El cielo está encapotado, llueve. Es un día gris de connotaciones melancólicas para mi alma pero, esa lluvia que a tantos molesta, a mí me agrada porque me estimula, me despierta y, ante todo, me hace sentirme vivo.
Era como hoy, un día de lluvia cuando ella me dijo que me quería. Yo también te quiero, me susurró al oído. Han pasado muchas fechas y, jamás he podido olvidar su frase hermosa. Su voz, aquel maravilloso día, sonó distinta; tenue, casi sin alientos, pero con la convicción de su amor, nada más estimulante para mi vida.
Desde aquella irrepetible fecha en que ella me diera su amor, todo en mi es fuerza, armonía, convicción y bondades que ella me inculcara. Ella es el amor, por tanto, de sus amores y bondades roció todo mi ser. Ahora que la tengo a ello comprendo la desdicha de mi vida antes de que me entregara su amor.
Ella ha vuelto, como aquel bello día, con la ornamenta de las nubes en el cielo, manando agua sin cesar para que no olvidáramos aquel memorable encuentro. Si todo en ella es magia, comprendo que se aliara a nuestra existencia, en este día memorable, este hecho singular de la lluvia como compañera de nuestras ilusiones, como en aquel evento en que me entrega su amor más puro.
Una vez más hemos vuelto a donde solíamos; al parque de las flores silvestres; el lugar maravilloso en que, por vez primera, me confesaba que no podía vivir sin mí. De nuevo, las flores mojadas por la lluvia, parecía que, de sus hojitas se desprendían lágrimas de alegría al vernos juntos de nuevo. Era, ante todo, las mismas lágrimas que se desprendían de nuestras mejillas, tras habernos dado un beso de amor.
Nos quedamos abrazados. Sentíamos el calor de nuestros cuerpos y, ni el frío otoñal era capaz de lacerar nuestros rostros puesto que, nuestro amor, nuestra pasión, superaba todo trance climatológico. Sentía que me amaba; sentía su perfume; sentí sus latidos; sentía la felicidad, la que ella me dio y la que solo Dios me podrá arrebatar.
Habíamos sellado un pacto de amistad. Ante todo, fuimos amigos; lo somos, hasta que la muerte nos separe. No se puede llegar al amor sino existe primero la amistad. Nosotros, de la amistad, enarbolamos la bandera más excelsa de este mundo. Tras este cariño que brotaba desde lo más profundo de nuestro ser, vino el amor; pero llegó como premio, como bendición divina tras nuestro comportamiento cívico y solidario con nosotros mismos.
Alabado sea Dios que ella ha vuelto junto a mí. Tu sabes, vida mía, lo que has supuesto, lo que supone tu existencia en el devenir de mi vida. Nadie como tú ha sabido de mis luchas internas, de mis sueños del alma, de mis ilusiones a veces truncadas..... Tú, en tus bondades infinitas me alegraste la vida, arrebataste mi ser y, puedo jurarte que, gracias a ti, un día, descubrí que sigo siendo un hombre, precisamente, aquel día que te tuve entre mis brazos. ¿ Te acuerdas? Yo si te digo que, para mí, será imposible de olvidar.
Yo también te quiero, me dijiste. Recuerda que yo te sigo amando.