Así se denomina este personaje singular: príncipe. Sucedió hace muchos años y cuando sucedió, cambió su vida. Aquél mendigo le vino a decir: cómo puedes considerarte un desgraciado si eres un príncipe; ¿un príncipe? replicó Facundo. Cómo se le llama al hijo del Rey? le preguntó el mendigo; si todos somos hijos del Rey, Dios, ¿cómo puedes sentirte un ser desgraciado, si eres un príncipe?.
Así, y a partir de ese momento, comenzó la verdadera andadura, que no aventura, de este personaje nacido en Buenos Aires. Facundo Cabral, que así se llama, comenzó a caminar, pero lo hizo al modo de los príncipes, sintiéndose hijo del único Rey. No solo conforme con ello, lo fue contando allá por donde pasaba, convencido y orgulloso de tener esa denominación... desde el origen, además.
Hoy, cuando muchos son los que se plantean que se le otorgue el Príncipe de Asturias por su trayectoria solidaria con la Humanidad, con mayúsculas, unimos nuestras letras y nuestro apoyo a tan justa causa. Ese premio Príncipe que se le pide, no es siquiera un premio, sino un reconocimiento a quien así se considera desde hace ya tantos años.
Nadie como él ha predicado, ha contado, por el mundo entero, esa buena nueva: yo soy un príncipe, pues soy hijo del Rey. Nadie como él, entonces, es merecedor de ser aceptado como un Príncipe... de Asturias. Esos premios que se otorgan cada año a distintas personalidades por su trabajo en pos del bien de la sociedad, encaja perfectamente en este trovador de las buenas nuevas: soy, sois príncipes, no os sintáis desgraciados ni miserables. Con estas mismas manos que escribo, he tenido oportunidad de aplaudirle en su constante anunciar la magnitud del Rey, su Padre y el de todos cuantos tenemos la oportunidad de conocerle.La mano firme de Facundo Cabral, un príncipe
Pero también estas mismas manos tuvieron la fortuna de saludarlo personalmente y, es cierto, sentí la mano de este príncipe de las letras, de la música, pero fundamentalmente de un mensaje claro y trascendental: la vida no es como nos la quieren pintar, sino como somos capaces de vivirla principescamente en libertad.
De ese cariz y tono son los mensajes de este argentino universal. Buenos Aires debieron soplar cuando su madre, Sara, lo echó al mundo. Buenos aires soplaban cuando encontró aquél mendigo que le convenció de que era un príncipe. Buenos aires han de soplar para que quienes tienen la responsabilidad de decidir ese Príncipe de Asturias, valoren sus méritos de tantos años y en tantos sitios para ser merecedor del galardón.
Un príncipe para un príncipe; nunca se habrá otorgado premio igual. Además, dándoselo a él, nos lo darán a muchos, pues siguiendo su filosofía y consejo, príncipes somos todos. Dicho así, ese premio ha de llegar a sus manos, lo decidimos ni mas ni menos que una cantidad ingente de príncipes. No se lo pueden negar.
Hermano Cabral, acudiendo a Oviedo a recogerlo, tendrás ese reconocimiento de ser galardonado con un Príncipe de Asturias. No teniendo el reconocimiento, seguirás por siempre siendo un príncipe, si cabe, de mayor rango y nivel.