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Pla Ventura  
  España [ 02/06/2004 ]  
JUGARSE LA VIDA

  Eso hicieron en esta tarde en Madrid, jugarse la vida, tanto Fernando Robleño y Sebastián Castella. Y es admirable. Digamos que, es el primer eslabón en la cadena hacia la cumbre; se llegará o se quedará uno en el camino pero, ante todo, disposición y desprecio a la muerte. La verdad es que, a lo largo de la corrida, a falta de otros valores, todos tuvimos el corazón en un puño. Ciertamente, los aficionados, anhelamos otras cosas en el toreo; si acaso, el toreo mismo, pero cuando las circunstancias se presentan adversas, cuando menos, se agradece la disposición de los toreros y, como explico, se desprecio a la vida porque, en semejante juego, pudo haber participado la muerte.

 

  La cuesta abajo de los toros de Samuel Flores es algo evidente y, por supuesto, penoso. De este legendario ganadero, podremos recordar el juego de muchísimos de sus toros que, a su vez, tanta gloria le han dado a la fiesta taurina. Recuerdo ahora, sin más estrujamientos de memoria, la corrida del año 1992 –creo recordar- en Madrid en su corrida de Beneficencia en que, los toros de Samuel, permitieron que, Ortega Cano y César Rincón, salieran por la puerta grande. Mucha era la gloria de aquella tarde y, como explico, la de decenas de otras más que, todas juntas, encumbraron la leyenda de Samuel Flores. Ahora, desdichadamente, mucho me temo que, queda eso, leyenda y, la tristeza del ganadero debe ser terrible; y lo digo con conocimiento de causa porque, seguro estoy, Samuel Flores, no tuvo que adulterar nunca la ganadería para el beneplácito de las figuras. Se ha perdido la bravura en la ganadería de Samuel Flores y, de forma lamentable, sólo queda la bella estampa de unos toros que, para la foto, son admirables.

  La presentación de la corrida, admirable; como antes explicaba, fotos bellísimas de antaño se pueden lucir ahora mismo. Pero el juego resultó ser dantesco; aires de tragedia en cada lance y muletazo; la angustia permanente, tanto en los cuerpos de los toreros, como en el corazón de los espectadores que, una y otra vez, veían que, en el ruedo de las Ventas, podía mascarse la tragedia y, tampoco es eso; pedimos emoción, pero sin sangre, claro está. De este modo, llevar a cabo el toreo moderno, resultaba un imposible. Honradamente, por lo que pude ver, bastante hicieron los toreros en estar allí y, como el caso de Fernando Robleño y Sebastián Castella, hasta dejarse matar si en el envite hubiera sido preciso. Manuel Caballero, curtido en mil batallas y gran hacendado en su Albacete querido, no tuvo ánimos para la guerra.

  Este Fernando Robleño es un caso de afición sin límites; un día, y será en Madrid, se le saldrá el corazón del pecho. Han sido ya muchas las tardes que, en esta misma plaza, ha dado la medida de su honradez, de sus ganas por ser torero y, como todos sabemos, hasta ha saboreado la más grande gloria para un torero, como es, el haber salido por la puerta grande de las Ventas. En esta tarde, una vez más, Fernando, se jugó la vida de forma gallarda; con escasos logros, es cierto, pero nadie le robará el derecho de sentirse satisfecho por lo que ha sido capaz de lograr. Poca gloria sabía que conseguiría pero, como explico, un torero, alguien que lo quiere ser, en el peor de los casos, debe de poner en riesgo su vida y, Robleño, así lo hizo. Era tarea imposible; pero así se lo demostró Fernando al público de Madrid. Queda, por tanto, su cartel intacto; Madrid sabe de su valor, de sus ganas de ser torero y, ese respeto, mientras actué como hoy, siempre lo tendrá.

  Había quedado inédito Sebastián Castella en su tarde anterior, precisamente, la de la confirmación de su alternativa y, era su segundo compromiso y, a la vez, el más importante de su trayectoria. Está claro que, por la mala condición de los toros, para el galo, no hubo triunfo; pero sí un respeto admirable por parte del público de las Ventas que, acongojado, pudo comprobar como el francés se jugaba la vida sin cuento y sin maulas. Se llevó una cogida espeluznante que, la cornada, resultó liviana para lo que pudo haber sido. El dramatismo se hizo presente en Madrid cuando el toro zarandeaba, de mala manera, al diestro de Francia. Castella quiso y, ese mérito, nadie se lo podrá arrebatar.

 
   
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