No nos equivocamos, en la fiesta de los toros, en Las Ventas hoy, quien triunfó y cantó fue el Gallo. Lo más curioso es que lo hizo sin un solo quiquiriquí. Que cómo fue eso, pues simplemente por que en sus tres faenas, con muletazos adecuados y sentidos, no incluyó ese precioso remate que es un quiquiriquí. Será que no lo conoce o que para ejecutarlo hace falta un poco mas de gracia estética, de la que aportó poco. Por lo demás, buen toreo, buenas formas, seriedad, mucha seriedad y un sentido apretado del temple y la lentitud que quiere imponer en sus trasteos.
Cuando al final se llevaban en hombros al debutante Gallo, éste seguía manteniendo un gesto serio y frío, hierático, como si todavía no hubiera amanecido, le seguía faltando el quiquiriquí. Y eso, el no cantar, marca mucho al rey del corral. Metáforas aparte, Eduardo Gallo dejó una tarjeta de presentación muy digna y esperanzadora. Tiene sentido cuanto hace y lo hace con sentido, y ambas cosas no son fáciles de encontrar. De ahí que calara en el público, del mismo modo que caló el agua de lluvia que apareció por momentos en la tarde; a veces pareció que la echaban a jarros. Y no hacía falta, pues el Gallo estaba despierto aún sin cantar.
Además, por si fuera poco, actuó con varios puntos en el escroto de una cornada el día anterior en Francia, lo que nos hace pensar que no pudo poner las dos razones encima de la mesa. Cuando las ponga, es cuando, seguro, nos encontraremos con el quiquiriquí. Oreja y oreja que suman dos. Solicitadas unánimemente no se pueden cuestionar, si bien mantenemos que hay que darle a Madrid más nivel, más exigencia -al menos, dos orejas en un toro- para abrir la Puerta Grande. Las faenas fueron concebidas desde la pureza y verdad, pero su desarrollo resultó muy desigual. El público entregado no lo dudó y no seremos nosotros quien pongamos pegas al conjunto de su actuación. Un placer descubrir novilleros así.
Hubo otros dos novilleros mas, y no tienen nada que despreciar. Bolívar, se perdió en trasteos excesivamente fríos y facilones, sin apreturas, con los bondadosos e inválidos novillos de Sorando, y no terminó de convencer su labor. Lejos del pasado San Isidro. Por el contrario, todo cuanto hizo el de Coslada, Sergio Marín, en el más complicado novillo, al que ayudó el desastre de lidia que propició el ventarrón repentino, estuvo impregnado de disposición y entereza. Ya con el capote se lo ciñó temerariamente y en la muleta iba igual, cuando surgió la voltereta y posteriormente lo levantó del suelo de muy mala manera. Nos quedamos con las ganas de ver su actuación. Presumimos que hubiera sido buen rival de Gallo, quien arrancó la primera oreja del novillo que pertenecía a Marín. Mala suerte.
De Lamarca, el presidente, no queremos ni hablar. Sigue en el palco cuando debía estar en su casa y sigue desde él perpetrando arbitrariedades como las de hoy. Devolvió dos, -uno tardó en ver su supina invalidez, mas que cualquier ciego del cupón- y mantuvo otros dos que tenían que haber seguido el mismo camino. Este señor no es digno de ocupar el palco, pero tampoco quienes tienen la autoridad para la toma de las decisiones, son dignos de tener la autoridad que no saben utilizar. Al menos, en defensa de quienes tienen que defender: los aficionados. También en las plazas de toros existen las torturas. Que se lo pregunten a la afición.