En tarde soleada se dio la cuarta y última corrida de la feria con los tendidos de Sol colmados y con pequeños claros los de Sombra.
Durante el paseíllo se hizo un minuto de silencio por el periodista taurino Raúl de la Puente Raygada y, antes de iniciarse la lidia, una breve ceremonia para distinguir a los médicos de la plaza, Andrés León Martínez, Jaime del Castillo y Pedro Gutierrez Irigoyen por sus 38 años de servicios en la plaza de Acho.
Antes de entrar en materia, resulta pertinente señalar que, una semana atrás, en el programa radial Tertulias Taurinas, el ganadero Roberto Puga declaró que la corrida que habría de presentar el domingo 23 estaba en tipo, bien hecha y que, con seguridad, daría buen juego; que no se esperara que sus toros fueran como los de Madrid o Bilbao pero que bien podrían ser para una plaza de segunda en España. Con esta declaración el ganadero nos ha sacado de la ignorancia folclórica en la que estábamos metidos y nos llevó a pensar que nuestro bicentenario coso era plaza de primera. Pues no, no es así, según la opinión de Roberto Puga, sólo alcanza a una categoría similar a la una plaza de segunda en España y, como tal, no merece otros toros que lo que él suele presentarnos en Acho.
Puesto el parche antes que salga el chupo a nadie habría de sorprenderle que el encierro presentado el pasado domingo fuera justito en edad y pitones; aunque, debemos reconocerlo, mucho mejor a los de oportunidades anteriores.
Los cinco ejemplares de Roberto Puga, en general, dieron buen juego, tuvieron clase y llegaron bien a la muleta, destacándose por buenos el primero, cuarto y sexto que fue indultado, por difícil embestida el segundo y por reservón y soso el tercero. El de La Ahumada que hizo quinto, fue bueno en la muleta.
Enrique Ponce con el mejor lote, estuvo magistral en sus dos toros. A su codicioso primero lo recibe con tres verónicas y media, sacándolo a los medios, como debe ser. Recarga el toro en un buen puyazo. Con la muleta Ponce inicia su recital con doblones que remata con una trincherilla estupenda. Series ligadas y templadas por ambos pitones, cimbrando la cintura y acompañando cada pase con el cuerpo. Suena la música. Pases ayudados por bajo. El toro es muy bueno, fijo y noble, no se cansa de embestir. Tres circulares completos hilvanados uno tras otro. Entra a matar con fe en un estocadón ligeramente desprendido. El toro dobla las manos y se resiste a morir, como hacen los bravos. Palmas en el arrastre y dos orejas al matador. Enrique Ponce con su primero
Estocada a su primero
A su segundo, colorado ojo de perdiz, enmorrillado y cómodo de cuerna, lo lancea a pies juntos. Recarga en un puyazo trasero de César Caro. Con la muleta, Ponce nos brinda otro recital con un toro que tiene genio, clara embestida, es noble y repite. La plaza acompaña con olés la clase maestra que nos brinda el torero que, pareciera, estar toreando de salón. Otro estocadón, bueno por su ejecución y sitio. Dos orejas al matador y palmas en el arrastre. Ponce en un derechazo
Dando la vuelta en triunfo
David Fandilla El Fandi, con su primero no logra acoplarse con el capote del que sale suelto. Se va directo al caballo donde recarga y tumba al picador. El quite es por chicuelinas las que remata soltando un extremo del capote. Coge los palos, pone el primer par al cuarteo, el segundo saliendo de tablas y el tercer al violín. Con la muleta lo cita de rodillas desde el centro del ruedo pero el bicho no se arranca, avanza de rodillas incitándolo a embestir pero el astado sólo acude cuando tiene al torero muy cerca. La reunión y los siguientes pases de rodillas están cargados de emoción por el peligro que encierra la descompuesta embestida del toro que calamochea y tira arreones a un lado y otro. Series por ambos pitones, aguantando mucho, pases templados unos, enganchados otros, en uno de estos lo desarma pero el torero coge la muleta en el aire y sigue toreando. Lo mata de estocada tendida en todo lo alto. Oreja al matador, silencio al toro. El Fandi en banderillas
Su segundo –que hizo quinto- se rompió un pitón desde la cepa y el Juez, con buen criterio, lo sustituyó por un sobrero de La Ahumada que salió al ruedo sin divisa ni pitones. Recarga en el caballo y el quite es por tapatías. Toma nuevamente los palos y deja para el recuerdo el dos en uno que ejecuta en tercer lugar brindándolo al cielo –supongo a Raúl de la Puente- el primero al violín y luego sin solución de continuidad el segundo par, al cuarteo. La plaza estalla en palmas mientras el toro luce los cuatro pares clavados en una peseta. Con la muleta se pega un arrimón y logra series templadas y ligadas en un palmo de terreno. Mata de estocadón, desprendido. Dos orejas que parte del público protesta. Silencio al toro.
Sebastián Castella, a su primero lo lancea a la verónica sacándolo a los medios. El picador marra y el toro se rompe en el peto pero se va sin picar. La faena de muleta la inicia con pases por alto desangelados y fríos, luego tarda en acoplarse a la embestida del burel que es reservón, soso y no repite. Lo cita a corta distancia y lo obliga a embestir logrando series en la que bicho se resiste. Los pases son uno a uno, se pega un arrimón y logra sacarle partido. Media estocada desprendida que al intentar retirarla la introduce más porque el toro se le arranca, este hecho fue mal interpretado por algunos aficionados que ha creído que la intención del matador fue hundir la espada. El burel tarda en doblar y el matador en coger el descabello. Cuando a fin lo hace descabella a la primera. Palmas al matador, pitos en el arrastre. Sebastián Castella en un natural
Su segundo, por orden de su matador no es picado. El quite es por chicuelinas. Inicia su faena con estupendos pases cambiados por la espalda combinados con el de pecho. El toro va fijo a la muleta y repite. Logra series por ambos pitones con pases templados y ligados sin moverse del sitio. La faena es larga. Molinetes y luego se pega un arrimón. De pronto surgen en el callejón voces pidiendo el indulto, lo que dio inicio a que la cuarta y última de abono -que podría haber sido el más exitoso y brillante aldabonazo de la feria- degenerase en una bronca mayúscula cuando el ganadero en torpe actitud y desmesurado afán protagónico, pidiera el indulto para un toro que no había sido picado ni reunía los merecimientos mínimos para ello. La plaza en la que, hasta ese momento, un público festivo venia gozando y comentando favorablemente la buena tarde de toros que venían disfrutando, se convirtió en un campo de batalla en el que un sector del público apoyaba la moción mientras la gran mayoría de aficionados se oponía a tal despropósito. El matador, que hasta ese momento no había logrado cortar un apéndice, viendo la oportunidad de obtener –por esa absurda y revisable costumbre- las “dos orejas simbólicas” del toro indultado, alargó la faena pero el juez de plaza en uno de sus pocos aciertos de la temporada le tocó un aviso, como diciéndole “déjate de cosas y mata tu toro”. La pachanga por el si y por el no, continuó, y en la plaza se desató el escándalo y el desconcierto. El matador seguía preguntándole al juez y al público si debía entrar a matar o no, mientras la noche cubría de negrura el ruedo. Desde mi asiento creí ver a Castella entrar a matar pero luego alguien me desengañó diciéndome que había simulado la muerte y que “el tremendo juez” había indultado al toro. Triste y lamentable final que emborrona no sólo una buena tarde de toros sino la feria en su conjunto.
Ficha del festejo
*Fotos: Majo Marcet