En plenas caricias de su cuerpo junto al mío, a medida que avanzábamos en aquel paseo soportando, mejor diría, bendiciendo aquella lluvia fina que nos mojaba, nuestras miradas se regalaban lo mejor de nuestras ilusiones. Cuando casi todos se enojan con la lluvia, nosotros nos alegramos puesto que, nos despertaba; nos despertó de aquel letargo que padecíamos y, gracias a la lluvia, supimos encontrar un nuevo motivo para el amor.
Paseábamos sin rumbo y, cogidos de la mano, sentíamos el calor de nuestras almas. Sabíamos que, juntos, teníamos el amor y nada más nos importaba. Tú me mirabas, con esos ojos que me regalaban ternura; yo, hacía lo propio sintiendo el embrujo de tu mirada, de tu cuerpo todito.
Caía la tarde vencida por el propio día y, en ese instante, crecía nuestro amor. No puedo explicarte las razones, pero así lo sentía. Te sabía mía y yo era tuyo. ¿ Podíamos pedir más? ¡ Imposible¡ Lo teníamos todo. Éramos felices. No nos importaba el mundo. Quizás que, el mundo, de saber nuestro amor, jamás nos hubiera comprendido.
Recuerdo, querida mía, aquel primer paseo en nuestro primer encuentro y, todavía me extasio con tu mirada, con el sonrojo de tu carita bella. Llovía, es cierto. Por esta razón, cada vez que llueve, ambos, como empujados por un resorte mágico, sin mediar palabra, evocamos aquel día irrepetible e inolvidable.
Ahora, años más tarde, nos sigue quedando la misma ilusión que el primer día y, ese es el triunfo de nuestro amor. Han pasado los años y, la lluvia, el trinar de los pájaros, las flores silvestres, los atardeceres y las olas de la playa, entre tantas cosas bonitas, nos seguimos emocionando como la primera vez. Es, cariño mío, el producto de tu magia, de calidad como ser humano, de tu candor de mujer hermosa, lo que me cautivó para siempre.
Viniste desde muy lejos para darme toda la felicidad posible. Tú, con tu amor, con tu ternura, con tu encanto de mujer, me demostraste que, el amor, todavía sigue siendo posible. Sabes que, en ocasiones, el tiempo, sin atender razones, erosiona la relación entre el hombre y la mujer. Tú, sin embargo, con tu magia arrebatadora, supiste conquistarme de forma eterna. Te sabías mía y, tu gracia, ante todo, consistió en lograr que, para mí, fueras tú la única mujer del mundo a la que amara. Ese logro, vida mía, es tuyo, sólo tuyo.
Fuiste, lo eres, mi amiga, mi amante, mi mujer, mi musa, mi hombro en donde llorar mis penas, inclusive. Por estas razones, lograste que, la lluvia, nos siga emocionando y, a su vez, recordando los pasajes más bellos que juntos hemos vivido. Ver llover, amada mía, es un signo, diríamos el más bello signo de nuestro amor puesto que, en una tarde lluvia, en aquel paseo hacia ninguna parte, supiste darme todo tu amor.
Los años, como has visto, han acrecentado mucho más aquel amor que me diste con la reciprocidad de todo el que yo te di. Juntos, como el tiempo ha demostrado, supimos forjar la pareja perfecta, algo que, sólo Dios podrá destruir.
Así, de tu mano, quiero continuar el resto de mis días: paseando, riendo, viviendo, sintiendo y, ante todo, amándote.