Bogotá, como todas las grandes urbes del mundo, lamentablemente, suele hacinar a demasiados seres indigentes. Se trata de un confín de personas que, dejadas de la mano de Dios, no tienen ni para lo más elemental, como es alimentar sus maltrechos cuerpos. Yo visité aquella ciudad y quedé aterrado. Nunca podré comprender aquel modo de vida, claro está, partiendo de la base de nuestro modus vivendi en España. Aquende, gran parte de la población viven como en realidad deben vivir los seres humanos. Verdad es que, como todo pueblo, también tenemos nuestras carencias y penurias, pero la ingente mayoría vive con dignidad.
Colombia es, ante todo, un país hermoso, con un clima excelente y con una densidad de lluvias que le dan vida a sus tierras, a sus gentes. Allí, todo es hermoso pero, ¿saben? Falla lo más elemental: la solidaridad de los políticos para con sus gentes. Existen demasiadas trabas sociales que llevan implícitas unas desigualdades tan dramáticas que, todos los que no tienen pan, y son muchos, buscan la forma de conseguirlo, sin importarles el precio. Se me parte el alma cuando veo que en Colombia, una vida, apenas vale nada. Hace unas fechas asesinaron a un muchacho en plenas calles de Medellín. Se trataba de un atracador, dijeron, aunque quien sabe. La verdad es que, los taxistas, al verse acorralados por este muchacho, no dudaron en asesinarle. ¿Quién tiene la razón? Bonita pregunta para ser contestada.
En Bogotá conocí a una mujer espléndida, maravillosa en su alma y en su generoso corazón. Ella es Nora Vázquez. Nora, trabajadora infatigable, sus horas de ocio, de diversión o descanso, los dedica a diario en favor de los indigentes de su país. Allí, en plena calle, acude a uno de los lugares que podríamos llamar como albergue de los más necesitados. Conocí el lugar y sus circunstancias y me aterré, lo juro. Nunca pensé que la indigencia resultara tan brutal en Colombia. La función de Nora consiste en recoger ropa usada, alimentos casi inservibles, así como cualquier tipo de víveres para ayudar a estas gentes tan necesitadas. Con razón dicen que Dios da el mal y la medicina. Es cierto. Todas estas gentes desamparadas tienen, en el grupo de Nora, ese apoyo, esa ayuda que les hace pensar que, un día, Dios sabe cuando, las cosas podrán cambiar.
Vi llorar a Nora ante su impotencia por ayudar a tantos seres desvalidos. Ella me contaba sus ilusiones y que éstas, consistían en que, un día, tener dinero para poder resolver todo el drama que a diario estaba viviendo con sus compatriotas sumidos en la miseria. Personas como Nora son las que, a diario, nos hacen creer en la raza humana. Y son muchas las chicas de su grupo que, como digo, consagran su tiempo, su escasa plata y su enorme esfuerzo, en ayudar a los que menos tienen, a los descamisados como dijera en su día Eva Duarte de todos los pobres de su país.
Quise conocer la cruda realidad del país hermano y, me vine aterrado. Y, como me contaron, menos mal que no acudí a las zonas rurales de Colombia ya que, según me contaban, allí, una vida, no vale absolutamente nada. Y es que, desde la perspectiva de España, jamás podremos entender que un país como Colombia, tan rico en tantas cosas y tan pobre con miles y miles de personas que, por no tener, no tienen ni un techo donde cobijarse, ni un plato de comida. No falta quien dice que Colombia está a un paso de una guerra civil. No me extrañaría nada. Si no ha estallado aún un conflicto enorme es por la tenacidad de todas las personas como Nora que, con su ilusión, su trabajo y su abnegación, mitigan en gran medida el gran drama de los indigentes colombianos. Sólo les faltaba, ahora, el terrible terremoto.
