La imagen que mostramos da para mucho; se tomó hace muy pocos días en un tentadero y, la instantánea nos puede servir de reflexión. Parece la imagen de un torero antiguo; quizás lo sea. Dicen los aficionados que, pocos torean como él en el campo; y en la plaza, claro. Los tentaderos donde este artista acude son verdaderos ritos artísticos, no en vano, lleva el toreo en su alma, el arte navega por sus venas como un velero sin rumbo. Es cierto que, esa forma de torear con la que este diestro nos obsequia, irremediablemente, nos hace creer de nuevo en el milagro del arte. Una pena que, vestido de luces, nos lo quieren esconder. Barrunto que, su toreo, como su amistad, es para un reducido grupo de amigos que, dichosos los llamados al festín de su alma y de su cariño porque, sin duda alguna, de ellos, será el reino del toreo. Ver torear de este modo, pese a que sea en un tentadero, estremece a cualquiera. ¿Se atreve alguien a negarlo?Foto archivo
No voy a dar su nombre; si quiere publicidad, que la busque en otros sitios. Pero se trata de esos toreros que, el nombre, apenas importa; lo que vale, cuenta, estremece y cautiva, es su forma de torear, la que tantas veces ha esgrimido por los ruedos del mundo. No es un cualquiera, ni tampoco un principiante; es un artista porque, un artista lo es cuando Madrid así lo proclama y, en las Ventas, saben muy bien lo que digo; esa plaza que le ha visto triunfar en muchas ocasiones; esa afición que le sacó por la puerta grande; ese gentío que tantas veces le aclamara en Madrid; en definitiva, esa afición tan sabia que, ante el conjuro del arte, los aficionados se rompen en mil pedazos; Morante de la Puebla es el referente de cuanto digo. Nuestro torero invisible no es de Sevilla, pero lo parece; no es de Madrid, pero supo cautivar a dicha afición; ha fallado con la espada cuando no debía porque, pese a todo, tiene estocadas muy certeras; ha perdido algunas puertas grandes en Madrid, justamente, por eso, por la bendita espada; sí, la misma que, en un par de ferias madrileñas le dieron el premio como el mejor estoqueador del ciclo. Igualmente, su grandeza como ser humano le impide mendigar para ser contratado; obviamente, un artista de su talla no podía fallar como hombre; su dignidad, tan grande como su torería, es la prueba.
Los tentaderos de este diestro son pura fiesta para el ganadero, compañeros y aficionados que los presencian; su arte no tiene recovecos; su alma se vacía en el campo como si en la mejor plaza actuara; su sentir de sentimientos le hace reflejar, frente a una becerra, su talante y su talento, pero todo, rociado con su arte. No es un diestro más; ni tampoco menos; es él, con todas sus connotaciones, pero distinto, único, mágico, genial y auténtico. Ha matado una sola corrida de toros de Victorino Martín y, el hecho, tuvo lugar en Madrid. Tras aquel festejo, Victorino Martín hizo unas declaraciones y dijo que, jamás antes había visto torear tan bello a uno de sus toros. La sentencia del ganadero de Galapagar nos confirma que no estamos ante un aguerrido diestro; diríamos que todo lo contrario, un artista consumado que, arrebatado de valor, supo crear la obra bella cuando los demás se ponen y se quitan.
Circunstancias incalificables nos impiden gozar del arte de tan singular diestro; pero no importa porque, como quiera que, su actividad, sigue siendo a diario, hasta es capaz de emocionar con su toreo de salón cuando enseña a sus alumnos. Sus alumnos le preguntan muchas veces: “Maestro, ¿qué es el arte?” A lo que este artista siempre responde con la única afirmación clara y rotunda que lo define: “Dejarte fluir y sentir todo lo que llevas dentro” Nada es más cierto. Cuando el torero siente lo que hace, ese sentimiento es el que cala en los aficionados. Esta foto que mostramos, gentileza de Raquel Montero, es un claro ejemplo de este relato.