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Antolín Castro |
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España |
[
23/03/2008 ] |
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Es una pregunta clave que deben hacerse los aficionados, que deben hacerse los profesionales, que debemos hacernos todos. Y es imprescindible que se la hagan los que solo van a los toros ocasionalmente, por las fiestas de su pueblo o al reclamo de los nombres sonoros del escalafón. Estos últimos, que a la postre son los que deciden las orejas a cortar, serían los que mas deberían hacerse la pregunta del enunciado. Para qué los picadores?. Sabemos, y saben, que salen a la plaza montados en caballos percherones, pertrechados de mil utensilios que les hacen parecer una muralla. Llevan un sombrero que la mayoría no saben como se llama, el castoreño, y una pierna de hierro; saben, pues lo ven, que llevan una vara, tipo lanza, como Don Quijote, que termina en punta, y con ella cuando el toro arremete contra el muro que es el peto del caballo, le pinchan, pican, al toro un poquito para que sangre; eso sí, lo menos posible. Saben que hay que empezar a pitar para que no le hagan más “pupita” al animal, al que se le suele ver muy mermado de todo y no quieren que se estropee de cara a la muleta del matador de turno. En conclusión, no les gusta ese encuentro con el picador y aborrecen que en plazas, llamadas de primera, haya que repetirlo dos veces. Observan, que a su matador tampoco le hace gracia ese encuentro con el del castoreño y repudian esa suerte de todas, todas. Lo he oído yo: si le pican no va a quedar nada para la faena. Para estos, público en general, no hacen falta para nada los picadores. Pero, y para los toreros, ¿les sirve de algo?. Pues tampoco de mucho, pues los usan lo menos posible. Luego no se entiende que además haya que pagarles por no hacer labor alguna o casi ninguna. Podrían prescindir de los dos, pero como mínimo de uno, ya que entre los dos tercios de varas de turno en la tarde no cubren ni un tercio completo de los de verdad; la puerta y reserva la haría el del matador siguiente y rebajarían costes innecesarios y estamos hablando en serio, no de broma. Si acaso en Madrid, y ya tampoco mucho, se llevarían los dos picadores. Para los mismos picadores, les merece la pena vestirse, ponerse la mona y el resto de indumentaria, calentar a los caballos, etc, para hacer una labor tan mínima y tan poco deseada y querida?. Salvo que sea por cobrar, no se puede entender que se quiera ser profesional de algo en vías de extinción y, además, sin nadie que les defienda ese oficio, incluido su propio patrón. Mamá quiero ser picador ¿para qué pregunta irónica la madre?. ¿Para qué? se preguntan los aficionados y nosotros estamos en la obligación de ponerlo de manifiesto. Para qué tanta parafernalia en que salgan los caballos a la plaza, se consuma tiempo muerto, se sujete al toro en un burladero para distraerle y a veces hasta para estrellarlo contra el mismo. Tras de ello se procede a simular el encuentro sin trazas de probar lo que allí hay que probar, la bravura del toro, convirtiendo en mero trámite la suerte más esencial de la tauromaquia, la prueba que ha de definir si lo que ha salido por chiqueros pertenece a la raza brava, salió manso o, mucho peor, es de la estirpe borrega o un inválido que no se sostiene de pie. Si lo que significa esa suerte les trae sin cuidado al torero, al público que lo presencia y, también, al ganadero, todos pendientes de cómo ha de comportarse en la muleta, pero solo para saber si dará o no facilidades al espada, para qué salen los picadores?. Si nadie quiere que se les pique, pero mucho menos que se produzca y realice la prueba para la que está concebida esa suerte, para qué mantenerla?, para qué simularla?, para qué forzar una situación que a nadie le agrada y por la que ninguno es capaz de comprometerse con su significado?. Es una prueba irrefutable para quienes entienden poco o idolatran a determinados toreros, pues han de preguntarse que si salen esos señores a caballo será para hacer algo y si no hacen nada algo raro debe de estar pasando. ¿Más pruebas de la insignificancia de los triunfos posteriores?. Es triste, pero luego las crónicas de ello no hablan, a nadie le interesa saber el juego del toro en el caballo, sabedores todos de que eso no es útil en la tauromaquia moderna. Es la prueba evidente de la decadencia, pero también de la insignificancia de la fiesta que tenemos. Sin suerte de varas hecha como la máxima expresión de lo que al toro hay que exigirle: fuerza y bravura, sólo ha de quedarnos ese marcado encuentro con su matador, quien ha mantenido y exigido que no se le picara ¿por lástima o por conveniencia? pero que luego le atiza pases hasta aburrir, llegando incluso a apurar hasta los avisos, sin consideración para con quien antes advirtió débil y del que no debería de abusar. Para qué los picadores? si no hay función que cumplir. Ferias enteras levantando la vara, sin asomo de que ello se vaya a corregir en el futuro, sino empeorar, disminuir. Posiblemente una labor de “teloneros” que a ellos mismos, los profesionales, les debería de hacer meditar. Pero no se preocupen que no lo harán. Mientras el sucedáneo de fiesta actual, sus acólitos, público en general y seguidores “istas” de unos y otros existan, lo mejor que podemos hacer, y lo que nos queda, es pedir que no salgan los picadores. Muchos ni los echarían de menos y sería una labor de reconciliación con quienes, desconociendo la fiesta, detestan que le “zurren” al toro desde esas murallas llamadas caballos de picar. |
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