Hace frío fuera. Es invierno y que haga frío es natural. Además, son los días más fríos, segundo mes de los del invierno, cuando el silbido de los vientos de la sierra te acarician las sienes y te hielan las orejas y las manos. Las montañas, cubiertas de nieve, propician esos vientos. Fríos vientos, malos vientos. Por si todo esto fuera poco, se ha muerto una madre y ahora si que hace frío. Un frío helador que congela las venas.
Si falta una madre, falta el calor natural. Aquel que nos cobijó en su seno cuando sólo éramos unos leves milímetros imperceptibles. Durante aquellos nueve meses, que si a ella se le hicieron largos a los hijos nacientes les hubiera gustado que duraran toda una vida. Un calor que luego, a lo largo de todo cuanto nos sucede, percibimos cada día, cada instante que pensamos en ella. El calor de la vida, sería su nombre, el slogan para una campaña de publicidad.
Madre y vida se conjugan, entonces, en una sola unidad. Ambos significan lo mismo. Nos dan la vida y durante toda la nuestra, que compartimos con ella, nos ceden, nos prestan el calor de la vida. Y tanto se identifican ambas que sin ellas hace frío, mucho frío.
En la infancia y en la juventud y después cuando asumimos el papel de padres, -entonces más- percibimos enteramente cómo y de qué manera es el calor de una madre. Este calor no es acondicionado pues no exige ninguna condición, si acaso, ser hijo; solamente. Las madres, todas ellas, son así: casa que resguarda, manta que te cubre, caricia que te calienta, amor que llega a quemarte. Sin dudar, el calor de la vida.
Llegado el momento de perder una madre, de morirse una madre, se abre cada una de las puertas por donde penetra el frío. Y en vez de quemarte, te hiela. Y sin saberse muy bien cómo, inunda cada uno de los poros de tu piel de un frío intenso, del que es imposible guarecerse, cubrirse o protegerse. Sólo se puede, si eres mujer y madre, acelerar la proyección del calor que de ti emana y hacerlo para los tuyos. Solo así te protegerás del frío, del hielo. Si por el contrario, eres hombre, nada mejor que acercarte lo más que puedas a una madre, en la seguridad de que en su sensibilidad podrás encontrar calor y cobijo.
Se ha muerto una madre y con ello se pone de manifiesto cuanto he descrito. Mis manos no tiemblan de frío para escribir lo que escribo, pues tengo la suerte de tener madre, pero se muy de cerca el porqué lo digo. Por eso lo hago, por si cuando yo la pierda las manos y el frío me impiden el poder decir lo que hoy dejo escrito. La madre lo es todo, el calor de la vida.
¡Cerrar esa puerta, que no se nos vayan, que hasta aquí llega el frío!
Homenaje sincero a Mariana Castillo. Homenaje sentido a todas las madres.