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Antolín Castro  
  España [ 05/06/2004 ]  
S.I.04 - LA FAENA

Y llegó el final, a salvo la novillada aplazada, y llegó Victorino y también llegó El Cid y con ellos llegó el misterio del toreo auténtico, el puro, el de verdad. Hondo y profundo. Y había gente que no se podía contener, y lloraba. Y lloró también El Cid, pues su tizona no hizo diana en la anatomía del toro. Y por esa desgracia, casi termina llorando todo el mundo. Sin embargo, curiosamente, la Fiesta no. La Fiesta estaba de ídem. Y no era para menos: 5 de Junio, San Natural.
 Y llegó, menudos condimentos, un toro de codicia e insuperable nobleza y un torero pleno y pletórico, que se propusieron dejar claro cómo es el toreo al natural. Cómo debe ser una faena desde la verdad y aderezada de la belleza que supone su autenticidad. Y se desgranaban las series de naturales, bajos y profundos, largos y bellos y aquello parecía no tener fin. La distancia debida y nuevas series, cada vez más largas y hondas, abrochadas con pases de pecho que eran el oxígeno necesario para empezar otra vez. Y entre tanto, torería y despaciosidad para poder saborear el torrente de toreo al natural. Hasta la forma de andar, de citar, era natural, sin ninguna afectación y la obra, pues obra era, se consumaba en su totalidad. Esa era y quedaba plasmada en la plaza, la Faena. Una faena de verdad. Pero no solo la faena de la feria, sino la faena de todas las ferias y con ella ya no hay hueco para las cursiladas de las técnicas asombrosas con los inválidos, que esas son otra clase de faenas que tiran la Fiesta para atrás.
 La faena soñada, en Madrid, con un toro de Victorino y en San Isidro ¿cabe más?. Pues no, no cabe más. A esa obra solo le falta redondearla con la tizona de El Cid. Pero la tizona de El Cid es de un acero inolvidable, pues nunca se le ha de olvidar que con ella no sabe rematar las grandes faenas. Esa herramienta le juega a él muy malas faenas, a pesar de las buenas faenas que ejecuta Manuel Jesús. Cierto es que se tiró arriba, pero el estoque no entró en los tres pinchazos que necesitó. La plaza compungida  supo reaccionar y secarle las lágrimas que a mares derramaba en el callejón. Clamorosa vuelta al ruedo del artífice del toreo al natural.
 Le quedaba un toro y de nombre Velador, como aquel que un día se indultó en Las Ventas y que forma parte de la leyenda de esta plaza. Y El Cid se propuso triunfar y no dejar que fuera un espejismo cuanto había hecho en su primero. Este toro ni era el Velador del indulto, ni siquiera tenía la bondad del anterior, pero El Cid sí. Él si quería dejar claro que el que había toreado al natural de forma tan solemne no fue el toro sino él. Y entregado y dispuesto volvió a dibujar una faena difícil por su exposición y meritoria por su dificultad. Y cuajó derechazos y naturales de indudable sabor y estuvo por encima del toro y con ganas de arrancarle lo que el otro se llevó. En esta ocasión la espada le acompañó y aunque ligeramente defectuosa, le hizo merecedor de una oreja. Nueva vuelta triunfal y con la misma firmeza que apretaba la muleta en aquellos ya inolvidables naturales, con la misma apretaba la oreja en la mano que tanto esfuerzo le costó tener.
 Fernando Robleño no pasaba por allí, sino que estaba anunciado y quería dejar constancia de ello. Y se aprestó, tras lo visto con su compañero, no quería estar detrás. Hizo una faena meritoria en su primero, con sobresalto incluido, tragó y confeccionó buenas series, pero el espadazo fue infame en la tabla del cuello y eso no puede ser digno de una oreja de Madrid. Si en el toro anterior todos nos tuvimos que contentar con lamentarnos de mal uso que hizo El Cid, a pesar de un toreo tan excelso, aquí ese fallo con la espada, debió de reportar el mismo lamento y no pañuelos por doquier. Y es que con ver que el toro se muere muchos ya tienen bastante. Esa es la mala educación de años en la televisión. ¡Pero le va  a hacer mucho daño, ahí tiene mucha muerte! ¿Les suena?.
 También lo intentó en el sexto, pero con menos convencimiento, y no lo pudo lograr. Aquella oreja mas otra le abría la puerta, y eso hubiera representado una ofensa para el verdadero triunfador, que no fue otro, en el día y en la feria, que El Cid. Esplá hoy poco aportó, si bien su forma de colocar al caballo a los toros, debía de hacerse asignatura obligada para los toreros, al menos los que vienen a Madrid. Tuvo el peor lote y tras la faena -día de faenas, ya ven- del presidente en cambiar al toro que estaba puesto al caballo para recibir el tercer puyazo, con el toro muy crudo, tiró por la calle de en medio y se le quitó de encima. La gente le pitó con fuerza. En el otro cumplió sin más.
 A alguien le podía parecer excesiva la tercera entrada al caballo, -cómo está esto que parece de otro mundo una tercera vara- además con un toro que se lo pensaba al acudir, pero si así se ha construido el tercio, administrando el castigo, se hace necesario picarle una vez más. El presidente Sr. Muñoz, como mal aficionado que es, recuérdese la vuelta al ruedo al Torrestrella que ya verán como no se lleva ni un premio al mejor toro, ni se enteró y en vez de picar al toro, al que picó fue a Esplá. Además nos privó de seguir viendo la torería de Anderson Murillo en su forma de citar y de llevar el caballo, aunque luego las dos varas no le cayeron muy allá.
 Corrida desigual de Victorino, que en el primero, que se llegó a echar, parecía de la banda comercial, pero que en el conjunto, una vez más, ha mojado la oreja a todo el escalafón ganadero. Pero eso es tan fácil, que mañana mismo, si me hago ganadero, lo consigo hasta yo. Lo de Victorino empieza a no tener mérito, aunque le rogamos que no nos deje solos y abandonados a los que creemos en la plenitud de la Fiesta.
 Como habrán visto los queridos lectores, hoy hemos dedicado casi todo el tiempo a cantar la belleza del toreo y de la Fiesta. No nos importa hacerle publicidad. Así sí. No siempre nuestras crónicas tienen que ser para denunciar, lo que quisiéramos nosotros es permanentemente cantar, pero quién nos vuelve al 1966. Hoy ha habido oportunidad y mostramos nuestra satisfacción y hacemos promoción del Arte de Torear. La diferencia, con los cronistas taurinos del colorín, estriba en que esta defensa se apoya en la autenticidad y la suya, solo en los intereses creados. Los de ellos, periodistas a sueldo, también.

 
   
 
   
Antonio Lopez 21/11/2004  
 
El Cid no torea mal, pero usa el pico con disimulo, con disimulo descarga la suerte y con estas ventajas engarza pases largos pero superficiales, dentro de lo que hay se agradece la estetica, pero no es de recibo que lo que al Cid se le aplaude se recrimine a otros, el liston debe ser igual para todos.
 
 
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