédito a todo lo que Miguel me decía. Quiero pensar que Miguel lo ha pasado fatal. Según él, respecto a su esposa, ya se había puesto en manos de Dios. Al final, entre Dios y la ciencia, al parecer, han salvado a esta señora de permanecer en una silla de ruedas para el resto de sus días.
Confieso que, a medida que iba contemplando la cara, el gesto de Miguel, un nudo en la garganta se apoderaba de todo mí ser. Según sus declaraciones, el problema neurálgico de su esposa, a punto estuvo de tener consecuencias fatales. Mientras me platicaba mi amigo, al rememorar los pasajes de lo que resultó la intervención de su esposa, su cara se iba estremeciendo. Miguel sabía lo que se jugaba antes de que su esposa entrara en el quirófano. Me emocioné cuando de sus labios brotó la siguiente frase. “A la entrada del quirófano, Luis, me puse en manos de Dios; yo no veía otro asidero”.
Ha sido un encuentro mágico. Llevábamos tiempo sin vernos y, Dios del cielo, la noticia que me daba no era precisamente para dar saltos de alegría. Miguel se estremecía al contarme todo lo sucedido. Al final, gracias a la pericia de los doctores y a la protección divina, la esposa de Miguel se recupera de forma favorable.
La lectura que soy capaz de darle a esta historia es la misma que siente el alma de Miguel. ¿Que importan todos los bienes terrenos cuando ves que se puede apagar la vida de un ser querido? Tras este evento, Miguel, creyente donde los haya, a partir de ahora me temo que, cada día, al levantarse y ver que todos los suyos están bien, pensará que cada mañana será la gran noticia de cada amanecer. Ha sido, la de Miguel, una historia muy dura, muy cruda y muy realista. Mientras me relataba, no tengo rubor en confesar que me estremecía. Este hecho, de propagarlo, seguro que pondrá a pensar a muchas gentes. Ver que, de la noche a la mañana, se puede extinguir para siempre la vida de un ser querido y que, aun teniendo dinero, sólo puedes aferrarte a Dios y a su misericordia.
No pretendo concienciar a nadie. Quiero mostrar, eso sí, el dibujo, de un caso que le puede suceder a cualquiera. ¿Qué es la vida sin un sueño? Si nuestra existencia nos aparta de los sueños y nos sumerge en quimeras vacías y sin sentido, un día podemos vernos en el caso de Miguel y, en ese instante, rememoraremos nuestro pasado y será cuando sintamos pena por aquello que quisimos hacer y no tuvimos valor para llevarlo a cabo. Nos aferramos al tanto tienes tanto vales. Dicho así, para ir de compras, hasta suena realista. A la hora de la verdad, ni el tanto tienes sirve para nada puesto que careces de lo más elemental: la fe y el amor para todos los que te rodean.
Yo, mortal como el que más, debo de confesar que la confesión de Miguel me hizo pensar muchísimo. ¿Usted piensa lo mismo?