No hay nada que rascar. Bueno, si acaso la cabeza si te pica y poco más. Esa es la monotonía a la que han sumido la Fiesta y de la que rara vez se sale, pero mucho menos hay retorno. Nada que rascar. Parece talmente esos boletos de la tómbola en los que tras rascar con una moneda, nunca aparece premio alguno; simplemente un mensaje que se me antoja desolador: siga participando.
Eso se hace, seguir participando. Se pagan puntualmente los abonos, que abusivamente obligan en exceso, se acude a la plaza a diario, se formulan las quejas y discrepancias con el espectáculo que se sirve, se ilusiona la afición con ver determinadas ganaderías, -pocas, por cierto- y cuando tras el conjunto de los esfuerzos y sacrificios relatados, sale el toro al que había que hacerle el toreo, los de luces no tienen lo que hay que tener para hacérselo. Mismamente en la novillada de ayer.
El problema no es menor. De la suerte de varas ya no hay posibilidad de recuperarla, pues si pocos son los toros a los que se pueda medir su bravura en el caballo, peor es cuando alguno se presta a ello, pues el escalafón piquero esta ayuno de gente que sepa y tenga afición para picar. El capote, tan útil para cubrirse los matadores los días de lluvia, tiene cada vez menos uso en el toreo, realizándose con el mayor descaro del paso atrás. Ya nadie sabe dónde está la boca de riego. Y no por que no la haya, sino porque ningún matador llega hasta ella dando lances. Las banderillas bien, gracias. Si no existe decoro para saber que no se hace en pureza y autenticidad, como hoy Encabo, y se saluda para recoger, además de para reclamar, palmitas, es que falta la más elemental decencia para distinguir lo bueno de lo malo o regular.
Y llegada la muleta, -se la debería llamar amuleto pues todo lo fían a ella- se confunden los tiempos y los terrenos, dejándolo todo a mantener una porfía lejana con el oponente, pero sin advertir que el toreo es reunión y cuanto más reunión, mejor. De esa conjugación ética y estética nace la valoración de la faena. No es ético, si para ello se adoptan y toman todas las ventajas, pico, paso atrás, hilo del pitón, vaciar hacia fuera, etc., mientras solo se cultiva una estética menor, la del espejo. Eso no es el toreo y por ende no puede entusiasmar. Aceptar el reto de torear es concederle al toro su lugar y competir noble y artísticamente por conquistar el terreno que él también quiere pisar; de ahí el riesgo en su ejecución, pero también el reconocimiento de los públicos, que se entregan ya sin condición.
De cuanto queda relatado, hoy nada. No es que Encabo no haya querido salir airoso en su actuación, que es que sí, pero cuando no se dan las condiciones explicitadas con anterioridad, se queda en eso en salir airoso, pero no en triunfador. Triunfar es asumir, es arriesgar, es torear en plenitud.
¿O es que cree que el público le tiene manía por no entusiasmarse mas?, cosa esta bastante recurrente en el escalafón: todas sus incapacidades son fruto -se ha acuñado así- de la manía que les tiene la afición de Madrid. Y se quedan tan frescos.
El Cid, que atesora el buen gusto y el temple al lancear, nos dejó unos retazos de esa cualidad, pero no supo o no pudo interpretar con la muleta nada igual. Es más, es siempre presa de vacilaciones, dudas o expectativas que le dejan descolocado con frecuencia. Ejemplo de ello es brindar un toro al público y descubrir de inmediato que no hay manera, o al menos él no encuentra la forma, de meterle mano. Necesita sosegarse y dejar de sentirse aspirante, tiene ya muchas oportunidades como para desaprovecharlas todas.
De Eugenio de Mora, lo mejor que podemos decir es que ya le veremos mañana otra vez. Si está mejor lo diremos y si sigue igual de remolón pues lo contamos en la próxima, pero una sola vez. Los toros de Astolfi, nada del otro mundo, lo que es tanto como decir que van, que vienen, que se dan alguna costalada, que mansean, que no hay casta, unas veces tontos y otras no. Los lectores ya se hacen una idea. Más de lo mismo, pero no de lo de ayer.