Sí señor, eso es lo que hace falta en la Fiesta, la competencia. Bueno, hacen falta muchas otras cosas, pero una de ellas es esa, la competencia. Por supuesto que para el conjunto del desarrollo del espectáculo, de la lidia, hacen falta personas competentes en todas las facetas que lo conforman, pero no es esa la competencia a la que nos referimos, -por cierto, muy insuficiente e inusual en esta época- sino a la competencia entre los toreros, en el ruedo.
De esa competencia, la verdad es que disfrutamos poco. Cada uno va a lo suyo, es decir a lo que dictan los intereses personales y de quienes les manejan; prácticamente nunca de quienes les sostienen: el público y aficionados. Si alguien lo pone en duda, bastará con señalar como muestra un solo botón: la afición quiere toros de casta, ellos no. Una vez aclarada esta obviedad, -que les importa un pimiento lo que opine la afición- mucho menos les motiva rivalizar entre ellos.
Eso, que llenó épocas en el toreo, hoy está en desuso. Entre otras muchas cosas, pues no hay nada que enfrentar. Se hace difícil hoy saber quién se enfrentaría a quién. Como no hay quienes, existe conformidad y por ende, comodidad. Cada uno sabe el papel que le toca jugar y salirse del guión les debe dar repelús. O no se sienten capaces para, en dura batalla, poner contra las cuerdas al compañero rival.
Tiempo atrás eso ocurría con muchísima frecuencia, pero cierto es también, que tiempo atrás había una baraja de toreros que podían y tenían que ganarse los contratos en la plaza y ahora, casi que no. Sin embargo, hoy sí ha habido competencia en el ruedo. Un tercio de quites que ha sorprendido al personal por lo inusual. Es más, algunos espectadores no salían de su asombro al no haber visto nunca una cosa igual. No era para menos. Cinco quites en un solo toro y tras un puyazo, -un puyacito, nada más- era algo insólito y casi paranormal.
Sucedió en la lidia del cuarto, no menciono de qué ganadería por no volverles loco al enumerar las cinco que tuvieron que salir, pero que era el cuarto, seguro. Pertenecía su lidia a Antonio Ferrera y lo compartió con Miguel Abellán, dos y dos, y por último invitó al recién alternativado Andrés Revuelta. Un acontecimiento. Una sana competencia. Y la gente venga a aplaudir.
Más hete aquí que aquello resultó, a más de espectacular, una auténtica birria, quedándose en una competencia rápida y gurripey, término este utilizado para señalar que hubo muchas gurripinas en su sentido más peyorativo. Pareció que les dieron cuerda a los dos primeros, aunque al primero no le hace falta pues va a pilas, de ahí que le llamen Antonio Ferrari. Nos inflaron a seudochicuelinas, pero en la versión gurripey. Aceleraban y aceleraban y parecía que les iba a dar un calentón. Pero lo pasaron bien y a la gente les pareció que aquello tenía importansia, por la competensia que se estableció. Tras saludarse ambos dos, el nuevo fue invitado a participar en la competensia y algunos, como yo mismo, creímos que ahora era el momento de torear en profundidad a la verónica al noble animal. Interés puso en torear a la verónica, pero le salió un verdadero churro. Por todo ello, esto se ha de recordar como una competencia rápida y guarripey.
Del resto del festejo, podemos resaltar la entrega de Abellán, si bien no era muy difícil con el suavón primero, al que toreó en todo momento de salón, con entrega y prosopopeya, pero de salón. Agradecer si agradecemos su interés por hacer las cosas bien y despacio, a excepción de los famosos quites. Sí, también en su haber, serpentinas, muchas serpentinas para rematar. De Ferrera, todo lo hace tan rápido que a mí se me ha olvidado guardarlo en mi retina o en mi mente para poderlo expresar.
Andrés Revuelta, ha sido empujado, por sus deseos y por necesidad, a tomar una alternativa totalmente precipitada. A esto hubo que añadir que mentalmente tampoco pareció muy preparado, mostrándose en todo momento muy nervioso e inseguro. No seré yo quien le juzgue duramente. Es más, parece que dispone de buenas maneras, pero le vino grande, muy grande el compromiso. Ojalá no se quede parado en seco, pero ahora ya no puede volver al escalafón inferior a rentabilizar su reciente éxito en Madrid. Quien le empujó, está obligado a darle, más tranquilo, una nueva oportunidad.
Los toros fueron, unos blandos, otros chicos, sospechoso alguno y sin casta todos. Vamos, un éxito para quienes los trajeron, los autorizaron y para el Sr. Gómez, D. César, que sólo devolvió dos. Con éxitos así y competencias rápidas, no recuperamos la verdad del toreo. De todo cuanto sucede, queda a salvo la afición. Todas las manipulaciones, trampas, ventajas, intereses, etc., quedan en el campo contrario. De un tan amplio abanico de participantes, malo es que solo la afición esté a salvo. Allá ellos, acá nosotros y en el limbo la Fiesta.