La casta del toro auténtico, en ocasiones, como pasara en el primer festejo del ciclo isidril, suele desbordar hasta los propios aficionados. Fernando Cuadri trajo, para tal evento, una corrida tan a la antigua usanza que, como explico, ni los aficionados supieron entender. Era el toro, así de sencillo, como así de inexplicable para muchos; digamos que, para casi todos. Desdichadamente, demasiados aficionados de hoy en día no están preparados para este tipo de eventos a la antigua y, si no hay orejas en tropel, cualquier festejo, les suena a fracaso pero, nada más lejos de la realidad de que pasó en la primera corrida de la feria de Madrid. Antaño, todas las corridas eran como la de Cuadri. A tenor de lo visto, quiero pensar que, Fernando Cuadri, se equivocó de siglo a la hora de lidiar sus toros en las Ventas; muchos años atrás, su corrida, hubiera sido la admiración de la feria. Ahora, como explico, para las gentes de la boina, sus toros, propiciaron decepción. Pero decepcionaron, como explico, a los que ignoran el verdadero sentido de un toro de lidia; conocen el torro de carril, el que suele lidiarse todas las tardes y, un plato tan fuerte como el de Cuadri, les resultó indigesto.
La corrida, en su conjunto, resultó un amalgama interesantísimo; nadie se aburrió en Madrid y, la expectación, se mantuvo hasta el final. Todos queríamos que, aquella casta, en el último tercio, desembocara en la bravura y, no pudo ser. El milagro no podía consumarse puesto que, las Bodas de Canaán, hace mucho tiempo que se celebraron. Era, ante todo, la belleza del toro, la autenticidad de una verdadera corrida de toros que, de haber metido la cabeza en la muleta, hubiera sido, como explico, el milagro y, de forma milagrosa, sólo El Cid acabó en la enfermería; pero toda la corrida olía a hule con desespero. Ciertamente, los tres espadas, podían haber terminado en manos del doctor García Padrós. Había mucho que torear; digamos que lidiar, puesto que, el término torear lo utilizamos ahora cuando se piensa en la faena soñada y, dichos toros, no permitían que nadie soñara; más bien, que todo el mundo estuviera atento, hasta el punto de engullirse los miedos, los lógicos miedos de una corrida pavorosa.
Las bellas verónicas de Frascuelo nos esperanzaban, aunque, en breves instantes, todo se nos vino abajo. Ni este Frascuelo ni aquel que le precedió hace dos siglos, hubieran podido hacer nada. Aunque, claro, no faltará quien diga que, en otras manos, los toros hubieran lucido más; ni en estas ni en ninguna. Eran toros de exposición, para contemplar la belleza de este animal único en su género; pero jamás para crear arte puesto que, las condiciones que llevaban intrínsecas, eran las menos idóneas para la creación del toreo que todos soñamos; con admirar al toro, debimos de conformarnos.
Me temo que, la voluntad de los diestros, ante todo, merece un premio; tonto será el que quiera creer que con estos toros se hubiera podido hacer el toreo contemporáneo de ahora mismo; pensemos que, por arte de magia, en esta primera corrida de feria, nos trasladamos en el tiempo dos siglos atrás y, en aquella época, el toreo era sólo de poder a poder y, en este caso, los espadas, bastante hicieron con poder; Frascuelo, El Cid y Javier Castaño, merecen un respeto por estar allí delante de aquellos trenes con pitones que, queriendo descarrilar, pensaban llevarse a todos por delante.
Siempre dije que, en los toros, a diario, se cometen las más grandes injusticias que uno puedo imaginar. De haber igualdad en los toros a lidiar por parte de todos los toreros, las sorpresas serían mayúsculas. Así, mientras los sin fortuna matan los toros no aptos para el toreo, los otros, se las dan de figuritas con el burro desmochado. Me quedo, naturalmente, con una sentencia de Gregorio Tébar El Inclusero cuando, al ser preguntado al respecto dijo: “Con los toros que matan las figuras, con ellos, donde quieran y cuando sea”. Lo que es inconcebible es que pretendamos que unos toreros creen arte con toros imposibles.