Tras tantos años deambulando por este valle de lágrimas, la vida me enseñó que, la suerte no es otra cosa que la entrega en aras de un trabajo ímprobo al que tienes que entregarte sin desfallecer. No hay suerte, hay trabajo y éste, como tal, es el que te entrega los resultados. Sin embargo, metidos de lleno en el mundo de los toros, como ayer pude presenciar, la suerte juega un papel decisivo para el devenir la carrera de muchos diestros, de forma concreta con los que anhelan llegar a la cima, caso de ese torero excepcional llamado Curro Díaz.Foto archivo
Como pudimos ver, la corrida de Juan Pedro Domecq y demás sobreros lidiados en este festejo, fueron pura basura; toros fofos, sin alma, con malas intenciones y, lamentablemente, la antípoda de lo que podíamos entender como un toro bravo. Claro que, como se presupone, antes del festejo, Curro Díaz, cuando firmaba dicho contrato creía que le estaban ofreciendo la oportunidad de su vida y, tenía razones fundamentadas para ello; el diestro de Linares que, hasta la fecha, sus comparecencias en Sevilla habían tenido lugar en corridas de las llamadas duras y ásperas, verse anunciado con los bombones y en una fecha tan significativa, su gozo, con antelación, era insuperable. Lo que él no sospechaba era que, los citados bombones, además de amargos, estaban podridos.
Es aquí, justamente, en estos festejos, cuando la suerte tiene que aliarse con los diestros; en el día de ayer, digámoslo claro, El Cid y Perera, pese a su disgusto, en el transcurso de la temporada, apenas les afectará para nada su fracaso; que no era fracaso suyo si no de los toros lidiados. Sin embargo, Curro Díaz, torero artista donde los haya, hasta se llevó una voltereta espeluznante que le dejó casi sin fuerzas durante toda la tarde; se salvó de puro milagro. La decepción del linarense era in cuantificable. Su rostro lo decía todo; su mirada, cabizbaja y meditabunda certificaba en el interior de su ser la tremenda decepción. No cabía peor suerte cuando, como digo, a priori, creía el diestro –él y cualquiera- que tenía todos los números de la lotería del toreo para llevarse el primer premio y, a la hora de la verdad, siguiendo con la metáfora, se quemaron los bombos y, en dicho día, no hubo sorteo.
La tarde de Curro Díaz, como tal, la hubiera firmado el escalafón entero; fecha de lujo, plaza de relevancia, toros a modo, compañeros de cartel, plaza llena a reventar; todo hacía presagiar que, después de dicha corrida, nadie tendría duda alguna sobre la excelsa torería de Curro Díaz. Murió la maldita tarde y, con ella, el gozo de Currito Díaz, en el más hondo de los pozos; la suya y la de todos los aficionados que presenciamos el festejo. Como explico, la suerte que raramente suele jugar papel alguno en el mundo laboral, en los toros, muchas veces, suele ser un factor determinante. Una cosa es el que al diestro le salga el toro bravo y que no sea capaz, algo que lo hemos visto muchas veces; pero el colmo de las desdichas que, seas un gran torero y te salgan dos toros de Juan Pedro para hundirte en la más vil de las miserias; bien es cierto que, la cara de Juan Pedro Domecq era todo un poema; el afamado ganadero que, el pasado año saboreó la gloria con sus toros hasta en la plaza de Madrid y, este año, en Sevilla, ha salido con su peor derrota a cuestas. Cierto es que, pese a todo, el devenir de Juan Pedro no se verá alterado en ninguna cuestión por culpa de varios fracasos con estrépito. Sin embargo, un mago ilusionista como Curro Díaz, tendrá que volver a esperar otras oportunidades para seguir certificando que, en estos momentos, es el torero más creativo del escalafón.
Desgraciadamente, la situación que uno ocupa en la vida cuando llega el fracaso dice mucho a favor o en contra del individuo en cuestión. Repito que, la fama y fortuna de Juan Pedro no se verán afectadas por sus fracasos; es más, seguro que, a lo largo de la temporada remontará el vuelo porque le quedan muchas corridas por lidiar y, todas, seguro que no salen como los burros malditos que ha lidiado en Sevilla. Pero, desde el otro lado de la trinchera, veo a Curro Díaz, palpo su desilusión, intuyo y vislumbro su desolación y, tener que empezar de nuevo, la tarea es durísima; se trata de un torero excepcional que, a diario tiene que certificar su torería y, si los toros se lo impiden, es lógico que se derrumbe. Bien es cierto que, en su caso, con esa torería inigualable, con esa duende que corre por su ser, con esa creatividad constante, pese a todo, le sobran armas para saberse un torero auténtico, capaz, válido, creativo, artista; todo un gurú dentro de las plazas de toros que, a poco que le ayude un toro de nuevo –y eso será en Madrid- todo el mundo hablará del inmaculado arte de Curro Díaz.
*Foto: Paco Díaz