Un día, sin saber las razones, vi como ella se alejaba de mi vida. Me quedó la resignación y, ante todo, el recuerdo de haber sido feliz a su lado. Quizás, quién sabe, añorábamos un imposible. Nos separaba todo; luchábamos contra el destino y, nuestra tarea era baladí. Se pude luchar contra los elementos, pero jamás contra el destino. Ahí radicaba nuestro error. Y lo pagamos caro.
Durante mucho tiempo, entre un amor imposible y una esperanza ante la nada, quisimos forzar una amistad que, rota por el desamor desde hacía mucho tiempo, no podía sostenerse por su endeble fuerza. Lo intentamos todo; por su parte y por la mía. ¿ Éramos acaso, desde el primer día, sólo unos soñadores? Entiendo que, la respuesta está muy clara. Pretendíamos soñar y, durante muchos años, ninguno de los dos supimos que estábamos en la tierra, en este planeta grandioso que, hasta el amor, se rige por una leyes basadas en la lógica.
Me consta de la tristeza de ella ante nuestra ruptura; como a su vez ella adivina mi dolor. Ahora, nos queda el recuerdo de todo lo que vivimos y, por encima de todo, la búsqueda de un mundo mejor por separado, en caminos diferentes. Quizás, quién sabe, caminando por senderos distintos, igual logramos la felicidad que tanto soñaba y que, juntos, se tornó en fracaso.
Posiblemente, nunca más nos volvamos a encontrar. Si ello sucediera, le pido a la Providencia sólo un ruego: decirle que soy feliz y encontrarme con su misma afirmación. Nuestro reto, al margen de lo que fue nuestro amor, quizás sea más sincero y, ante todo, más sencillo de lo que era nuestra desaforada lucha en aras de un imposible.
Seguro estoy que ella encontrará la felicidad. Razones y motivos los tiene de sobra. Como seguro estoy de que, lo que hemos vivido juntos, alguna consecuencia positiva habrá sacado. Yo aprendí muchas cosas, entre ellas, lo peligroso que resulta entregarte en cuerpo y alma a una mujer. Este riesgo jamás lo volveré a correr. El hombre, por regla natural, es siempre conquistado y, un día, esa mujer que te decía que te amaba, te explica que teníamos un amor imposible. Ante semejante afirmación, sin más palabras que te hieran en el alma, cierras los ojos, sigues creyendo que todo fue un sueño hermoso y, un minuto más tarde, roto por el dolor intentas comenzar de nuevo.
De toda situación queda una experiencia y, la mía, como la de tantos hombres en el mundo, radica en que, por un tiempo, conocí la felicidad. Cuanto menos, ya puedo decir que la felicidad existe, que no es eterna, es cierto; que existe el amor, aunque un día, como a mí me pasara, que cambie de lugar. Tenía razón Cabral cuando decía que, “ el amor no muere, cambia de lugar”. Nada es más cierto.
Tú sabes como te amé; como yo entendía tu amor. Ahora, como dos seres que jamás se han conocido, pero con el alma rota por el dolor, el cuerpo maltrecho por las lágrimas, intentaremos la búsqueda de ese horizonte en nuestras vidas que, con caminos dispares, quién sabe, mañana podremos ser felices.