Precioso nombre para un español, preciso nombre para un ciudadano madrileño, sentido nombre para vivir, no para morir. Sencillo nombre que ocupa una lista llena de mártires y escrita por asesinos miserables. Único nombre entre cada uno de los de la lista, como también son únicos cada uno de los del resto. Único por el dolor que despide, como los otros, y único por el amor que ha reventado las barreras de los corazones de todos los madrileños, de todos los españoles.

Ni te conozco de cerca ni necesito conocerte, solo se que eras uno de los míos. De los que trabajan, de los que luchan, de los que atienden, de los que aman, de los que sufren, de los que lloran. Y toda esa lucha positiva, que tú hacías, nos la dejas a nosotros para que la continuemos. Pero nunca podremos hacerlo como tú lo hacías, pues nuestros corazones estarán llenos de amor, pero también de odio. Odio hacia quienes a ti y a otros cientos más, extendieron brutal e injustamente el puñal de sus explosivos. Por eso nunca podremos hacerlo como tú, que no te dieron tiempo para odiarlos.

Entre todos los mártires de esta no declarada guerra, apareció tu nombre, tan sencillo y tan hermoso, ya que no es posible, con ese nombre y apellidos, confundirte con otros orígenes que no sean la españolidad y por extensión, madrileño. Alto y dudoso honor para que alguien deseara tu muerte y nos dejara huérfanos, además de a tu familia más cercana, a tus compañeros y amigos, pero también a los que no te conocíamos de nada. Por eso te he elegido para representar en ti el homenaje a las víctimas anónimas e inocentes.

Es tan grande el dolor sufrido por los madrileños, por los españoles, que en mi caso necesito alguien que me acerque, más si cabe, a mantener el dolor y el recuerdo de lo sucedido. Permíteme esta licencia. Permíteme que seas mi familia, mi víctima, mi muerto. Necesito esa referencia para seguir creyendo en el amor y la justicia, para seguir luchando por la libertad y persiguiendo a los criminales que segaron la vida de tantos míos, de tantos yo propios. Con quedarme con algo tuyo no puedo hacerte más daño.

No te conocía, pero estaba destinado a conocerte. Conocía tu lugar de trabajo y la silla desde donde transmitías la confianza en lo que hacías. Quizás algún día escuché tu voz y sin saberlo no la grabé en mi mente para tenerla siempre en el recuerdo, pero me basta tu nombre y todo el dolor derramado en las vías de la vida. Esas vías que siempre llevan a alguna parte y a ti, y a otros muchos, dejaron en el camino.

Maldigo a los que pararon el tren y no dejaron que te bajaras de él para acudir a tu lucha diaria, maldigo a quienes antes y después seguirán haciendo que los aviones, los autobuses y los trenes no lleguen a sus destinos. Maldigo a quienes, todavía, justifican las causas criminales que empujan a los asesinos. Maldigo a quienes, aunque sea colateralmente, se aprovechan de ello. Maldigo a quienes utilicen tu nombre, y el de otros muchos, para posicionarse políticamente, cuando no hay más política que la vida. Maldigo, finalmente, el no haberte conocido, el no haber estrechado tu mano, el no haberte citado esa mala mañana en otro sitio para que no hubieras subido en el tren de la muerte.

Déjame tu nombre, déjame sentirte mío, pues necesito un recuerdo cercano que no borre nunca el espanto y despropósito del día que te fuiste de nosotros. Como creo en Dios, te dejo en buenas manos. Los demás, los que quedamos, ¿en manos de quién estamos?. Descansa en paz, otros seguiremos sufriendo.