Es innegable que, la feria de Sevilla, por sus caracteres, despierta expectación en todo el mundo taurino y, hasta en la distancia, algunos, estamos pendientes de lo que en su ruedo acontezca. En honor a la verdad, lo que allí pase, nos lo sabemos de memoria pero, en esto de los toros, nuestra inquebrantable fe, nos lleva a creer siempre en el milagro y, los milagros, por lo menos en los toros, jamás se llevan a cabo. Todo transcurre con normalidad y, nada nuevo hay bajo el sol. Las pocas orejas que se han cortado, todas de puro regalo; los toros un dechado de mansedumbre y falta de fuerzas y, más o menos, lo de siempre. Pero hay un dato que quiero matizar: la corrida del pasado miércoles en que, Ponce y el Juli mataron los burros de Victoriano del Río.
Yo no lo entiendo; todo el mundo le echa las culpas al ganadero por el pésimo juego dado por sus toros y, mucho me temo que, el señor multimillonario, ganadero de nueva ola y que atiende por Victoriano del Río, podrá ser muy espabilado – que lo es- pero no tiene culpa alguna de lo que en Sevilla ha pasado con sus toros. Cierto es que, traer eso a Sevilla, como trajo aquello a Castellón, es un acto de desvergüenza tremendo; pero más culpa tiene el que compra semejante basura adulterada. Pero si esto es tan lógico como la vida misma. Por decir algo, la señora llega al supermercado y, al ver la cara que tienen las manzanas, como no le han gustado no las compra. Así de sencillo. Sin embargo, en los toros, lo podrido, es lo que vale dinero y, a su vez, lo que compran con apasionado ardor, caso de El Juli y Ponce. Y, recordemos que, como siempre dije, un toro puede salir manso o bravo, no importa; pero que salgan muertos ya de chiqueros, la cosa tiene cojones. Victoriano del Río, en Castellón los trajo sin pitones – los toros- y en Sevilla, lo trajo muertos en vida. Esta es la auténtica realidad, pero lo sangrante es que, a este hombre le compren los toros; y se los compran, pero con antelación para que sólo sean lidiados por las figuras.
Al ver la desdicha de lo que los toros citados estaban dando en Sevilla, ellos, Ponce y el Juli, como si la cosa no fuera con ellos, para despistar, como diría el inolvidable Joaquín Vidal, se entretenían silbando El Sitio de Zaragoza. Y, lamentablemente, todo el mundo se traga la bola. Es lamentable que Victoriano del Río crie los toros llamados basura, pero es horrible que, ese producto, se lo quiten de las manos, ¿con qué finalidad? Pues con esa, para silbar El Sitio de Zaragoza y hacerse los despistados. Encima, los toreros, como si la cosa no fuera con ellos, van de mártires por al vida. Hace muchos años, los aficionados, según cuentan, si la tarde no era de su agrado, podían hasta quemar conventos; ahora, ya lo estamos viendo, ni escobas somos capaces de quemar; por lo menos, deberíamos de romper el botijo de los espadas y, ni eso.
Todo está podrido; los toreros saben que, aficionados no quedan y que, a su vez, el gentío se le puede engañar a la mano que se prefiera. Sevilla es una prueba más de cuanto digo. Les traen basura y, al final del festejo, no saben ni darles una bronca a los desvergonzados que han comprando las manzanas podridas. Y, lo más triste de todo es que, casi todo el mundo, - tontos los hay en todas partes- han querido justificar a El Juli porque, como dicen, se dio un arrimón, a una farola, ¿verdad?. No logro entender nada. Pasan los años y, mucho me temo que, lo poquito que aprendí, a este paso, me lo arrancan del corazón. Lo que se dice un arrimón, un torero, se lo debe dar cuando tiene un toro delante; un toro con peligro por aquello de su mansedumbre; pero arrimarte a un animal que está muerto de pie, la cosa, tiene bemoles.
Sevilla, como estamos viendo, año tras año, sigue siendo el estandarte donde van a verse unos con otros; donde las señoras se ponen sus mejores galas, donde los señoritos se ponen el clavel en la solapa y se matan de tantos abrazos y, mientras todo eso ocurre, los toreros, -los que matan los burros muertos- se llevan una “jartá” de millones sin exponer un alamar y, a poquito que hagan les dan hasta una oreja; vamos, como si estos hombres no tuvieran nada que echarle a la olla del cocido. Terrible, pero cierto. Quiera Dios que, al gentío, no se le acabe nunca la ilusión por acudir a las plazas de toros puesto que, si ello fuera así, arreglados iban El Juli y sus huestes.