Continúo con el análisis de las características y requerimientos de mi propuesta para crear la “Feria del Toro”, que inicié en la primera parte de este trabajo.
La idea de tener al toro bravo como protagonista del espectáculo es revolucionaria en los tiempos que corren, pues lo común, frecuente y repetitivo hasta las nauseas, es que el torero sea la “vedette” quien, no obstante los altísimos honorarios que cobra, impone condiciones para que su labor en el ruedo sea lo más cómoda posible. Es así como exige ganado joven (novillos adelantados) debidamente arreglados (afeitados) y procedencia seleccionada, es decir de aquellas ganaderías comerciales que por imposición de las figuras se han visto obligados, mediante una selección al revés, a “fabricar” lo que se ha dado en llamar “el toro artista” con justa y cómoda bravura, sin asperezas, noble, bobalicón y, sobre todo, “colaborador”. Los medios de comunicación, con raras excepciones, han contribuido en mucho, por ignorancia o interés pecuniario, a desinformar al público haciéndole creer que semejante despropósito es deseable y positivo. Haga usted memoria, amigo lector, de las veces que ha leído o escuchado al comentarista taurino decir: “el toro fue poco colaborador y no permitió el lucimiento del torero” ¡Qué horror!: El torero pisa el ruedo no buscando un colaborador para hacer su toreo bonito (diferente al toreo bueno) sino para imponerse a la fuerza bruta del animal, con inteligencia, sentimiento y valor (cerebro, corazón y cojones).
La principal característica exigible del toro de lidia es la edad. Sin edad, el toro no es toro, es novillo. El “toro joven”, es novillo. El “toro anovillado”, es novillo. El “novillo adelantado”, es novillo. No nos engañemos ni permitamos nos engañen: el animal de cuatro patas que ve usted en el ruedo es toro o es novillo, en este asunto no hay término medio. Si toros de cuatro años parecen novillos es porque son novillos, aunque el reglamento sostenga lo contrario. Por los argumentos expuestos en la primera parte de este trabajo, el toro de lidia en “La feria del Toro” habrá de tener cinco años.
La segunda y principal exigencia es el trapío que varía según el encaste y ganadería de donde procede pero, en lo fundamental, es una misma exigencia de requisitos referidos a las características visibles del animal: Sano de piel y de cuerna, de pelo fino, lustroso y suave al tacto, piernas fuertes y secas, articulaciones pronunciadas, pezuña pequeña, cuernos limpios, fuertes, proporcionados y parejos en altura, cola larga, ojos vivos, orejas vellosas y movibles, sin defecto físico alguno que pudiera catalogarlo como deshecho de cerrado.
La tercera condición es que el toro salga al ruedo íntegro, como lo parió su madre, sin manipulación fraudulenta de sus astas (afeitado) ni luego de ser sometido a un proceso de “ablandamiento” en chiqueros u otra vedada practica orientada a disminuir la fortaleza y pujanza del animal, lo que constituye fraude y corrupción, delitos no suficientemente perseguidos –por ello, no lo suficientemente penados- por las autoridades responsables de velar por la autenticidad del espectáculo.
Toro íntegro, con edad y trapío es todo lo que el aficionado reclama del ganadero, antes de una corrida. Su condición de bravo se verá luego en la lidia.
La bravura la sabemos evaluar por el comportamiento del toro en la plaza cuando lo vemos acometer con codicia los capotes, crecerse al castigo en la suerte de varas, hacer hilo con los banderilleros, galopar y meter la cabeza en la muleta, resistirse a doblar cuando, herido de muerte no se da por vencido y, tambaleándose, trata de mantenerse en pie aún cuando las fuerzas lo han abandonado –muerte de bravo le dicen, muy diferente a lo que es la condición de toro “amorcillado” o muerto en pié.
Sin embargo, el comportamiento del toro, libre en el campo, es diferente. Apacible y confiado, la presencia del hombre y el caballo no le molesta. Es por ello que no están lejos de la verdad quienes sostienen que la bravura del toro en la plaza es producto de un temor defensivo; en un ambiente extraño, donde hombre y caballo le acosan, se defiende, embistiendo con bravura. Se dice que el toreo es, en esencia, dos miedos que se enfrentan y es por ello que la vibración de las emociones que transmite la bravura del toro -que defendiéndose ataca- y el valor del torero -que dominando su miedo trata de someter a la bestia con inteligencia y arte- trasciende a los tendidos impactando en el espectador.
El procedimiento que sigue el ganadero para descubrir y seleccionar la bravura en su ganadería parte de la base de selección del semental que ha de servir a las vacas las mismas que son sometidas a prueba en la tienta de hembras, dentro de la cual el comportamiento frente al caballo es fundamental: Vaca que, no obstante el castigo, acude repetidas veces al caballo del picador es brava y será madre de toro bravo; aquella que no repite y “no regresa por el vuelto” es mansa y su destino será echar carnes para acabar en el camal. Acto seguido se les torea para ver su comportamiento en la muleta. El ganadero serio califica con alta nota la bravura (comportamiento en varas) antes que la suavidad y dulzura en la muleta. El ganadero comercial lo hace al revés. El primero es el aliado natural del aficionado que busca emoción en el espectáculo, el segundo lo es del torero que busca su comodidad. El ganadero serio es escaso, el comercial abunda como la mala hierva.
Para la “Feria del Toro” convocamos a los ganaderos serios para que muestren, en la plaza, la calidad de sus pupilos garantizándoles, por nuestra parte, una suerte de varas renovada en la que el protagonista de la fiesta no será aniquilado en un único y salvaje puyazo sino que permitirá que el toro se luzca en todo esplendor repitiendo sus entradas al caballo todas las veces que su casta y bravura se lo permita.
*La modificación de la suerte de varas será tema de mi siguiente artículo.