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Antolín Castro  
  España [ 15/01/2001 ]  
MAS "CORNÁS" DA LA VIDA

Cuando escribo son las cinco de la tarde. Lorca entendió como nadie esta hora de la tarde. Federico García Lorca, hubiera puesto también esta hora para escribir de Julio Robles. Todos los que ahora vamos a escribir perseguimos un fin distinto al que impulso la pluma que ayer redactaba, a las cinco de la tarde, el parte médico. Esa pluma escenificaba un momento, un solo momento, fatal momento: el desenlace. Todos los que ahora escribimos no nos vamos a conformar con escenificar un momento. Al menos, haremos que la memoria nos revolotee para traernos lo mejor del hombre, lo mejor del torero.

El toro, protagonista sin voz, del devenir de los toreros, le trajo la cruz hace algo más de diez años. Antes le había traído la cara, la gloria, día a día, festejo a festejo. El toro, los toros son el eje sobre el que gira la vida de un torero. A ellos, fue dando vida artística este torero abulense de nacimiento, pero salmantino de adopción e identificación personal. Con ellos fraguó lo mejor de su toreo sobre los distintos alberos y arenas de las plazas de España y América. También los ruedos de Francia conocieron los bellos momentos que de sus telas nacieron. Los toros fueron sus cómplices y colaboradores. Con ellos recreó la sinfonía inacabada que es el toreo. Sinfonía, por ser música lo que suena en la plaza, pero fundamentalmente por ser música lo que sienten los toreros en su corazón cuando interpretan el Arte de Torear. Inacabada, pues nunca torero alguno llegó a percibir que creaba la obra perfecta. Siempre se sueña un más allá, un mejor torear y sentir.

Fue Julio Robles torero con las características defendidas en La Reserva del Toreo. Nunca se prodigó en exceso. No toreó cien corridas, ni falta que hacía. Para recordarle, a las pruebas me remito, no tuvo que batir ningún record de actuaciones. Voluntaria o involuntariamente, lo ignoro. Si importa saber que para torear bien, para sentir lo que se hace, hay que torear menos de cincuenta corridas. Ese era el número de festejos que normalmente realizaba cada temporada el torero salmantino. Sin embargo, no es obstáculo para que los aficionados retengan buenos recuerdos de su paso por los ruedos. Fue en el tercio de quites donde dejó grabada, al margen de su buen hacer capotero, la impronta y el sello por la defensa y competencia de este precioso tercio, al que aportó siempre ganas de rivalizar con todos y cada uno de sus compañeros. El maestro “Antoñete” supo también ¡y de que manera! de esa competencia. Competencia que en el toreo, debería ser el estímulo imprescindible para mantener vivo el fuego del toreo de capa. A mi memoria viene un tercio de quites inigualable ¡hasta en un festival! con un virtuoso del capote como “El Inclusero”, otro maestro inscrito en La Reserva del Toreo.

Además, habrá que recordar de él su ejecución de la suerte suprema. A ella dedicó mucha verdad y pureza, aún cuando esa faceta le haya sido menos reconocida. Era en la suerte de matar donde menos afectación se le adivinaba. La verdad emergía sublime y cierta. No se le reconoció como gran estoqueador, ya que no era parejo su acierto con la verdad que imprimía, pero, como ya hemos dicho muchas veces, la necesaria autenticidad de la ejecución de las suertes, no blinda el resultado final de las mismas. Hoy más que nunca vemos con nostalgia ese quehacer para señalar arriba, ahora que los bajos son la zona preferida.

Con este sencillo recuerdo, no se hace necesario recordar cada uno de sus triunfos y actuaciones, se hace realidad nuestro homenaje a un torero importante en las décadas de los setenta y ochenta. Queda rendir homenaje también a la década de los noventa, en la que dio prueba suficiente de la misma entereza y decisión que empleaba en el tercio de quites. El mismo se ha estado haciendo quites permanentemente. Una serie de lances adecuados a cada situación. Con la misma lidia que imprimía a los toros lidió esta última decena de años. Ayer sin toro enfrente, no supo que lance dar, que quite hacerse. Por eso, una vez más, se hizo realidad que las “cornás” no son solo patrimonio de los toros, -un toro no logró en aquella arena francesa matar el sueño de seguir siendo torero- pues más cornás da la vida. La vida es, y no los toros, la que nos va cosiendo a cornás. Descansa en paz, Torero.

 
   
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