En ocasiones, a cualquier criatura mortal, una adversidad, le puede dañar hasta lo más profundo. Y es muy cierto puesto que, estamos hechos a imagen y semejanza del creador, de ahí nuestras limitaciones, las que El nos impuso para que, entre alegrías y penas, supiéramos valorar los grandes momentos de nuestra existencia. Todos, de alguna manera, tenemos miedo a caer en la depresión; ese estado emocional en que, de la noche a la mañana, se nos apaga la luz del alma y, hasta respirar, nos parece un hecho penoso. Sin embargo, el ser humano, por propia naturaleza, es mucho más fuerte de lo que él mismo pueda imaginar. Ya lo dijo Baudelaire: el ser humano puede aguantar todo lo que Dios le mande y, un poco más. Es cierto. Yo pasé, como todos los seres humanos, por trances amargos y, aquí estoy, cantando espero a la muerte.
Y hablando de la fortaleza del ser humano como tal, es de admirar que, ante este hecho, los más desposeídos de cosas materiales, felizmente, suelen ser los más fuertes. El rico tiene problemas y, el pobre, mantiene intactas todas las ilusiones, de ahí la esperanza por un mañana mejor y, a su vez, la bella idea de relegar, a un último término, aquello que llamamos como depresión. Se deprime el rico el que, no sabiendo valorar todo aquello que le rodea, es capaz de sentirse pobre y solo. Quizás que, tenerlo todo, pueda ser el síntoma de la peor de las desgracias; todo, en lo que a posesiones mundanas se refiere. El que anhela un mañana mejor, le queda capacidad para soñar, para vivir, para sentir, para reír y, ante todo, para buscar un mañana mejor que le reporte cumplir esas pequeñas quimeras que tan felices son cuando lo logran.
Me temo que, hace muy pocas fechas, sin pretenderlo, ese enigma de hombre que atiende por Facundo Cabral, con su acción, quiso darle otra lección al mundo y, de forma concreta, a los que puedan sentirse depresivos en su alma y en su cuerpo. Es “vox pópuli” que el maestro Cabral está abatido por una cruel enfermedad; digamos que, como él confesara, todo está en manos de Dios y, como explicó, hace pocas fechas, en Mendoza, posiblemente, quiso despedirse del mundo y, hasta subió al escenario de un teatro para cantarle al mundo sus últimas canciones, ejemplo de grandeza, de fortaleza, de sabiduría y, ante todo, de esa fe inquebrantable que le ha hecho diferente y mágico al resto de los humanos. Facundo, por las connotaciones de su vida, pudo haber sido pasto de la más cruel depresión y, por el contrario, supo vencer a dicho mal y, en enfervorizada lucha contra su enfermedad, hasta tuvo valor para actuar en un teatro de Mendoza. Siendo así, ¿dónde está la depresión? No existe depresión si eres capaz de mirar hacia delante; no existen barreras si tienes un corazón luminoso; no hay peor traba que la que uno pueda ponerse. Es más; yo veo a las personas y, me queda la dicha del propio análisis. Jamás ví a un pobre deprimido. Y cuando digo pobre lo hago con el más bello sentido de la palabra; pobres son los que no tienen ilusiones; ricos, aquellos que, sin tener grandes posesiones, laboran en aras de un mañana mejor y, ante todo, por ser afortunados ganadores de aquello por lo que han luchado. ¿Cómo puedes deprimirte si todavía te quedan fuerzas para mirar hacia atrás? Si lo haces, seguro que te sientes inmensamente rico.