Se quejan, los profesionales de la fiesta, de todos aquellos advenedizos que, sin que nadie les llame, entrar a formar parte del entramado de la organización de espectáculos taurinos y, por su forma de actuar, desprestigian a todo el colectivo honrado de la fiesta. Algunos, casi todos, por aquello de buscar notoriedad y dar rienda suelta, entre comillas, a una sarta de millones ganados nadie sabe cómo, se adentran en el mundo de los toros, todo, a golpes de billetes en cuanto a que les concedan licitaciones de plazas de toros. Una vez conseguidas éstas, lo demás, es coser y cantar. Intento explicarme.
Estos intrusos mercachifles de la explotación de seres ilusionados como son los toreros sin vitola, abusan sin piedad de estos hombres que, sin fortuna y sin agallas por cantar la verdad, claudican ante la barbarie que supone aquello de jugarte la vida y no cobrar, a sabiendas de que, el empresario, ha sacado un dinero importante con el paso de los aficionados por la taquilla.
Esta gente sin escrúpulos, los que no pagan y, para mayor desvergüenza, se mofan de los toreros, luego, aparecen en recepciones, revistas y diversos medios de comunicación cantando sus hazañas. Tienen dinero y, con ese poder absurdo en el que compran voluntades, les dan cuartelillo quiénes son como ellos; es decir, los que pierden el culo por aparecer junto a los famosos de turno porque, por lo visto, estar junto a los pobres, no les produce placer alguno.
Intrusos son todos aquellos que, sin profesionalidad, sin conocimientos, pero con una fortuna que sólo la enseñan, se hacen cargo de plazas de toros que, sobornando a ciertos políticos, consiguen en anhelado poder para satisfacer un ego lamentable que, de no ser por esta cuestión, jamás lograrían. Luego, claro, vienen las fatales consecuencias. Organizan espectáculos y, quiénes debieran, se quedan sin cobrar y, en el mejor de los casos, les entregan las migajas. Todo esto viene dado con tener un par de plazas de toros. Imaginemos quienes consigan varias; entonces, el poder ya es irresistible. Les dicen, a los muchachos, el cuento de siempre; hoy te pongo en esta plaza, mañana en la otra, al día siguiente te repito pero, ahí tienes lo que hay, les dicen a diario. Y, lo triste, lo lamentables que, los toreros, con ese valor tan grande que tienen para jugarse la vida, no saben defender su dinero, el que han ganado con toda la honradez del mundo. ¿ Habrá dinero más legal que el que puedan pagarle a un hombre cuando se ha jugado la vida? Y, sin embargo, abusando de las criaturas, los advenedizos, ni les pagan y, para colmo, los humillan si se ponen tercos.
Comprendo al profesional de toda la vida y, lo admito y aplaudo. El empresario que, ajustando la cantidad de antemano, al finalizar el espectáculo abona lo convenido. Podrá ser más o menos, no importa si previamente se ha pactado y se ha cumplido. Ya se sabe que, un contrato lo firman dos partes que se ponen de acuerdo. Lo repugnante es adentrarse en esa materia a sabiendas de la falta de valor de los toreros y abusar de los mismos con esa soberbia con que se les trata. Es algo así como pegarle a un niño chico que, todos sabemos que no se puede defender. Así son los toreros con los empresarios de la miseria y de la maldad. Les dan lo que quieren y, ellos mismos, en sus mansiones, siguen pensando lo mismo: ¿ Existirá un valiente que nos denuncie? Y, como se sabe, todavía no ha salido alguno que les diga la verdad. Siendo así, se sienten poderosos, reyes del universo y, si algún despistado se le ocurre decir alguna que otra verdad, pronto llaman a sus medios de difusión, desmienten la noticia y todos contentos.
Son los entes propietarios de las plazas de toros los que, en primera instancia, deberían de velar por la autenticidad del espectáculo, en este caso, desde las raíces por aquello de saber en qué manos cae una plaza de toros.