Las Ventas en agosto es lo menos parecido a la Fiesta... en todo. Cierto que tiene algunas ventajas, pero de Fiesta, con mayúsculas, nada. Las ventajas a las que nos referimos se circunscriben a poder aparcar cerquita de la plaza, no pasar apreturas para tomarse un café, taquillas accesibles para llegar con poco tiempo, etc. Ya ven, todo es en el exterior, dentro... la nada.
Dentro se convierte en un manicomio y existe nulo interés para que eso cambie. Se deja que pase el mes, más o menos, y hasta el siguiente año. En síntesis, vamos a enumerar algunos de los aspectos que se encuentran totalmente descontrolados o ayunos de ganas de darles la vuelta. Empezaremos por la propia Fiesta y sus protagonistas: toros y toreros.
Parece como si se hubieran metido en un bombo los nombres de los toreros con los que existe algún tipo de compromiso para “ponerlos”. Entre ellos se encuentran toreros de lujo, de verdad, queridos y respetados en Madrid, pero a los que no se les guarda respeto alguno por parte de la empresa. No se hacen las combinaciones atractivas, perdiendo fuerza de cara a aglutinar más aficionados en las taquillas. Se aprovecha para otorgar confirmaciones que están lejos de estar justificadas y se hace un revoltijo con cuantos, como decimos, “hay que poner”. Repito, hay grandes toreros que gozan del respeto, incluso del cariño del público de Madrid, pero no pueden mostrar sus condiciones y aptitudes toreras. Se estrellan con lo que les ponen delante. Si no fuera por la vocación que tienen, para garantizar su futuro mejor y más posibilidades tendrían jugando a la lotería.
Se estrellan con el ganado que les ponen delante, impropio de lidiarse en plaza tan importante. Llegado el caso, salen más flojos que para las figuras en San Isidro. Inválidos, descastados o fieras pero, fundamentalmente, imposibles para lucir cualquier condición torera. No hay sitio ni para los detalles, no facilitan nada para que el toreo aparezca en el ruedo venteño. Claro que en San Isidro salen malos encierros, casi por igual, pero quedan adornados por la atmósfera de la plaza llena, la esperanza del día siguiente para el público y, sobre todo, que las caras de los toreros no reflejan la tragedia que supone el “¿ahora qué?”. Ese saber que ya vendrán otras plazas y otros contratos, salva el estado de ánimo de los actuantes, así como, queda dicho, de los espectadores que al día siguiente gozan de otra oportunidad para ver algo. Aquí la nada, y pasada una semana... más nada.
De locura. De locos, de insensatos este tipo de montajes que deberían gozar de mayores posibilidades para hacer del espectáculo algo digno de volver otro día. Pero no, no hay opción, más de lo mismo. Y de ahí... al manicomio sólo queda un paso. Y se da. El aforo de la plaza se encuentra cubierto a partes iguales, aproximadamente, por gentes mas o menos conocedores y por turistas de todas las nacionalidades. El caos de interpretación es total. En lugar de ofrecerles un espectáculo, a unos y otros, para que les resultara atrayente el volver, se les presenta una fiesta desposeída de todos sus valores. Desorden en el ruedo a través de toros que no andan, no embisten, se tumban o, lo que es peor, embisten de forma incierta o al bulto. Perfecto todo para el desorden.
Y si nuestra fiesta ya carece de muchos elementos que la hagan comprensible a quienes se acercan por primera vez, se les hace imposible entender lo que sucede en el ruedo, pues no viene en sus folletos, donde sólo es capote... caballo... banderillas... muleta... estoque... pañuelo... oreja... vuelta... triunfo... El turista se desorienta definitivamente, pierde las referencias que el guía le dio al entrar y entonces montan su propio espectáculo: toro que quita el capote = gana el toro; banderillero que no logra poner los palos = gana el toro; Banderillero que logra poner las banderillas donde sea = gana el torero; torero perseguido y de cabeza al callejón = gana el toro; matador que mete la espada entera donde caiga = gana torero; toro que escarba = toro muy bravo, que pelea (así lo reflejan los comics); picador al suelo = gana el toro. Todo esto aderezado por los correspondientes vítores y aplausos, incluido jalear con palmas la carrera hacia el toro de los banderilleros, pues no escatiman el batir palmas o dar gritos, para ellos siempre hay algo que aplaudir. Como no existe mayoría de aficionados, que marcarían el criterio de la plaza, la hacen suya y montan su “fiesta”.
En resumen, la plaza más importante del mundo se convierte en un circo, donde si aprenden algo los nuevos, es todo al revés del cómo lo han presenciado. Si tuvieran ocasión, aunque fuera una vez, de poder ver el enfrentamiento real, gallardo, de un toro y un torero en plenitud, pudieran apreciar la vistosidad de las suertes de capa y muleta, etc., habría una posibilidad de que acercáramos a alguno a mostrarse interesado. Mientras solo puedan ver un enfrentamiento, tipo boxeo, donde el que da gana y el que corre pierde, estaremos retrocediendo más, si es que cabe hacerlo todavía, en nuestra depauperada fiesta.
Además, se unen a las palmas de tango de quienes protestan un toro inválido u otras suertes de la lidia, pero lo hacen como señal de alegría, de jolgorio. Como decimos, todo al revés. Los verdaderos aficionados se sienten incómodos, están igualadas las fuerzas en la plaza, con que tomen la plaza a chufla y mofa y unos más pronto que otros van abandonando esa vieja y buena costumbre de acudir a los toros los domingos en Madrid. Será que es eso lo que quieren quienes de esta desastrosa organización han hecho su profesión, demostrando que son solo, si acaso, profesionales de ferias, pero no de una plaza de la importancia, solera y prestigio como es Las Ventas de Madrid. Y la Comunidad de Madrid... tocando el violón.