Cuando a muchos, a la gran mayoría, les gustaría ser amigos de Zidane, Figo, Ronaldo, Raúl, etc., jugadores galácticos, jugadores del Real Madrid, a mí me gusta ser amigo no de uno de otra galaxia, sino de uno hecho en La Mancha y que ya no juega en el Real Madrid: Morientes. Parece fácil decirlo, pero es mucho mejor sentirlo.
Así lo siento desde hace ya unos años y así lo expreso por donde quiera que voy. Hoy, cuando media Europa proclama su advenimiento futbolístico y goleador, se olvidan de que hace sólo nueve meses no daban por él un real, ni el Real tampoco. Dos meses atrás me costaba trabajo convencer de que era necesaria su presencia en la selección. Hoy ya no hace falta mencionarlo, lo da por hecho cualquier medio aficionado.
Es importante su temporada en el Mónaco. Importantes sus goles en la máxima competición europea. Se hace hueco entre los importantes en los telediarios españoles y llena minutos de las televisiones de esta Europa ampliada a veinticinco. Por cierto, número que no tiene la plantilla del Real Madrid, por no haber sitio para los que no se llamen Zidanes o Pavones. Craso error. Una plantilla de lo que siempre tiene que estar llena es de futbolistas de la mejor condición. Morientes uno de ellos.
De esa condición que tienen los que aman a un club y, además, son unos profesionales como la copa de un pino. Entre esas condiciones necesarias, es imprescindible la de contar con el orgullo de buscar con la actuación en tu club, la estela y el camino para llegar al equipo de tu país, España. Si esa es la máxima expresión del profesional con ambición y personalidad, esa virtud adorna por completo a nuestro hombre, Morientes. Esa es una motivación para el día a día no extra, sino imprescindible y necesaria, para darle mayor proyección a tu quehacer profesional. Para quien lo siente así, es un todo. No se entendería una cosa sin la otra.
Y emigró, se marchó lejos y en su equipaje llevaba una fórmula mágica para no fallar. Había que triunfar en su nuevo equipo, el Mónaco, pero había que jugar y triunfar para España. Y cogió sus maletas y emigró y dentro de ellas impresa aquella copla del recordado Valderrama “adios mi España querida, dentro de mi alma te llevo metía, y aunque soy un emigrante jamás en la vida podré yo olvidarte...” y entrenó y jugó con su nuevo equipo, con tanta pasión que quería que cada gol resonara en las radios españolas como durante tanto tiempo se oyera aquella copla dedicada a tantos y tantos españoles. Ese era el objetivo pero en moderno. Y llenó no solo las radios sino también las televisiones de España.
Y como aquellos otros emigrantes, día a día, sudor a sudor, gol a gol, no dejó de estar enganchado a su patria, -la tierra de los suyos que es lo que significa, lo digo por los que les da vergüenza pronunciarla- y no pudimos olvidarle. Y no pudo olvidarse Sáez aunque se hiciera el remolón. Y para colmo hubo que enfrentarse a sus compañeros del Real y prevaleció no sólo el profesional, sino las ganas de llegar a Portugal. Y no falló. Nada puede fallarte cuando la meta es tan grande y deseada.
Y entre las cosas que ahora se dicen, no falta el saber que es el máximo goleador de la Champions y que hay equipos que le quieren y que está muy cerca de ser, con Maldini, el jugador en activo que más copas de Europa tenga en su historial; y que más se acerque al legendario Gento. Pero con ser todo ello impresionante, lo es más su fe y su constancia, su deseo y convicción de poder seguir metiendo goles con España. A ser posible que borren en esta Eurocopa las lágrimas del mundial de Corea. Goles con España que mejoren su ratio, ya de por sí espléndido, pero que podría serlo aún mayor si se obtuviera por los minutos jugados, ya que no ha podido disponer de los noventa habitualmente en cada partido jugado.
Más importante aún de cuanto se dice, es que sea un futbolista español triunfador fuera de España. Esa meta solo lograda en los años sesenta por Luis Suárez. Con un triunfador, Suárez, se ganó la Eurocopa del 64, esperemos que con el Moro se gane, cuarenta años después, otra. En la actitud, en su actitud radica la diferencia. Los demás fueron a ganar dinero, a descubrir otras ligas, etc., pero ninguno lo tuvo tan claro. Aquí está la diferencia: “me voy pues quiero continuidad para estar con la selección en Portugal”. Ese es todo el secreto, seguir jugando, aunque más lejos, para España. Bonito nombre el de España y que ahora se usa tan poco.
El secreto de nuestro último emigrante. Un futbolista emigrante que se llevó impresa en la maleta el deseo de volver pronto a España. Su tenacidad, su constancia, su fe, sus condiciones futbolísticas lo merecían, pero lo que se lo aseguraba era su condición humana. Una condición humana que yo agradezco que tenga. Desde la lejanía, nunca se ha olvidado de nosotros, los españoles. Ese es su mayor éxito y por el que más nos tenemos que sentir orgullosos. Un hombre que quiere vestir nuestra camiseta y que está dispuesto a hacer las maletas y emigrar para lograrlo. Como ven, de otra época. Que vengas con la copa de Europa en la mano. Mas moral para ganar, después, con España la Eurocopa. Un fuerte y sincero abrazo, amigo.
