Nos referíamos días atrás, bajo el mismo título, a la los carteles de la Feria, sí, pero la de 1966. En ellos se hacía imposible su mejora, ya que estaban llenos de toreros -no los que se visten, sino los que lo son-, llenos de torería, llenos de ilusión para el espectador al estar impregnados de la magia del toreo; esa que te hacer ir a la plaza con el deseo de que durante el festejo se haga presente el milagro que siempre es el toreo auténtico. Pues bien, al parecer no sólo era yo, naturalmente, el que estaba convencido de ello. Muchos han sido los aficionados que han dado la razón a cuanto allí se decía. Ni uno sólo, lo contrario. Entre aquellos carteles de 1966 y los de 2001, el abismo.
Y no es que en los actuales, los que darán comienzo el próximo día 12, no vayan a salir al ruedo venteño toreros, tanto de oro como de plata, que saldrán. No, lo que estamos seguros es que no saldrán toreros -alguna excepción, sí- que estén convencidos de que el toreo auténtico debe ser la base en la que apoyar sus actuaciones. Si así fuera, no llevarían tanto tiempo diciendo eso de que “los del 7” no van nada más que a reventar la tarde, o que acuden solamente a molestar a los toreros. Saben, y si no lo saben deberían saberlo, que ello no es verdad. “Los del 7” y otros muchos más aficionados que se encuentran en la plaza, acuden cada día con la esperanza y, además, lógica exigencia de que los protagonistas, los llamados toreros, toreen, primero toros íntegros y después que la base de su actuación, sea torear esos toros, con mayor o menor fortuna, pero no torear a la afición.
Decíamos, también, en un reciente trabajo llamado “La Pasión...” que fue a partir de los años sesenta, cuando el taurinismo dio un giro total al planteamiento del espectáculo. Cambió radicalmente la calidad y la inspiración de los toreros, por la fuerza (¿?) de los números. Fue desde entonces, cuando los toreros comenzaron a ser marionetas de un espectáculo que se empezó a parecer al guiñol. Los personajes aparecían en el escenario, pero los hilos -lo más invisibles posible- eran manejados por otros. Otros que a la postre serían los que se llevarían, y se llevan, la mejor parte del negocio. Nunca como ahora, y desde entonces, los nombres de los taurinos, empresarios y hasta políticos metidos al lío, han sido más populares y conocidos. Los toreros, por tanto, han venido ocupando un segundo lugar.
Sin embargo, para ellos se guardaron otros aspectos que pudieran compensarles del papelón al que fueron sometidos: se dedicarían a batir records; a entrar en el libro de los Guinness. Justo premio para quienes toda su torería la relacionan con los números y la mediocridad. Orejas, número de corridas toreadas, temporadas a la cabeza del escalafón, festejos en un mismo día, etc. En esto han convertido la valía de las figuras de los años setenta para acá. Los protagonistas de cada una de esas marcas, esas metas, han sido los más aireados en el importantísimo mundo de los medios de comunicación, que, a las pruebas nos remitimos, también han sido cautivados por tales logros. En un momento dado, allá por los años ochenta, hubo que crear LA RESERVA DEL TOREO para mantener y preservar los valores auténticos del Arte de Torear. Una simple y sencilla manera, siquiera literaria, de rendir homenaje a la esencia misma del toreo.
Pues bien, en aquella Reserva, viva todavía ahora en la Red, están incluidos los toreros que llenaban esos carteles de 1966. Sin necesitar ser tan siquiera los mejores de aquel momento, pero sí suficientes para seguirlo siendo hoy en día. Sin embargo, esta Feria de 2001 está llena de los mejores números de la historia de la tauromaquia. Tenemos los más longevos encabezadores del escalafón; batidores de número de festejos toreados en una temporada; mayor ganador de trofeos obtenidos; festejos toreados en el día con viajes vestido de luces hasta en moto; mayor número de asistencia de mujeres a una plaza; actuaciones en Madrid sin dar ni una vuelta al ruedo; los más jóvenes de la historia, etc. Los mejores de todas estas “parcelas del arte de torear” se encuentran anunciados en los próximos carteles de San Isidro, pero ninguno llevando ya muchos años y muchas marcas batidas ha sido considerado para mencionarle en la elección de unos nombres para la historia del siglo XX. A pesar de tantas cifras, nada que no sean cifras ha de quedar en el recuerdo.
Es de justicia resaltar que algunos sí se rigen por los parámetros del toreo auténtico y lo avalan sus triunfos y sus cornadas, pero precisamente no son los que alumbran sus estadísticas por número de corridas. Ellos cambian esas estadísticas con llenar y llenarse de vivencias de arte y, tras ellas, los recuerdos de los auténticos aficionados. A modo de ejemplo digamos, que José Tomás no batirá nunca marcas. Esas marcas, en todo caso, sin torear demasiado, las batirá su toreo. Es más, que se sepa, Tomás no ha tenido que decir que “los del 7” vienen a reventar. Con los que hay en esta feria, por desgracia, no sería posible montar aquella feria añorada de 1966. A lo sumo dos carteles.