En una de mis correrías por el mundo, hace muy pocas fechas, me encontré con un niño, más bien yo diría que todo un hombre a pesar de sus 11 infantiles años. Se llama Steven y no tuvo regalos de reyes. No pudo ser. Uno, que ha visto las cabalgatas de los Reyes Magos, fastuosas, grandilocuentes, espectaculares como nos mostrara la televisión, a lo largo y ancho de nuestra geografía, no acertaba a comprender que, muchos niños, en el mundo, se estaban quedando sin juguetes. Steven fue uno de ellos.
Este hombre me lo presentó una amiga entrañable. Quiero que le conozcas, enfatizaba siempre mi amiga. Y le conocí. Me dejó sin habla, no en vano, sus palabras hicieron que se me secara la garganta. A estas alturas de mi vida, no me duelen prendas en reconocer que, un hombre con 11 años me subyugó como nadie antes lo había logrado. Su voz, sus argumentos, su filosofía de la vida, su posición en el mundo; todo me cautivó de él. Vean, por favor, las preguntas breves que le formulé y, ante todo, sus respuestas.
- Me dijeron, Steven, que querías conocerme. ¿Por qué?
- Porque me habían hablado mucho de usted y, quería saber si era cierto que existía.
- Existo, amigo Steven y soy el más normal del mundo. No logro comprender tu curiosidad. Explícate.
- Yo había leído sus libros y quedé prendado del amor que usted regala a sus lectores en sus obras.
- ¿Qué libro has leído?
- ME DISTRAJO LA VIDA, que es lo más bello que han visto mis ojos. Ahí, en esta obra, habla usted del cariño, de la amistad, del amor; habla, de todas las cosas bellas de la vida. Tengo que darle las gracias por escribir usted tan lindo.
- Hace unos días, los Reyes Magos repartieron juguetes a todos los niños del mundo. ¿Qué te dejaron a ti?
- Nada, señor.
- Steven: me has dicho señor y, ante todo, deja que te diga que es el mejor homenaje que puede recibir un ser humano. ¿Lo sabías?
- Claro. Por eso se lo he dicho.
- Entonces, volviendo a los reyes, no quiero pensar que te portaste mal y, los magos, pasaron de largo por tu casa.
- No, señor. Creo que soy un niño bueno, aunque ¿sabe? En casa, mis padres no pudieron comprarme nada. Lo de los Reyes Magos, es una ilusión con que se rocía a todos los niños del mundo y, desde hace mucho tiempo, pude comprender que los regalos son cosas de los padres y, los míos, no han podido comprarme nada.
- ¿Qué te gustaría tener como regalo de reyes?
- Una consola Nintendo.
- ¿Qué es semejante cosa?
- Un aparatito que se conecta al televisor, que tiene muchos juegos, los cuales sirven para despertar la imaginación de los niños.
- Pero tú, por lo que veo, ya estás muy despierto. ¿Quieres que te regale yo ese juego?
- Si usted quiere, me haría muy feliz.
- No sufras. Dentro de unos días lo tendrás en casa. Te lo prometo.
- Steven: ¿Por qué no te ríes? Te veo muy serio, muy metido en tu vida.
- No me río porque la vida es algo muy serio y, al tiempo, porque no tengo razones para hacerlo.
- ¿Qué tal estudiante eres?
- Creo que bueno.
- ¿Qué quieres ser de mayor?
- Una buena persona, como usted.
- ¿Cómo te atreves a darme ese calificativo tan hermoso si no me conoces?
- Pero me han contado todo de usted, por eso lo afirmo.
- Pero, ser buena persona no es una profesión, amigo Steven. ¿No te parece?
- Lo sé. Pero yo leí una metáfora de Facundo Cabral que usted transcribió en que decía que, ser buena persona es el mejor negocio que un ser humano puede hacer. Ahí voy.
- Sé que hay dos mujeres en tu vida; tu tía y tu madre, mejor dicho, al revés. ¿A quien de las dos quieres más?
- A mamá, aunque a veces se enfada, la quiero con locura; a mi tía, modelo de ternura, es mi pasión en esta vida.
- ¿Te puedo preguntar si tienes novia?
- Tengo amigas, pero ante todo, tengo que ordenar mi vida. Me quedan muchos años por delante.
- ¿Te gustará enamorarte?
- Seguro que sí. Y digo que sí porque me fascina querer a las gentes. Yo quiero mucho a mis primos y a mis amigos.
- ¿Tienes algo más que decirme?
- Sí. Que he sido muy feliz al hablar con usted. Si usted me lo permite, ¿sabe? Me gustaría ser su amigo. ¿Me lo permite?
- Por supuesto. Si te parece, desde ahora mismo pactamos este tratado de amistad. Ha sido hermoso hablarte y, ante todo, aprender de tus lecciones.
Fue, a no dudar, la conversación más luminosa que he mantenido en esta vida con este ser humano genial y admirable. Steven, delgadito, morenito, como si el sol le lacerara su rostro a diario. Sus ojitos brillantes, su corazón gigante y su sentido práctico de la vida, llegaron a emocionarme. Tiene 11 años de vida pero, en su corazón, en sus vivencias, es todo un hombre. Te quiero, Steven. Te haré el regalo que te he dicho y, sepas, que es el regalo con más amor que ha brotado de mi persona. Que te vaya bonito, amigo.
