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Antolín Castro |
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España |
[
12/02/2008 ] |
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La frase me la dijo un amigo y enseguida le dije que serviría para un titular. Ya saben, después me toca lidiar el titular; eso haremos. De José Tomás, en menos de un año, se ha dicho de todo. Bueno, malo y regular. Todo menos la indiferencia que, ésta, no ha existido. A nadie le ha resultado indiferente su presencia, su vuelta; a los medios, tampoco. Toda su vuelta fue muy bien recibida, muy deseada... y con razón. Se diga lo que se diga, él había sido, había representado un punto y aparte entre los coletas del escalafón. Sus salidas en hombros en Madrid o Sevilla fueron algo más que unas salidas, fueron un punto de inflexión donde los aficionados vieron la llegada y permanencia de un torero diferente, muy diferente. Sus formas, dentro y fuera, le hacían diferente. Sin duda, y me atrevo a decir, mejor. Nadie puede cuestionar esos hechos, pues no se basan en cortar apéndices en los pueblos o en las ferias del carrusel, sino en las plazas más serias y exigentes del mundo. En 2001 salió por la puerta del Príncipe de Sevilla en dos ocasiones: el domingo de Resurrección y en feria, en el tercer paseíllo resultó herido. De igual modo había sucedido en 1999 en Las Ventas, por citar sólo dos ejemplos de esas emblemáticas plazas y de algunas de las veces que salió a hombros de ellas. Pocos, en la historia, pueden decir lo mismo. Si esas citas son las que marcan la carrera de un torero, José Tomás está ya en la historia por derecho propio. Discutirle lo logrado, -hay quien lo hace- es de necios, además de mal informados o malintencionados. Pero... llegó esta su reaparición, precedida como hemos dicho de un alto grado de ansiedad, de deseo en los aficionados. Fue mucho lo escrito en los ruedos con anterioridad y mucho lo que dejó de hacer, y se hizo desear, en los años de ausencia. No era para menos. Los medios de toda índole querían estar presentes ese día en Barcelona. Ni uno sólo quiso dejar de presenciar ese festejo, pues no era un festejo más de la temporada. El resultado, por todos conocido, aumentó su aureola y el deseo de verle, de tenerle de nuevo en los ruedos. ¿Y qué pasó a partir de ahí?. Pasó... que se desvaneció bastante el sueño del héroe, del mítico torero que, a salvo para unos cuantos incondicionales, se le empezaron a ver, descubrir y señalar, lagunas, aristas, ventajas, exigencias en su bien estudiado recorrido por plazas de menor exigencia. Normal se decía, nos decíamos, en esta temporada de la reaparición, no va dar la cara en los sitios de responsabilidad y exigencia sin probarse tras largos años. Parecía normal, pero se excedieron sus mentores en el mimo, cuidado y exigencia del ganado a lidiar. Por ahí se escapaba, se marchitaba su credibilidad. Dejaba abierto el flanco para que los detractores se tiraran, con razón, a degüello sobre él. Mantenía el compromiso de su toreo cercano y arriesgado, sin mácula de paso atrás, pero empezaba a oler a festival... ustedes me entienden. Ahí la paradoja: No se puede construir, resucitar o mejorar una historia de veras, a ley, con la clase de toros que enfrenta. El carácter de ídolo se desvanece para transformarse en pantomima de su propia imagen torera. Una copia, burda y disminuida, del propio José Tomás. Consciente o inconsciente de cuanto sucede, sigue siendo el responsable de ello. Episodios como el de la Guadalajara mexicana, por citar el mayor de los escándalos con el ganado, manchan y perturban su nombre, hacen daño a la tauromaquia y rompen, dolosamente, las esperanzas de muchos en él depositadas. No vamos a realizar aquí un análisis detallado sobre su toreo o sobre su trayectoria, tampoco de si le televisan o no, está en su derecho a elegir por aquello de los derechos de autor, él es el dueño de regular sus actuaciones cómo y dónde quiera, además de por el precio que pida y le quieran pagar. Pero de lo que no es dueño ni puede decidir, ni le está permitido, es para convertirse en un timador de los aficionados, de los espectadores, de quienes pagan por verle. Ni aún aceptando que esos espectadores sean voluntarios a dejarse engañar, a dejarse timar, eso no le está permitido. Timar es quitar o hurtar con engaño y eso está perseguido por la ley, con independencia del consentimiento del timado. Para eso están las leyes y quienes tenemos la obligación de informar que, en casos así, debemos denunciarlo. Por supuesto, la decencia, también tiene algo que ver. De nada sirve el consuelo de que las demás figuras hacen lo mismo o parecido, de nada; no puede ser excusa para esta burla, incluso a sí mismo se burla. Por cuantos creen en usted, por cuantos creemos en sus condiciones toreras, por aquello de que la página de la historia taurina escrita por José Tomás no se manche ni se devalúe mas, por dignidad y vergüenza, ¡coño! también porque los espectadores pagan, tras de sus exigencias económicas, y por ver un espectáculo íntegro y en plenitud, que esperamos, que exigimos, pueda ser el que deje ver en la próxima temporada española, ajena y diferente a los escándalos de ganado que le preceden, y más en América, le doy traslado de esa frase de mi amigo y buen aficionado y que acompaña este escrito en su titular: Tomás no times más. |
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