En esta España tan nuestra, existen toros con oreja como existen judías con chorizo. Para lo primero se necesitan toreros con capacidad y para lo segundo, simplemente ganas de comer. Hoy, tras la celebración del festejo isidril, podemos afirmar que hubo toros con oreja, pero no toreros con capacidad para darles la respuesta adecuada y que todos, absolutamente todos, los presentes, tras lo visto, preferimos las judías con chorizo.
Hete aquí que se lidió una corrida portuguesa de Palha, cuya presentación se ajustaba a su última procedencia de Baltasar Ibán. Ni asustaba su presencia, y mucho menos las intenciones que desarrollaron. Codiciosos y nobles, repetidores y bravos; incluso el sobrero del Conde de la Maza, no se salió del guión de dar facilidades a los toreros.
Pues hete aquí, también, que los toreros actuantes estaban con la agenda llena de compromisos, las cuentas bancarias repletas de millones ¡de euros!, cansados de ir de feria en feria, con la cotización por las nubes, el prestigio altísimo y cansados por su edad de dar rienda suelta tantos días, tantos años a sus cualidades toreras; adornadas estas por los valores del arte, el valor, la verdad y la máxima autenticidad. De todo esto dieron fe Manolo Sánchez, Jesús Millán y Javier Castaño.
Lo que pasa es que el público no lo vio. Son muchas fiestas del Santo Patrón y no están en lo que están. Sólo eso puede justificar que no entendieran las lecciones toreras que dieron los tres espadas. Una actitud cicatera del personal que no se correspondía con lo sucedido en el ruedo. Ni una sola vez pidieron las orejas que los toros llevaban, ni una sola vez, tampoco, solicitaron que dieran la vuelta al ruedo los actuantes. Y eso no se puede entender. Con toros que colaboraban al triunfo, cómo es posible que nada de importancia pudiera suceder.
Pues eso me pregunto yo. Cómo es posible que tal oportunidad, tan difícil de encontrar, con seis toros casi dispuestos a ser desorejados, se fueran con las orejas puestas y muy lejos de haberlas compartido con los toreros actuantes. El caso es digno de ser estudiado a fondo, pero me niego hacerlo yo y menos en el día de hoy. Me remito a decir, que si estos son los toreros que tenemos es por nuestros propios pecados. Ya es malo estar diciendo un día sí y otro también, que los toros actuales no valen un pimiento y cuando salen los que la casta y la codicia forma parte de su actuar, unos coletudos de vuelta, pero no se sabe de dónde, nos dejan a las claras cómo está el escalafón. Tan pobre como la cabaña de bravo. Pero el toro no puede razonar y el torero sí. Por eso se arman de razón y dicen a las claras con actuaciones como esta: “que malos somos”, a lo que yo añado: dónde cojones y en quién se habrán fijado para ser tan malos toreros.
La respuesta la saben perfectamente los aficionados y el público en general tardará todavía en entenderla, mientras a costa de todos seguirán haciendo el negocio los que de esto han hecho su cortijo. Por hoy no doy ni una pista ni una letra más, si bien ardo en deseos de degustar, como usted querido lector, unas buenas judías con chorizo.