Ayer, lo reconozco, fui uno de esos miles – igual millones- de españolitos que, sin poder estar en Las Ventas, me senté frente al televisor para ver la corrida en que comparecía José Tomas. NO me gustó y, lo que es peor, cada vez estoy más convencido de la bondad del público de Madrid que, como se demostró, jamás olvida nada. Me explico. Tomás que ha dictado lecciones inolvidables en este ruedo, ayer le recibieron con aires de obispo y, desde que hizo el paseíllo, tenía bula para todo. No fue, con mucho, su mejor tarde en Madrid; más diría que resultó todo zarrapastroso y, el toreo, el de verdad, le surgió cuando no era el momento. Apenas dos series de naturales a destiempo no son argumento suficiente para justificar tanta expectación. Pero no importaba nada. El santo público venteño estaba por la labor de aplaudirlo todo y, todo valía, hasta los bajonazos. Pudo haber hecho mucho más puesto que, el evento, lo merecía pero, ya sabemos que, aunque hayan querido endiosar al torero de Galapagar, a fin de cuentas es un mortal más que, en un momento determinado puede no “encontrarse” a sí mismo, como le ocurrió en el día de ayer. Está claro que, tenemos razones más que sobradas para pensar que, el “dios” del toreo no existe. Tenemos un torero válido como es José Tomás que, ayer, Madrid, le perdonó todo, le absolvió para siempre de todos sus pecados y por ahí anda, limpio de toda culpa.
En este mismo festejo, negar la voluntad de Manuel Caballero sería un acto sacrílego. El torero de Albacete quiso y pudo; y pudo a su manera que, tras cortar una oreja sin peso alguno, enfrascado aquel público con la vorágine que sentían hacia el ídolo – Tomás- le dieron una oreja a Caballero que, hoy, con toda seguridad, nadie la recuerda. En estos ambientes de triunfalismo, suelen ocurrir esas cosas. ¿Pudo hacer más este diestro? Pero, ¿no hizo todo lo que sabe? Siendo así, cómo le vamos a pedir más. Pedirle peras al olmo es un acto de barbarie que, nadie debe estar dispuesto a ello. Caballero es como es; alto, vulgar, trabajador, eficaz y, como telonero, hará innumerables paseíllos puesto que, por sus formas, no “molesta” a la figura de turno, por tanto, ¡qué buen papel tiene asumido¡ Magnífico, bravo por el torero de la Mancha.
Y estaba allí Morante de la Puebla. Reconozco las limitaciones de este artista genial puesto que, de tener más “ánimos” podría llegar a ser lo máximo en esta fiesta hermosa que, en ocasiones, hasta nos puede llegar a apasionar, un sencillo pega pases, que no es el caso de Morante. Los artistas, y más si son de allá abajo, tienen unas peculiaridades especiales. En ocasiones pienso que, cualquier loco puede ser valiente pero, ser artista, caso de Morante, es otra historia. Y los artistas no son locos; todo lo contrario. Piensan, analizan, razonan y, en demasiadas ocasiones, deciden no ir a la “guerra”. El arte, como se sabe, tiene estas particularidades que, en manos de sus protagonistas, o se llega al todo o a la nada.
En este festejo, Morante nos obsequió con retazos carísimos de su torería casi perfecta. Tanto con el capote como con la muleta, Morante nos ofreció algunos capítulos de su torería particular, de su sentimiento por el arte y, sin llegar a redondear nada, algunas de sus intervenciones a la verónica y, más tarde al natural, nos supieron a gloria. Le costará mucho a Morante entrar en Madrid, es cierto. Pero es verdad que, cuando cuaje un toro en esta plaza, a partir de ahí, Morante será el ídolo predilecto de esta bendita afición de paladares refinados que, hasta es capaz de comprenderá los valientes sin desdeñarles en lo más mínimo su predisposición. Tengo claro que, Madrid espera a Morante; es algo que se barrunta desde lejos. Y él lo sabe; se deja querer; camina despacito, sin prisas, sin agobios ni apreturas; son, evidentemente, los síntomas del arte.
Este Morante de la Puebla, artista donde los haya, no llegará jamás a las cotas de otros toreros; ni los demás a las de él. Morante no está predestinado para miles de faenas premiadas con orejas puesto que, su toreo, su ciencia, no es la de otros que, a base de muchos mantazos, convencen a las gentes pueblerinas y cortan muchas orejas. El problema de Morante es su propia persona; que igual interpreta el toreo – o lo intenta- en Madrid que en Ajalvir. No tiene, Morante, la otra vara de medir que casi todos los toreros utilizan en provincias; no. Quedó claro que, Morante, en la corrida de ayer, se marchó satisfecho de su actuación venteña aunque, él, sin que nadie se lo diga, sabe que pudo dar más. Pero un achuchón, le hizo recordar aquel mal trago del pasado año en Sevilla y, a partir de ahí, apenas nada más logró. Aquella cornada de Sevilla de la que, anímicamente, todavía sigue dolido, le frena en muchas de sus actuaciones. Morante será, mientras él quiera, la gran esperanza para el arte; el torero que, a lo largo de la temporada, nos podrá ofrecer alguna que otra faena soñada. Ciertamente, si alguien embrujó ayer a las Ventas, fue Morante; retazos, pinceladas, atisbos..... Pero de una calidad infinita.