No tengo ninguna duda al respecto, Don César Gómez fue el culpable del lamentable espectáculo vivido hoy en Las Ventas. El Presidente goza de todas las facultades, antes, durante y después para encauzar o conducir el espectáculo por el buen camino. Naturalmente, y a partir de una actuación impecable en defensa del Reglamento y de los intereses de los que pagan, lo que artísticamente logren los toreros ya es cosa de ellos. Pero previo a ese momento ha de vigilar por el cumplimiento estricto y no debe dudar en nombre de quién preside y para qué.
No es la primera vez, desgraciadamente, que los Sres. Comisarios que se sientan en el palco atropellan el más elemental sentido común, además de negar derechos a quienes no tienen otro modo de recuperar la parte de contrato establecido con el pagador: la empresa. Ese contrato es real y su cumplimiento es dejado en manos de un árbitro, único en el que puede confiar el público pagador, la afición. No hacer estrictamente esa labor de preservar que al público que ha pagado una entrada, le sea dada la contrapartida de una corrida en su integridad, es dejación de funciones y quien así obra, es culpable, a partir de ese instante, del simulacro en el que se convierte el espectáculo. Esta figura podría tener nombre de estafa, pero no nos vamos a poner hasta ese extremo de legalistas, sin perjuicio de sentirnos totalmente defraudados en nuestra cartera y afición.
Uno a uno, fueron saliendo por chiqueros todos los inválidos que nos quisieron echar y Don César no cumplió con su deber. Su deber era echar todos al corral, devolverlos sin más. Cuando el toro no es apto para la lidia, se incumple una parte fundamental del contrato que una localidad sostiene, por lo que no sólo se tiene derecho a protestar, sino a conseguir la restitución, en este caso sustitución, del elemento notorio que transgrede el pacto entre empresa y público pagador. Entre las funciones de la autoridad está evitarlo y por eso no viene poniéndose a un panadero o pintor a presidir, sino a un comisario de policía al que se cree capaz de cumplir y hacer cumplir la ley. Ni por esas. No cumplen esa misión. Hoy, rotundamente no, y muchos días tampoco.
Tras esta agresión permitida al espectáculo, lidiándose inválidos y cadáveres ruinosos, todo lo que viene a continuación se parece mas a una burla que a un espectáculo en plenitud. Si además, los toreros actuantes no sienten sonrojo en ponerse cursis y con posturas cañí ante semejantes escombros de toros, la Fiesta se va a la mierda, con perdón, y en ese estercolero nos meten a todos, incluidos público pagano al que en ningún caso le es imputable la farsa del semoviente enfrentamiento entre toro incapaz de dar dos pasos y torero empeñado que con ese enemigo pretende triunfar. La dignidad de estos se revuelca en el fango y a los espectadores no les queda otra que patalear.
Que son Uceda Leal, Antón Cortés, a quienes en recientes fechas el público de Madrid aprobó sus actuaciones, y el toricantano Leandro Marcos los que actúan de espaldas a las mas elementales normas del decoro profesional, pues allá ellos. Si ese creen que es el camino, ya han visto el resultado: ni caso. El pundonor no es dar pases aunque sea a un astado en precarias condiciones de movilidad, es respetarse a sí mismo y a su profesión y no es de recibo, en una profesión cara al público, ignorar la posición que ese mismo público les hace llegar. A esa figura se la llama, sin más, falta de respeto. Ellos sabrán. ¿No notan la diferencia de cuando todo es auténtico a cuando todo es una pantomima como hoy?.
Todos los toros que salieron de cinco ganaderías, sin excepción, fueron ruinas claudicantes y tenían que haber sido devueltos todos. Solo lo hizo el Sr. Gómez con tres, luego le faltaron más. Se cargó la tarde e hicieron de monaguillos para tal ocasión los tres espadas que se prestaron a seguir aquel vergonzoso juego. No vengan ahora con que Madrid les tiene manía, pues hace bien poco se les aplaudió y reconoció su buena labor, pero lo que es infumable no hay forma de vestirlo de seriedad.
